Heráclito
Por Guillermo Saavedra Para LA NACION - Buenos Aires, 2002
Luego de emprender
la guerra cotidiana
contra el mundo,
finalmente Ella desiste,
más hermosa
que nunca.
Un gato intenta
compartir esta tregua
pero es expulsado
con un plato de leche
más allá de los límites
del corazón de fuego
de la casa.
Ella, entonces,
comenta en voz alta
un florilegio
de los presocráticos.
Mientras Heráclito
reina entre nosotros
-"el logos es algo
más importante
que el discurso",
se queja Ella
de los malos exégetas-,
recuerdo que la he soñado
como un monumento
sensual:
entre pliegues de tiempo,
yo intentaba colocar
en Ella
una pequeña placa
conmemorativa.
No era mero discurso
sino pensamiento
hecho carne
lo que esas pocas
palabras
me dictaban
en aquel sueño
donde todo ardía
en el fuego impiadoso
de los griegos
de Oriente.