Héctor Schmucler, sabio y hospitalario
El argentino, nacido en 1931 y muerto anteayer, fue un intelectual ejemplar
Lo conocí en México, hace casi cuarenta años. Yo era quizá excesivamente joven y sin duda ignorante como para pretender que me tomara en serio, pero desde la primera conversación Toto me tomó en serio, no como un padre a un hijo, no como el maestro a su alumno, sino de ese otro modo, a la vez el más sencillo y el más difícil: como una persona que toma en serio a otra persona. Héctor Schmucler, Toto, hizo a lo largo de su vida muchas y grandes cosas, pero sobre todo cultivó algunas artes: la hospitalidad y la conversación.
No pueden estas breves líneas contener los rasgos salientes de una vida que fue un prolongado encadenamiento de aventuras intelectuales y políticas, puntuadas por la sombra de la tragedia y por la disposición nunca menguada para indagar en las posibilidades de la vida. Nacido en Entre Ríos en 1931, pasó su infancia y juventud en Córdoba donde, luego de un intento breve de estudiar medicina, se graduó en la carrera de Letras. Fundó, a principios de los años 60, junto a José Aricó y Juan Carlos Portantiero la revista Pasado y presente, con el objetivo de renovar política y teóricamente el marxismo. Sus años de París, entre 1966 y 1969, no fueron solamente los del doctorado que realizó bajo la dirección de Roland Barthes; fueron también los de la experiencia del 68 y los del inicio de su estrecha amistad con Julio Cortázar. Al regreso, esa vocación por estar con los otros en la palabra y a través de ella lo llevó a fundar y dirigir revistas y editoriales inevitables en la historia de la cultura argentina: Los Libros con Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia y Germán García; los Cuadernos de Pasado y Presente, la editorial Signos, que luego sería el inicio de Siglo XXI Argentina.
Una obra intelectual que era también una obra política y que se continuaba, naturalmente, en la política misma, en un trayecto que, después de la expulsión del Partido Comunista, derivó al guevarismo, al maoísmo y, finalmente, a una afinidad ambigua con el peronismo revolucionario. Un camino que, por aquellos años, conducía casi inexorablemente a la muerte o al exilio. Ambas tragedias se interpusieron en el destino de Schmucler: exiliado en México con su hijo menor, Sergio, y su pareja de entonces, se enteró de la desaparición, a los 17 años, de Pablo, su otro hijo, del cual finalmente supo que había sido asesinado en La Plata en 1977.
En México inició un proceso de revisión intensa, aguda y dolorosa del pasado reciente, de la responsabilidad de las organizaciones armadas en la violencia política y de los usos de la memoria que dio origen a una reflexión cada vez más filosófica, más tensamente orientada a indagar en las preguntas esenciales de la condición humana, sin apartarse nunca de la dimensión pública, sin perder de vista que se es humano con los otros y que ese estar con los otros es esencialmente una política. Sus intervenciones, desde la revista Controversia primero y ya en Argentina, nuevamente en Córdoba, constituyeron un suelo esencial para quienes están dispuestos a pensar sin complacencias. Referencia ineludible para una nueva reflexión sobre los derechos humanos, sobre las prácticas políticas, sobre los usos del pasado, Toto vio alejarse a aquellos que prefieren subordinarse a determinadas causas antes que defender ciertos valores: fue, también, víctima de la polarización de los años últimos. Como pocos, en esa indagación Schmucler se comprometió a sí mismo, arañando el fondo de su alma, para decirlo de un modo que querría excluir toda retórica para dejar al descubierto la literalidad de un ejercicio metódico, implacable, pero nunca oscuro. Reconocido en toda América Latina por sus trabajos sobre comunicación, la durable impronta de Toto está en otro lado: en la sabiduría, en el desprendimiento que permite acercarse a lo verdadero, aun si lo verdadero es siempre incierto, siempre esquivo. "Lo que hay -dijo hace unos años- es esta necesidad de no olvidar, de tener memoria de que no tenemos respuestas. [...] El gran tema es preguntar. No responder. Si hay una felicidad posible, es la de poder interrogarnos". Las preguntas que nos ayudó a formular seguirán abiertas, pero el vano ejercicio de intentar responderlas será, sin Toto, intensamente triste. Nos queda acompañarlo, para usar una expresión suya, abrazándolo estrechamente.
Más leídas de Cultura
“Enigma perpetuo”. A 30 años de la muerte de Liliana Maresca, nuevas miradas sobre su legado “provocador y desconcertante”
“Un clásico desobediente”. Gabriela Cabezón Cámara gana el Premio Fundación Medifé Filba de Novela, su cuarto reconocimiento del año
Perdido y encontrado. Después de siglos, revelan por primera vez al público un "capolavoro" de Caravaggio