Henry James, el escritor de culto entre lectores y narradores argentinos
A 180 años del nacimiento del autor de “Otra vuelta de tuerca”, su obra sigue más vigente que nunca a través de las adaptaciones para cine y plataformas como Netflix; la voz de los fanáticos locales
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Incluso los que jamás leyeron una novela o un cuento de Henry James (1843-1916) conocen las historias de este escritor estadounidense-británico que, infectado por lo que denominó el “virus europeo”, se trasladó en 1876 a Inglaterra, donce comenzó a publicar su extensa y apasionante obra. Las decenas de adaptaciones al cine y la televisión de sus relatos -una de las más recientes es la serie La maldición de Bly Minor (Netflix), de Mike Flanagan, basada en Otra vuelta de tuerca; dos de las mejores, la versión cinematográfica Las bostonianas, de James Ivory, y la de El retrato de una dama, de Jane Campion- permitieron que James (un escritor cuya obra se consideraba difícil y reservada a una elite) se volviera popular. Hoy se conmemora el 180° aniversario de su nacimiento, en Nueva York.
Como la mayoría de los grandes escritores, tuvo un catálogo de temas a los que volvía de manera recurrente. La virtualidad del ser, las trampas de la percepción y la imaginación, un cosmopolitismo fatal, los antagonismos entre estadounidenses y europeos, la superioridad moral o estética de los personajes femeninos (Maisie, Christina Light, Daisy Miller, Isabel Archer, Milly Theale), el abismo entre el arte y la vida (Jorge Luis Borges señalaba que la obra de James adolecía de “la ausencia de vida”), el acecho de los dobles, la cámara de eco de las conciencias y las inquietantes amenazas a cualquier forma de virtud, entre otros, componen la “paleta argumental” del autor de La copa dorada y Las alas de la paloma, por mencionar dos de sus grandes novelas de madurez.
“En verdad, todos los seres están incompletos en la vida, y solo el arte puede responder, reproduciéndolo, al deseo de cada cual de verse completado, de verse, en cierto modo, justificado”, reflexionó el autor de La fuente sagrada. No solo las narraciones de James encuentran una nueva vida en lecturas, adaptaciones y reescrituras; el propio autor se convirtió en héroe de ficciones ajenas.
Joyce Carol Oates, Colm Toíbín (con su magistral novela The Master), Edmund White, Gore Vidal y el Nobel de Literatura J. M. Coetzee, entre otros autores, transformaron a James en personaje. Amén de Borges, los escritores argentinos -José Bianco (quien dio en la tecla al traducir The Turn of the Screw como Otra de vuelta de tuerca), Vlady Kociancich, Leopoldo Brizuela (la impronta jamesiana se puede leer en la novela Lisboa), Marina Yuszczuk, Luis Gusmán, Tomás Eloy Martínez, Eduardo Berti, Esther Cross y Betina González (que les dedican páginas a él y a sus hermanos Alice y William James en el reciente libro La aventura sobrenatural), Pablo De Santis y Guillermo Martínez (que el 21 a las 18:30 dará la charla “La lección de los maestros” en la sede central de la Alianza Francesa)- profesan un culto a James y son, parafraseando el título de una de sus novelas más osadas, sus embajadores más entusiastas.
Luis Chitarroni
“Henry James me gusta en general, que es un modo abnegado y necio de declararlo. Me gustan en particular los cuadernos de notas, en los que iba bosquejando y poniendo nombres que después acaso no utilizara. No logré leerlo todo, porque su obra es inmensa, pero hasta sus novelas más largas me encantan: Los embajadores, Las alas de la paloma, La copa dorada. A veces tiene un gran parecido temático con alguien que parece en las antípodas, Patricia Highsmith. Mis relatos breves favoritos son “La próxima vez” y “El autor de Beltraffio”. Creo que quien mejor lo compiló fue Frank Kermode. El prólogo de Borges a La humillación de los Northmore es una buena enumeración de los temas. No siempre se tradujo bien, como hizo Pepe Bianco con algunos de los relatos. O Marcelo Cohen con sus cuadernos de notas, o Elvio Gandolfo”.
Guillermo Martínez
“Se ha dicho, suficientes veces, que el arte de Henry James reside sobre todo en la hondura y delicadeza con que pulsa la psicología siempre elusiva, siempre compleja, de sus personajes. “Llego más allá del laboratorio del cerebro”, fue una de sus últimas frases. Sin embargo también había en James, que tuvo durante toda su vida como maestro a Balzac, un oído atento a los cambios imperceptibles, todavía incipientes, en la escena social y al surgimiento de nuevos “tipos humanos”: Las bostonianas tiene como trasfondo el inicio en Norteamérica de las luchas feministas por el derecho al voto; Los tesoros de Poynton registra una pasión entonces recién inaugurada: la codicia por los muebles y objetos antiguos, y Los diarios registra la irrupción de las novísimas agencias de recortes, ahora desaparecidas. En El punto de vista, a su regreso de largos años en Europa, expresa en una carta el fundamento de la riqueza potencial que encerraban para él lo personajes femeninos al constatar “el creciente divorcio entre la mujer americana (con su comparativo tiempo libre, cultura, gracia, instintos sociales, ambiciones artísticas) y el hombre americano inmerso en la ferocidad de los negocios, sin tiempo para nada que no sean los intereses más sórdidos, puramente comerciales, profesionales, democráticos y políticos”.
A la par de sus célebres cuentos de fantasmas, equivalentes en su época al género policial actual, James escribe en los “años difíciles” de su madurez una serie extraordinaria de cuentos y nouvelles sobre la vida literaria, reunidos en The figure in the carpet and other stories (Penguin). La colección se inicia con “La figura en el tapiz”, en la que su álter ego, Hugh Vereker, se queja de la “tontera habitual” de la crítica, que no alcanza a discernir el secreto profundo, la “fórmula general, el orden exquisito” que rige sus libros. ¿Cuál era en todo caso la figura que James hubiera querido que vieran en su propia obra? ¿Qué hubiera esperado escuchar él de los críticos? Posiblemente muy poco, una sola línea, la distinción elemental: el reconocimiento de que entre todos los que simplemente escribían novelas, él estaba fundando el arte de la novela y -podemos agregar ahora- llevando ese arte a una de sus cimas más altas. O quizá, como arriesga el biógrafo Leon Edel, las mismas palabras que James dedica en Los papeles de Aspern a su escritor ficticio: “En un período en que Norteamérica era desnuda y cruda y provinciana, cuando la famosa ‘atmósfera’ de la que se supone que carece ni siquiera era extrañada, cuando la literatura era solitaria y la forma y el arte casi imposibles, él había hallado el modo para vivir y escribir como uno de los primeros, para ser libre y no temer a nada, para sentir, entender, y expresarlo todo”.
Además de la innovación más reconocida que junto con Jane Austen trajo a la literatura moderna -el estilo libre indirecto- James descubre y explora una tercera posibilidad en la gastada y falsa antinomia lenguaje versus trama: la materia principal de su narrativa no son los hechos en sí (que de todos modos se precipitan cuando es necesario en giros sorprendentes de la trama), ni tampoco los alardes del lenguaje (aunque puede ser tan alambicado como se quiera), sino la incertidumbre y las vacilaciones de los personajes, el teatro de sus mentes, la demora en la reflexión sobre las consecuencias y bifurcaciones posibles de sus decisiones.
Es el escritor al que siempre volví, a lo largo de casi todos mis libros: mi primer volumen de cuentos (inédito) se llamó “La jungla sin bestias”, como inversión del título de uno de sus grandes cuentos, “La bestia en la jungla”. En mi novela Acerca de Roderer [recientemente reeditada en su 30° aniversario] se discute acerca de “La figura en el tapiz” y también le dediqué algún cameo en La muerte lenta de Luciana B. Mis novelas La mujer del maestro y la más reciente -La última vez- pueden verse como revisitaciones de temas de sus nouvelles de la escena literaria. Y no me extrañaría que reaparezca todavía como un fantasma benigno y tutelar en alguna de las que vendrán”.
María Martoccia
“Muchas veces después de leer a Henry James, aunque sea un párrafo, quedo cansada, como si hubiera subido una montaña. Su prosa es densa, intrincada, da trabajo, resulta por momentos ilegible. James sacrifica el contenido por la forma. Su método para la expresión es tan importante como la expresión misma. El estilo es un mecanismo que proyecta a la perfección sus curiosas y complejas percepciones. Y sorteadas las dificultades, es magnífico: sugiere más que dice, todo puede ser otra cosa (¿el niño de Otra vuelta de tuerca muere de miedo o lo asfixia la institutriz?), flota en los relatos el perpetuo equívoco. Los aciertos a la hora de escribir, parece decirnos, están hechos de omisiones e inexistencias. Creo que para él, escribir es un problema, no una solución. No elige el camino fácil”.
Juan Terranova
“Una vez le pidieron tres consejos a Henry James. Él respondió: “Be kind, be kind, be kind”, o sea “ser amable, ser amable, ser amable”. ¿Eran consejos para escribir o para vivir? A veces pasamos muy rápido por alto que James estuvo en la guerra. Sus libros, de salón e intrigas privadas, de interiores, parecen escritos con el propósito de acompañar siempre al lector, en complicidad, o proponiéndole un misterio que no se va a solucionar. Mi obra preferida de James es el relato “The Real Thing”, que se puede traducir, y se tradujo, como “Lo real”, porque es una reflexión sobre el arte y el realismo, y quizás también porque es su relato más político”.
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