Helado de mar en el menú artístico del Malba
El museo rescata la crema salada creada por Quisqueya Henríquez, que desafió hace casi dos décadas los preconceptos sobre el Caribe
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Agobia el calor del verano porteño, y una cremosa bocha de helado turquesa es lo primero que se ve al entrar en el sitio web del Malba. Grandes letras negras explican que está hecho de “agua del mar del Caribe”. Suficiente para que la imaginación nos lleve al instante a ese destino tantas veces soñado: la playa de arenas blancas, horizonte, sol, una bebida fresca bajo las palmeras.
No hay que dejarse engañar. Lo que ofrece el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires en la quinta entrega de La historia como rumor, un archivo virtual dedicado a la performance, es un recorrido por el lado B del paraíso. Un desafío a nuestros prejuicios, un empujón hacia afuera del lugar común, tan inesperado como la inolvidable sensación de tragar agua salada al bañarse por primera vez en el mar. Solo que a distancia prudente y sin sentido del gusto, como impone la pandemia.
Salado es, de hecho, el sabor del helado con algas que no se podrá probar. Múltiples testimonios refieren en cambio a la original creación de Quisqueya Henríquez, artista nacida hace 54 años en Cuba y criada en República Dominicana. País al que regresó en 1997 tras haber vivido en México y en Miami, donde vio el Caribe desde otras perspectivas.
Al hacer la obra por primera vez, en 2002, quiso compartir con el público “una experiencia en relación al mar” que integrara muchas posibles. “No puede significar lo mismo el mar para quienes llegan como la industria del deseo, que es el turismo, que para quienes se van una embarcación en forma ilegal por razones económicas o políticas -dijo Henríquez a LA NACION-. Y por eso el sabor no puede ser agradable como un helado comprado en una heladería. Tiene ese otro componente: nuestra historia, nuestros fracasos, nuestra realidad”.
Esa realidad, explica Henríquez, tiene muchos más tonos que el azul del agua que impacta desde el avión al aterrizar en Santo Domingo. Las rutas marítimas que permitieron la llegada de piratas y colonizadores son hoy codiciadas por empresas chinas, y funcionan como un muro invisible para la gran mayoría de la población.
“La visión turística es encapsulada: mar, playa, diversión. Pero quienes vivimos acá necesitamos visas para viajar a casi cualquier parte del mundo, y para obtenerlas hay que tener dinero y propiedades que la mayoría no tiene”, advierte desde República Dominicana Sara Hermann, curadora de esta exposición virtual presentada por el Malba que “reflexiona críticamente sobre la construcción de ficciones desde los espacios de poder”. “Con el colonialismo no solo viene el patriarcado y el racismo -señala-, sino también la construcción de un imaginario muy particular de esa tierra conquistada, relacionado con el deseo y lo exótico”.
Parte de ese imaginario lo alimenta el preconcepto de que los caribeños son “apasionados, de sangre caliente y poco pensantes”. Un supuesto determinismo geográfico de la personalidad que Henríquez desafió con su serie Burlas, a la que pertenece Helado de agua de mar caribe, y que incluye también sangre y ropa congelada. “La manera que tiene Quisqueya a través de su obra de alterar los órdenes establecidos y desviar las normas perceptivas confiere al helado, elemento cotidiano de gusto y deseo, la propiedad de ser instrumento de cuestionamiento de las historias aprendidas”, señala la curadora.
Desde 2002, cuando se presentó en la feria Art Chicago en un proyecto curado por Peter Doroshenko, esta última obra se dio a probar al público en otras tres oportunidades: en The Bronx Museum of the Arts, en Nueva York (2007), en el Perez Art Museum de Miami (2008), y en el Centro Cultural de España en Santo Domingo (2009).
Mientras sueña con que algún día integre la colección de una institución, Henríquez advierte que si volviera a hacerla tendría que añadir ingredientes conceptuales como “la contaminación, la lucha por las rutas marítimas y los huracanes producidos por el cambio climático”. “No significa lo mismo el mar en 2002 y en 2021 -observa-. Para quienes tienen propiedades frente al mar, eso significaba entonces lujo, poder adquisitivo. Hoy significa peligro de perder su patrimonio, porque ese litoral se está desdibujando como consecuencia del derretimiento de los glaciares”. Uno de los efectos del calor que provocamos, y que está volviendo las islas tan efímeras como su helado.
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