Heroína de una novela real
La figura de la poeta suele ser representada como la de una criatura frágil, imagen que dista en verdad mucho de la mujer que desorientó a sus contemporáneos y que no se doblegaba ante los desplantes de los pares literarios
Félix Luna y Ariel Ramírez le pusieron letra y música a "Alfonsina y el mar", una bella y dolorosa zamba que Mercedes Sosa solía cantar en el tono angustiado que el tema exigía. Acaso ese tono ayudó a convalidar una imagen de Alfonsina Storni que desde mucho tiempo antes se había ido construyendo: la de una criatura frágil, con el suicidio como destino final. Basta con recordar el film Alfonsina (1957) de Kurt Land. Amelia Bence le daba vida a la poeta, para el caso, una mujer atormentada que deambulaba por la pantalla, parca en sonrisas y generosa en dolores. Su manera de matarse ayudó a legalizar ese papel. El suicidio siempre es doloroso e invariablemente se carga de romanticismo si es una poeta quien lo comete. Aunque en esta oportunidad, vale la pena recordarlo, el motivo era algo menos romántico: Alfonsina Storni se internó en el mar o se dejó caer desde la escollera, una u otra versión son igualmente válidas, porque sufría una enfermedad terminal. Estaba repitiendo la escena que un año antes había interpretado Horacio Quiroga. A él un cáncer de próstata lo llevó a beber cianuro. Cuando supo de la muerte de ese hombre que tanto había amado, Alfonsina escribió estos versos:
Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria…
Allá dirán.
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Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías…
Allá dirán.
Un poema en el que ciertamente estaba anticipando su propia muerte. A ambos los hostigó la misma enfermedad y ambos eligieron el mismo modo de morir. No hay quien se atreva a tildar de frágil o débil a Horacio Quiroga, aunque sí eligen hacerlo con Alfonsina Storni. Es una elección errada.
En los primeros días de 1912 Alfonsina deambulaba por la Estación Retiro (entonces Estación del Ferrocarril Norte), tenía 19 años, una pobre valija en la mano y un hijo en el vientre. Venía de Rosario, a tentar fortuna en Buenos Aires. Sabía que iba a ser un combate feroz, pero estaba acostumbrada a esos desafíos. Un año antes se había unido a la compañía teatral de José Tallavi para representar obras de Ibsen, Pérez Galdós y Florencio Sánchez en salas de Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Santiago del Estero y Tucumán. En la gran ciudad no había ni escuela ni teatro que la admitiese, pero se supone que ella había abandonado la actuación, por eso envió una carta a la revista Caras y Caretas para ofrecerse como periodista. Mientras esperaba la respuesta comenzó a trabajar como cajera en una farmacia, luego ingresó en las grandes tiendas A la Ciudad de México, para vender "estolas para el sexo bello de todas las edades". Leía todos los avisos que ofrecían empleos; así supo que Freixas Hermanos, una empresa que se dedicaba a la importación de aceite, andaba buscando un "corresponsal psicológico" (sic) que contara con redacción propia. Cuando llegó a la entrevista laboral descubrió que era la única mujer entre los cien varones que se postulaban. El examen consistía en la redacción de una carta comercial y dos avisos publicitarios, uno de yerba mate y otro de aceite de la firma. Tuvo que insistir para que la evaluaran y luego de cumplir con lo pedido, se marchó en medio de la sonrisa burlona de los varones postulantes.
Una semana más tarde, Freixas Hermanos le anunció que el puesto era de ella; claro que, por ser mujer, su sueldo iba a ser de doscientos pesos, la mitad de lo que le pagaban al empleado que ella reemplazaba. Estaba acostumbrada a esas indecencias, su militancia por los derechos de la mujer la había acercado a la Unión Feminista Nacional, al Partido Feminista y a la Asociación pro Derechos de la Mujer.
Mientras redactaba cartas y avisos publicitarios para Freixas Hermanos, terminó su primer poemario, La inquietud del rosal (1916), con versos que reflejaban su condición de madre soltera y las injus-
ticias que padecían las mujeres de su tiempo. El libro no tuvo la acogida que ella esperaba, le envió un ejemplar a Leopoldo Lugones; el poeta nacional no acusó recibo. La revista Nosotros fue más generosa: "Libro de una poeta joven y que no ha logrado todavía la integridad de sus cualidades –presagió–, pero que en el futuro ha de darnos más de una valiosa producción literaria". Los contratiempos fueron más allá del espacio literario: Freixas Hermanos no aceptaba que su "corresponsal psicológica" fuese una poeta que escribiera y publicase versos al borde de la inmoralidad. Le advirtieron que si insistía con esa actitud, debía renunciar al trabajo. Las cartas estaban echadas y Alfonsina Storni sabía de qué modo jugarlas: Freixas Hermanos se quedó sin su "corresponsal psicológica" y la poesía ganó a una de sus grandes poetas.
Aquella muchacha soltera que poco tiempo antes había llegado de Rosario ya era madre de un chico, al que llamó Alejandro, pero se empeñaba en no revelar el nombre del padre. Esta tozudez aumentaba los rumores: "Si no dice el nombre es porque ella misma lo ignora, esto significa que fueron muchos los varones que se acostaron en su cama". Es capaz de ser la única mujer en un banquete de intelectuales, todos hombres: la foto es de 1922 y se la ve, sonriendo digna, rodeada por casi treinta caballeros. No niega su romance con Horacio Quiroga, ni su amistad con Quinquela Martín, ese pintor de colorinches, expósito criado por un carbonero analfabeto del barrio de La Boca. Muchos desplantes para una sola mujer que lejos estaba de pertenecer a una familia encumbrada. Se podían tolerar ciertas travesuras de Norah Lange o de Victoria Ocampo, pero de ninguna manera las de esta señorita a la que habían visto repartiendo volantes para celebrar el Día del Trabajo y que había escrito libelos de este calibre:
La mujer podrá no desear participar en la lucha política, pero desde el momento en que piensa y discute en voz alta las ventajas o errores del feminismo, es ya feminista, pues feminismo es el ejercicio del pensamiento de la mujer, en cualquier campo de la actividad.
Alfonsina Storni desorientaba. Aquellas damas obedientes a los dichos de san Pablo en la "Epístola a los colonenses" (3:18) ("Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor") aprobaban los versos que postulaban: "Me echaré a tus plantas, humilde, sumisa", pero no podían contener el espanto cuando esa misma poeta describía al macho y a la hembra, "Omnívoro naciste para llevar la cota
Y yo el sexo, pesado como carro de acero", o cuando como impertinente madre soltera confesaba: "Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley".
No solía recibir el beneplácito de sus pares. Fueron impiadosos con ella, con su teatro y con sus versos: Luis María Jordán la describió como una "serpiente insaciada con sacudimientos de epilepsia" y Jorge Luis Borges habló de esas "chillonerías de comadrita que suele inferirnos la Storni". Esos desplantes no la doblegaban. "Terrible y como ejércitos en marcha", continuó componiendo con la fuerza de los primeros días. Dejó atrás el romanticismo de sus tres primeros libros para volcarse hacia el modernismo. En sus dos últimos poemarios, Mundo de siete pozos (1935) y Mascarilla y trébol (1938), se anticipa al vanguardismo.
En 1923, la revista Nosotros realizó una encuesta. Preguntaban: "¿Cuáles son los tres o cuatro poetas nuestros, mayores de 30, que usted respeta más?". Alfonsina Storni, que entonces tenía 31 años, fue una de las elegidas. En 1938 la volvieron a elegir, en esta oportunidad el Ministerio de Instrucción Pública Uruguayo la consideró una de las tres mayores poetas de Latinoamérica, las otras dos eran Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral. En poco más de veinte años dejó siete libros de poemas, cinco piezas teatrales, seis obras de teatro infantil, numerosos cuentos y un vasto número de artículos desperdigados en distintos medios del país. Desde 1920 hasta 1936, con el seudónimo de Tao Lao, escribió la columna "Bocetos Femeninos" para LA NACION.
Precisamente a este diario le envió su último y célebre soneto, "Voy a dormir", pocos días antes de suicidarse: tenía 46 años recién cumplidos. Alguna vez le preguntaron qué heroína de novela desearía ser. Entonces esta "frágil" mujer respondió: "Ninguna en realidad. He sido en la vida la heroína de una novela real, la más fantástica, dolorosa y esforzada que pudiera suponerse".