Hermenegildo Sábat: del misterio de la tinta a esa ilustre lección de libertad
Desde que publicó su primera caricatura, hace casi 70 años, viene dando cátedra de periodismo en el Río de La Plata; preguntas y certezas de un hijo que, como su padre, lleva el grafito y la acuarela en la sangre
Nota de Alfredo Sábat, dibujante de LA NACION e hijo de "Menchi", publicada en la edición especial aniversario del 15 de diciembre de 2017
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La verdad, no sé cómo hace. Y eso que lo conozco desde que nací. Y eso es así específicamente porque soy su hijo. Y crecí mirándolo trabajar por encima de su hombro. Pero no sé, no entiendo. Debe ser algo mágico. Algo que, lamentablemente para mí, no se transmite. Me refiero a que puede agarrar un lápiz graso, de esos que no permiten corregir ni borrar y, sin bocetar, hacer un dibujo de punta a punta en minutos. O puede tomar un pincel, mojarlo con mucha agua y mucha acuarela, y hacer una mancha totalmente expresiva donde los colores se funden como explosiones, de manera aparentemente azarosa, y que quede bien. ¿Tendrá algún control telequinético sobre el movimiento del pigmento en el papel? ¿Podrá controlar con su voluntad la humedad del papel y del aire? Si lo hace, ese secreto nunca lo heredé. No quiero sonar desagradecido: tengo un oficio que amo, casi todo lo que sé lo aprendí a su lado, y continúo una línea familiar con grafito y acuarela en la sangre. Pero algunas cosas no se repiten. Tal vez es mejor así.
Su padre era maestro de Lengua, y su madre era porteña, de La Boca. Su abuelo también se llamaba Hermenegildo , también era caricaturista y pintor, y murió poco tiempo antes de que mi padre naciera. Así que mi padre heredó su nombre y, con el tiempo, también el oficio.
¿Qué es lo que nos orienta, lo que nos define? ¿Será la genética, el ambiente, el deseo que viene atado a un alma que, en el reparto, es asignada a un cuerpo? Me lo he preguntado cientos de veces, tratando de entender mi propia vocación. Puede que sea todo eso a la vez. En el caso de Hermenegildo Sábat , él creció rodeado de los trabajos de su abuelo, y a los 15 años ya estaba publicando caricaturas en el suplemento Pulgarcito del diario El País. En los siguientes años pasó por varios medios hasta que, en 1966, le ofrecieron ser secretario general de Redacción de El País. Ante la certeza de que iba a tener que dejar de dibujar y dedicarse a otras cosas que no le daban la misma felicidad, lo habló con su esposa, Blanca, y decidieron emigrar a Buenos Aires para empezar de nuevo. Los acompañaron en esa aventura mi hermano Rafael, de 3 años de edad, y quien esto escribe, por entonces todavía en el vientre materno.
Los que siguieron fueron años duros, de rebotar entre agencias de publicidad y colaboraciones en distintas publicaciones. Hasta que en 1971 entró en La Opinión, diario legendario dirigido por Jacobo Timerman, lo que le dio el suficiente renombre para entrar en 1973 en Clarín, adonde sigue publicando hasta el día de hoy.
Oficio difícil el del periodista. Porque quien publica en un diario, aunque sea con un dibujo sin palabras, también está siendo un periodista que informa al lector, y por lo tanto debe pensar como periodista. Y tiene que informar, pase lo que pase. Durante la dictadura militar siguió buscando la manera de expresarse. Lo salvaba, a veces, la vanidad de los poderosos que disfrutaban verse dibujados, aun cuando esos dibujos no fueran muy favorables, llegando a "pedir gentilmente" los originales para enmarcarlos. Otras veces, no les divertía tanto, y se lo hicieron saber de manera clara. Cuando eso sucedía, al llegar a su casa no compartía la noticia con su familia. Como dijo más tarde, no sabe cómo se salvó: debe ser porque estaba muy abajo en la lista.
¿Tendrá algún control telequinético sobre el movimiento del pigmento en el papel? ¿Podrá controlar con su voluntad la humedad del papel y del aire? Si lo hace, ese secreto nunca lo heredé
Paralelamente, seguía pintando y haciendo libros, y durante la Guerra de Malvinas comenzó a dar clases de dibujo. Lo que fue inicialmente un impulso de supervivencia continúa todavía actualmente en su Taller de Artes Visuales.
La democracia volvió y las libertades se restablecieron. Pero esto no garantizó por sí solo la tranquilidad de la labor periodística. Sólo hay que recordar el caso Cabezas , y la horrorosa moda de amenazar a periodistas que desató, de la que también fue víctima Hermenegildo. Diez años después, un dibujo suyo desató la ira presidencial, en un acto público transmitido por cadena nacional. Fue un momento bastante insólito: que un presidente, sea quien sea y donde sea, dedique su precioso tiempo a pelearse con un dibujo ya es algo poco común. Pero que se dediquen a hablar de un dibujo en un país supuestamente rico donde sus autoridades evitan hablar de la pobreza ya es bastante triste.
En 1988 recibió el premio Maria Moors Cabot de la Universidad de Columbia, por su trabajos durante la dictadura. En 2005 obtuvo de manos de Gabriel García Márquez el Premio Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. En 2008 lo nombraron miembro de la Academia Nacional de Periodismo, de la cual es hoy presidente. Y hace apenas un mes y algunos días le dieron el Premio Konex de Brillante al Periodismo.
Cierta vez, ante un apriete, Hermenegildo supo decir: "En mi familia siempre nos guiamos por las palabras del mejor uruguayo que existió, José Gervasio Artigas, cuando dijo «Con libertad no ofendo ni temo»". El apriete lo había recibido yo por un dibujo que publiqué en LA NACION. Lo dijo en mi defensa. Además de emocionarme, me hizo recordar la importancia de una cosa. Algo que es como el aire que respiramos y nos da vida a los periodistas, a los dibujantes y a todos los seres humanos en general: la libertad. Mi padre me enseñó el amor a la libertad. Entre muchas otras cosas que enseñó y enseña. Aunque nunca me haya enseñado cómo hace eso con la acuarela.
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