Héctor Abad Faciolince: “Siempre me intrigaron las personas que en situaciones de degradación moral son capaces de mantenerse íntegras”
El colombiano escribía “Salvo mi corazón, todo está bien”, la historia de un cura que espera un trasplante, cuando supo que también estaba enfermo y lo tenían que operar; el bien y el mal, el cuerpo y el alma, el cine y la ópera, Twitter y Shakira
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MADRID.– “Bienvenida a mi casa”, dice desde Medellín Héctor Abad Faciolince. Las paredes de su hogar luminoso están habitadas por libros y más allá de aquel salón, la perspectiva revela otro espacio donde también palpitan volúmenes. Allí, durante la pandemia, comenzó a escribir su última novela, su regreso a la ficción después de un hiato de ocho años: Salvo mi corazón, todo está bien (Alfaguara). Luego dio inicio a una serie de encuentros y entrevistas con testigos y amigos del protagonista cuya historia quería narrar y, finalmente, cinceló el texto en un lugar mágico: La Casa Estudio Cien Años de Soledad, en Ciudad de México, donde Gabriel García Márquez escribió la célebre épica de la familia Buendía.
“Si alguien llegara a sospechar que esta historia se basa libremente en la vida de Luis Alberto Álvarez, un sacerdote extraordinario, un cura bueno de quien fui amigo, estaría en lo cierto”, aclara en la nota bene de la historia de un religioso que espera un trasplante de corazón. No se trata de cualquier sacerdote, sino de un hombre culto, erudito del cine, crítico y director, rebautizado Luis Córdoba, el Gordo, por Abad Faciolince. Mientras su frágil salud necesita de gran atención y cuidados, este hombre respetado por toda la comunidad debe mudarse a una casa donde viven dos mujeres y tres niños. El autor de Basura, Tratado de culinaria para mujeres tristes, Lo que fue presente, La Oculta y El olvido que seremos, la historia de su padre, el médico sanitarista Héctor Abad Gómez, asesinado por paramilitares en 1987, una oda al padre que Fernando Trueba adaptó al cine, vuelve a invitar al lector a un universo que conoce bien: la educación, con método y con ejemplo, regida por la eficacia de la bondad.
–El olvido que seremos es un homenaje a su padre. ¿Era el turno de escribir para su madre, Cecilia Faciolince? ¿Cómo hubiese ella recibido esta novela?
-La gente que conocía a mi mamá me preguntaba por qué no escribía una novela sobre ella. Ella tuvo una vida muy feliz, vivió 96 años. Murió con una muerte menos dolorosa, menos injusta que la de mi padre, en la cama, en la casa, rodeada de sus hijas. El olvido que seremos era una reivindicación de mi padre y de su memoria, y ella no necesitaba ninguna reivindicación. Esta novela, escrita durante la pandemia, tiene mucho que ver con la fragilidad de la vida, con la enfermedad, con el hecho de sentirnos amenazados. Coincidió con el deterioro físico final de mi madre. A ella la caracterizaba algo muy importante y es que fue una niña huérfana de padre que había sido criada por dos tíos curas, que ejercieron como su figura paterna. A ella siempre le hizo sufrir mi sereno ateísmo. No soy católico, pero cuando algo decae y va desapareciendo, me pongo del lado de los que están mal. Y como todos los libros sobre curas últimamente muestra a perversos y pederastas, pensé en una novela que le pudiera gustar a mi madre. Y también escribí sobre un amigo muerto que quedó en mi memoria, Luis Alberto Álvarez.
–Imagino el desafío de escribir desde una perspectiva muy distante a la propia.
-No siento mucho ni interés ni mucha simpatía por los sacerdotes, pero es una muestra de que como escritor uno puede escribir con respeto o con cariño, con amor incluso de personas que se dedican a un oficio que a uno no le gusta.
–Esta novela, paradójicamente, tan distante a su vida, se convirtió en un libro personal. ¿Por qué?
-Escojo un cura, dos curas, en realidad, para la novela, trato de que no me involucre mucho, de lograr esa distancia, pero algo ocurrió. Es curioso, porque escribía sobre alguien que está enfermo del corazón y yo también enfermo del corazón. Tenía desde siempre, desde muy joven, un soplo, una cosa sin importancia, pero durante la escritura del libro, empiezo a sentir caminando y nadando un dolor en el pecho. Voy donde mi cardióloga, me examina, y me dice que tenía un estenosis aórtica, y cuando ya es sintomática, es severa. Debía operarme. Todo se volvió más personal, y empecé a estudiar más detenidamente qué me pasaba a mí y así entendí qué le pasaba al Gordo.
–Vuelve en este libro a la importancia de la educación con bondad, con justicia, del ejemplo. El sacerdote Córdoba se convierte en un padre para esos niños. Pienso también que usted ha afirmado que Colombia es un país sin padres. ¿Están en cierto modo unidos estos conceptos?
-Trato de entender la figura paterna como una figura también, de algún modo, profesoral. La ausencia del padre es un problema grave para cualquier sociedad. Hay estadísticas claras de que en Colombia, y también en muchos otros países de América Latina, se da el fenómeno de las mujeres que tienen que criar a sus hijos solas, sin la presencia de un padre. En Colombia aproximadamente 46% de las familias están compuestas por una madre sola con sus hijos. Córdoba, además de sacerdote, se vuelve pater familia, y está encantando con ese papel, pero también había jugado un papel paternal en la sociedad de Medellín, sumida en ese momento en una violencia espantosa, corrupción política, mafia narcotráfico. Se dedica a algo muy distinto que es apreciar la belleza del cine y de la música. Con él pasaba un poco como pasaba con mi padre: una figura pública coherente con la figura privada.
–Escribe: “Nosotros vivíamos en un sitio donde reinaba la violencia, la crueldad y el ultraje (…) Lo único verdaderamente asombroso en esta ciudad y en este país lo verdaderamente extraño, era la bondad”. Regresa, como en El olvido que seremos a una fuerza cada vez más en desuso que es la bondad. ¿Es difícil escribir sobre alguien bueno o más fácil escribir con furia sobre la maldad?
-La maldad capta nuestra atención más fácilmente. Es normal que sea así. Entiende uno que los relatos sobre los peligros a los que estamos siempre expuestos y más todavía los menores son importantes porque permite defendernos de algo que existe y que es verdad. Los relatos de los buenos caen fácilmente en la cursilería, en el buenismo, en las novelas ejemplares. A mí siempre me han intrigado figuras así, personas que en situaciones de gran degradación moral y cultural de un país sean capaces de mantenerse íntegras. Me siento cómodo en este registro.
–Hay un gran hallazgo de la edición: la incorporación del código QR en las páginas para acceder a las piezas de ópera que aparecen en la novela. ¿Cómo nació esta idea?
-Cuando estoy leyendo un libro y aparece una música o un cantante, lo busco para saber de qué están hablando o para recordar la canción. La mayoría de los libros tienen una banda sonora y pensé que me gustaría acompañar así a los lectores. Le escribí a mi editora Pilar Reyes en Madrid y le conté esta idea, y ella hizo una consulta a los abogados de Random House y le dijeron que no había ningún problema.
–Dice en la novela que su amigo Juan Gabriel Vásquez le hizo varias preguntas clave para poder escribir esta novela. ¿Cuáles?
-Sabía que él estaba escribiendo primero y que luego acababa de publicar una novela en la que el protagonista era un personaje real, Volver la vista atrás (Alfaguara), sobre Sergio Cabrera, alguien que se dedica al cine. Cuando lo vi le dije: “No he leído tu novela”. Le expliqué y él me hizo muchas preguntas que fueron muy importantes para mi novela: quién narra la historia, cómo sabía el narrador lo que le pasa al protagonista. Tenía que aclarar y trabajar sobre ese personaje narrador [Aurelio Sánchez], sacerdote, y el vínculo con el Gordo. Tenía que trabajar en esa familia insólita, de curas, que viven en una casa juntos.
–Hay algo en su narración que es también cinematográfica. ¿Cómo trabajó estos momentos de la novela?
-Yo no soy guionista ni experto en cine ni en ópera. Cuando escribo una novela tengo que preguntar mucho, averiguar con expertos, en este caso con cardiólogos y mostrarles mis borradores para que me los corrijan por si hay alguna imprecisión. Hice lo mismo con gente sabia en la ópera o en el cine. Fernando Trueba me ayudó con todo lo que sabe de cine infantil; muchas de las arias que cito me las sugirió Jorge Volpi; algunas cosas de curas que se dedicaban al cine me las contó Juan Villoro. Pero hay otros momentos donde cierro los ojos, no le pregunto a nadie. Al protagonista nadie lo ha tocado en los últimos 35 años. Quería en esos momentos hablar del encuentro entre el cuerpo y el alma en ese contacto.
–¿En qué cree?
-Creo que el alma es mucho más mortal que el cuerpo. Lo vemos en muchas enfermedades graves, como las mentales, como el Alzheimer, o lesiones cerebrales: el alma se muere, pero el cuerpo sigue vivo. No creo que un alma que está dentro del cuerpo como huésped, sino que depende esencialmente de funciones biológicas, de que lo que llamamos pensamiento.
"En Twitter tienes una gran cantidad de haters que logran hacerte daños, aunque sean insultos de cantina, de borrachos. Es tóxico para mí y me quita tiempo para mis libros."
–Tenía una presencia muy activa de Twitter, pero hace un año se marchó de la redes social. ¿Por qué? ¿Cómo vive la cancelación?
-Twitter es un sitio donde uno se siente casi obligado a leer y oír todo lo que dicen de ti, muchísimas personas, incluso bots que te están controlando y atacando con el único fin de desanimarte, sobre todo el ciertas materias políticas o de discusión cultural. Tienes una gran cantidad de haters que logran hacerte ese daño, psicológicamente te golpean, aunque sean mentiras o calumnias, aunque sean insultos de cantina, de borrachos. Uno no debe estar concentrado en los insultos ni en los elogios desmedidos. Es tóxico para mí y me quita tiempo para mis libros.
–¿Escuchó la canción de Shakira? ¿Qué opina de este tema tan autoreferencial?
-No he oído la canción. Debo ser uno de los pocos en el mundo. No he pensado mucho en eso. Vi la polémica entre el Twingo y el Ferrari, entre el Casio y el Rolex. Los seres humanos necesitamos también de farándula y distraernos. Shakira y Piqué combinan dos pasiones, que yo no las tengo, pero las entiendo.
–Habla de Volpi, de Vásquez, de Villoro. ¿Hay hoy una comunidad de escritores latinoamericanos o es usted el que tiene tantos amigos?
-En todas las categorías profesionales hay rivalidades, gente que te quiere y que te odia, gente que quiere que tú tomes partido, entonces se forman camarillas. Y si tú eres de los amigos de una persona, te conviertes en el enemigo de otro. He tratado de evitar eso, pero también hay gente dentro de mi categoría que me detesta. Una vez Juan Cruz me dijo que yo aspiraba a ser como Kim, el personaje de Kipling, amigo de todo el mundo. Es inevitable que haya gente que, sin que yo le haya hecho nada, me odie. Lo que no voy a hacer es responderle con la misma moneda.
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