Herencias literarias
La compilación de ensayos Otros colores puede leerse como un apasionante caleidoscopio de los intereses librescos y, a la vez, como una fragmentaria autobiografía del escritor turco Orhan Pamuk, Premio Nobel 2006
Otros colores
Por Orhan Pamuk
Mondadori/Trad.: Rafael Carpintero/480 páginas/$ 59
"La vida no se parece a este libro en sí, sino a su estructura. Porque este libro no termina ninguna historia de las que cuenta y, en realidad, no les da sentido", dice Orhan Pamuk en su prólogo a una traducción al turco de Tristram Shandy , del autor irlandés Lawrence Sterne. Y su propio libro, Otros colores (que incluye el prólogo citado), parece una prueba irrefutable de la misma certeza: este volumen misceláneo, fluidamente traducido por Rafael Carpintero, donde conviven artículos, ensayos, comentarios sobre literatura, pintura, piezas que parecen epílogos de varias de sus novelas, reflexiones sobre Europa y Estados Unidos, una entrevista y un relato, todo ello de tono netamente autobiográfico, ofrece la posibilidad al lector de armar de una o varias maneras posibles el rompecabezas Pamuk.
Nacido en Estambul en 1952, en una familia pudiente, díscola e irreligiosa, lector voraz desde la adolescencia en un país donde no había televisión, se entregó a devorar las obras de los grandes escritores del canon (occidental) con la pasión e intensidad de alguien que los mira desde el patio trasero de Europa y que siente que difícilmente podrá ser recibido en la sala. La lectura fue su vía de acceso; Dostoievski, su guía de viaje, su precursor tanto en el intento de "descifrar nuestro ser" como en el hecho de haberse quedado "aparte de su propio país porque se había envenenado con libros occidentales", detestando la imposición del mismo modelo europeo que admiraba. De esta escisión contradictoria, y de sus sufrimientos, a Pamuk lo salvó la época y la lectura incesante. La época, porque el autor se convirtió primero en lector y luego en escritor "posmoderno" -como lo han calificado convencionalmente-, es decir, globalizado, es decir, amante de la multiplicidad, sin necesidad de odiar el patio trasero (Turquía) ni de resentirse por los lujos que colman la sala (Europa), y que puede escribir, en turco, con muchas voces diferentes, es decir, ponerse en el lugar de. La lectura, porque a Dostoievski se sumaron, entre muchos más, Sartre, Camus, Victor Hugo, Proust, Virginia Woolf, Thomas Bernhard, Vargas Llosa, Rushdie y su admiradísimo Nabokov, otro escritor ruso que se internacionalizó por necesidad y terminó siendo sumo sacerdote, en el siglo XX, del lenguaje deslumbrante por lo menos en dos lenguas. A todos ellos Pamuk les dedica amorosa atención en Otros colores , en una sección llamada, simplemente, "Libros y lecturas". Allí nos enteramos, también, de su lucha por limpiar (en especial los estantes de literatura turca, de "obras de autores varones y calvos, de entre cincuenta y setenta años") su biblioteca de 12.000 volúmenes, a la que considera su verdadero hogar, y que, junto con la ciudad de Estambul, constituye el cimiento axial de su existencia. La primera sección del libro, "Vivir y preocuparse", contiene viñetas y reflexiones de su vida, algunas ilustradas con dibujos del autor (quien antes que escritor fue pintor, y que abandonó la arquitectura por la escritura), publicadas originalmente en la revista Okuz entre 1996 y 1999. Su hija Rüya, su padre, su propia infancia, las vacaciones (pasadas y presentes) en las islas, los barcos del Bósforo, el terremoto que azotó Estambul en 1999 son los temas. Pero en todo el volumen -en secciones tales como "La política, Europa y otros problemas relativos a ser uno mismo", "Mis libros son mi vida", "Cuadros y textos", "Otras ciudades, otras civilizaciones", la entrevista con la Paris Review o lo que se califica como relato (en algún punto todo es relato y pura verdad), "Mirar por la ventana"- emerge el perfil incuestionable de una autobiografía, aunque hecha de fragmentos, "como si fueran esas fotografías de momentos felices sobre las que volvemos tan a menudo". Sin embargo, los fragmentos abarcan momentos poco felices, como el del proceso al que Pamuk fue sometido (y del que fue absuelto) en Turquía tras haber denunciado con toda naturalidad, en una entrevista en Suiza, que en su país era tabú mencionar el genocidio de los armenios otomanos, un hecho que lo convirtió en héroe en Occidente, pero que no obstante no le impidió regresar a su Estambul natal y retomar su vida cotidiana de diez horas de escritura diaria, como un simple oficinista, sin calzarse el sayo del escritor perseguido, sin solemnidad alguna, declaró: "Ahora que el Estado quiere encarcelarme, por fin he logrado convertirme en un auténtico escritor turco". Y tal vez "naturalidad" (y no naturalismo) sea el mejor término para describir la escritura de Pamuk. Tal como él lo expresa, "la literatura consiste en ver el mundo con palabras, más que narrarlo". Y en esa naturalidad hay algo de la infancia, cierto componente lúdico que le permite indagar su propia identidad a través de otras voces, elegir la multiplicidad con una honestidad que desarma la hostilidad del binarismo entre el "bien" y el "mal", cultivar la imaginación y no refugiarse en el resentimiento del "choque de culturas". "Borges y Calvino me liberaron", afirma en la entrevista. "Las connotaciones de la literatura tradicional islámicas eran tan reaccionarias, tan políticas, y los conservadores la usaban de una forma tan anticuada y estúpida que nunca había pensado que pudiera hacer nada con ese material." A través de Occidente pudo valorar Las mil y una noches .
Vale la pena advertir que, a pesar del placer -y la extrañeza- que Otros colores puede deparar a quien aborde su lectura, no conviene empezar por este volumen para un lector virgen de la escritura de Pamuk. Este libro se disfruta realmente si se ha leído al menos parte de su obra, si se ha percibido antes su pasión por sumar en vez de oponer, y de asumir ambas herencias literarias, oriental y occidental, algo que lo convierte sin duda en uno de los escritores más notables de nuestra época. Como él mismo señala: "La esquizofrenia te hace inteligente". Y a Pamuk esa inteligencia lo libra, afortunadamente, de los estereotipos impuestos por la época, al punto de que el lector le cree, sin sentir que es una boutade , sino pura franqueza cuando responde a la pregunta "¿Cómo se siente al conceder entrevistas?" de este modo: "A veces estoy nervioso porque doy respuestas estúpidas a preguntas sin sentido".
© LA NACION
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