Hermafrodita
El caso de Herculine Adelaide Barbin y un cuaderno con sus memorias que descubrió, interesó y difundió Michel Foucault, en una obra que vuelve a escena
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“Tengo que hablar de cosas que para muchos no serán más que absurdos increíbles; porque sobrepasan, en efecto, los límites de lo posible”, escribía en sus memorias Herculine Adelaide Barbin, una persona intersexual –definiríamos hoy, ajustados al manual de “cómo lo digo” que se va reescribiendo con los avances de este siglo –, nacida en París en 1838 como mujer y más tarde considerada varón (Abel Barbin).
El diario habla de su infancia en instituciones religiosas para huérfanos y enfermos, del ingreso a los 15 años –tras el reencuentro con su madre– en la escuela que la convertiría en una institutriz ejemplar, de ese pasaje de pupila a maestra, de su relación con Sara, que le prodigaba mil delicadas atenciones, y de lo que vino después. “A esa edad en que se desarrollan todos los encantos de la mujer, yo no tenía ni el aire lleno de abandono ni la redondez en los miembros que revelan a la juventud en flor. Mi tez, de una palidez enfermiza, denotaba un estado de sufrimiento constante. Mis rasgos tenían una cierta dureza que era imposible ocultar. Un ligero vello que se acrecentaba todos los días cubría mi labio superior y una parte de mis mejillas. Se comprende que esta peculiaridad diera pie a bromas que quise evitar utilizando tijeras a modo de cuchillas. Sólo conseguí, como era natural, espesarlo más y hacerlo más visible todavía”.
Era fines de enero de 2020 cuando por primera vez supe de esta historia. Se estrenaba en el auditorio del Malba Hermafrodita. Una pareja de experimentados bailarines coreógrafos se ponía en la piel de dos conferencistas –Mayra Bonard y Carlos Casella– y encontraban un lenguaje para relatar la inquietante vida emocional y amorosa de Herculine. En plena tarde de verano porteño, el estreno en el marco del festival FIBA tenía carácter de avant premier, sin más funciones hasta que comenzara la temporada. No estaba en los planes de nadie que semanas después se acabara (prácticamente) el mundo como lo conocíamos, que entráramos en ese paréntesis obligado de casi dos años sin teatros.
Algo extraño, sin embargo, me dejó prendida a esa obra de Alfredo Arias, una de las últimas representaciones “en vivo” que vi antes de la “virtualidad” total: el ticket de entrada (un rectángulo de cartón estándar, fondo blanco con letras negras sobre arabescos lilas) quedó boyando en mi cartera como metáfora de ese limbo; ni siquiera cuando había pasado el vendaval, la “normalidad” lo mandó a a la cajita de boletos y programas que atesoro como ayudamemoria.
El caso es que Hermafrodita vuelve a escena mañana, en El Cultural San Martín. Se hizo largo el intervalo. Leía el anuncio cuando quise recordar cómo había sido que Michel Foucault descubrió aquellas memorias y las dio a conocer. Fue el filósofo quien las encontró en los archivos de la seguridad social francesa y a fines de los años 70 publicó en Herculine Barbin llamada Alexina B un texto titulado “El sexo verdadero”, que analiza y pone al tema un marco histórico, biológico, médico y jurídico, junto con un dossier de documentación y el cuaderno original: “Se trata del diario o, más bien, de los recuerdos dejados por uno de estos individuos a los que la medicina y la justicia del XIX exigieron obstinadamente una identidad sexual legítima […]. Obligada a cambiar de sexo legal, después de un procedimiento judicial y una modificación de su estado civil, fue incapaz de adaptarse a su nueva identidad y acabó por suicidarse”.
Como diría la propia protagonista de esta historia, “entregada a mi ocupación favorita, la lectura” fui encontrando una constelación de libros asociados a Foucault, Herculine y la intersexualidad –por supuesto, Judith Butler se ha referido a esto–. El novelista estadounidense Jeffrey Eugenides empezó Middlesex, el título que le dio el Pulitzer, para llenar esos vacíos que encontraba en el diario. “Quería escribir sobre un hermafrodita real –declaró–. Los hermafroditas de la literatura han sido figuras míticas, como Tiresias, o creaciones fantasiosas, como el Orlando de Virginia Woolf. Platón afirmó que el ser humano original era hermafrodita. Esas dos mitades se separaron y ahora deben buscarse eternamente, lo que explica por qué es tan difícil conseguir mesa el Día de San Valentín”.
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