Hipótesis sobre Modigliani, el pintor de las mujeres de cuellos largos y miradas tristes
A 140 años del nacimiento del artista italiano, un recorrido por las obras que integran el acervo del Museo Nacional de Bellas Artes, donde se exhiben dos óleos que parecen retratos de la misma “musa”; un tercero se conserva en la reserva
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Hoy se cumplen 140 años del nacimiento del pintor italiano Amedeo Modigliani (Livorno, 12 de julio de 1884 / París, 24 de enero de 1920) y este aniversario es un buen motivo para ver las dos obras que se exhiben en la colección permanente del Museo Nacional de Bellas Artes: dos óleos de mujeres lánguidas con el pelo oscuro, la mirada triste y el cuello largo. Parece ser la misma modelo con el pelo suelto, en Buste de femme (Busto de mujer), y atado en Figura de mujer. Los ojos como dos lagos quietos en azul, la boca atenuada y fruncida, piel oliva y vestida con un suéter negro escote en v.
No son las únicas: en los depósitos duerme un tercer retrato femenino estilizado, Femme au corsage blanc, de 1917, con el inconfundible estilo del artista de cuellos largos, pero en este caso la modelo parece ser otra, de pelo castaño claro, los ojos tienen pupilas y la ropa es clara. Se sumó al acervo gracias a una adquisición de Torcuato Di Tella en 1971. También se conserva un dibujo.
En la sala 25 del Bellas Artes, los Modiglianis están rodeados por más miradas taciturnas y una cantidad de belleza sobrecogedora. Hay algo del alma femenina universal entre esas paredes. Una es la del Autorretrato, de Marie Laurencin (1883-1956), que es evanescente. En el cuadro El baño de Venus, del postimpresionista francés Odilon Redon, la diosa flota en una atmósfera espumosa, floral.
Entre ellas están las dos mujeres de Modigliani, para quien las modelos eran indispensables: “Para hacer cualquier trabajo debo tener una persona viva… debo poder verla frente a mí”, dijo alguna vez. Eran mujeres que pasaban por su vida y que para el artista podrían tratarse de algo que pintar. “No querían explicar nada más que una muda afirmación de la vida”, decía el artista en su tiempo.
“En el tratamiento de los ojos, que tan a menudo aparecen sin pupilas y en blanco, como en Buste de femme, Modigliani negó a su modelo una mirada directa hacia el exterior. La ausencia de contacto visual servía para alejar al espectador de la persona representada, cuyos pensamientos, como su mirada, se vuelven hacia adentro, inaccesibles. El foco de la obra, y el interés perdurable del artista, seguían siendo la forma humana y la fisonomía y su transcripción a la dimensión pictórica”, escribe Kate Kangaslahti en la ficha técnica de la obra.
“¿Lo que representan los artistas es producto de su imaginación o el resultado de una patología?”, se preguntaba Andrea Giunta en un artículo de 2014 a propósito de una muestra de Miguel Rep en el Museo Nacional de Bellas Artes. Y respondía a partir de lo que veía en el dibujo del artista: “En el caso de Modigliani parece ser lo segundo. Rep nos propone pensar que él no pintaba retratos con rostros alargados porque intencionalmente quería representarlos de este modo, sino porque su dedo, aquel con el que los medía, estaba torcido y estirado”.
La hipótesis es una imaginación artística. Pero la salud de Modigliani nunca fue buena. Y fue el motivo por el que no fue a la escuela convencional, sino que se formó en artes en su pueblo, Livorno, y luego en Florencia y Venecia. Ahí podría haber comenzado su afición por los cuellos de cisne. “Ecos de las refinadas líneas de Sandro Botticelli y del manierismo de Jacopo Pontormo y Parmigianino –la Madonna con el cuello largo (1534-1540, Galleria degli Uffizi, Florencia) de este último es una frecuente comparación– fueron muchas veces evidentes en sus trabajos”, señala Kangaslahti en su análisis.
Su salud continuó desmejorando, empeorada por el alcohol, las drogas y una miseria espantosa. Murió tuberculoso a los 35 años en el Hospital de la Caridad de París, el 24 de enero de 1920. La gloria llegó muy tarde: su obra maestra de 1917-18, Desnudo recostado, se vendió en 2015 por 113 millones de libras. Había llegado joven a París, en 1906, y fue amigo de Maurice Utrillo y de Pablo Picasso, y se vio influenciado de Henri de Toulouse-Lautrec, Georges Braque y Paul Cézanne. En la fascinación por lo “primitivo” de este último puede haber otra razón de sus caras alargadas: la atracción por las máscaras africanas en las que los rasgos se estiran.
Conocer a Constantine Brancusi lo inspiró para trabajar en la escultura entre 1909 y 1914, cuando se concentró casi exclusivamente en cabezas y cariátides talladas en piedra. La inspiración, aquí, fue el arte del antiguo Egipto, la Grecia clásica, Camboya y África. Esa fusión de formas primitivas y clásicas se ve en los dos Modiglianis del Bellas Artes, que no están datados, pero comparten un estilo muy suyo, según cita la investigadora del museo: “Fue definido como la obra de un “nègre Botticelli”.
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