Héctor Abad Faciolince: "El desánimo es hoy más ánimo para luchar por la paz"
El narrador y periodista colombiano hace un balance de una semana clave para su país; cree que con el Nobel de la Paz "ya no podrán decir calumnias" sobre Santos
Quizá como ironía poética, El olvido que seremos (Seix Barral) se ha convertido en un clásico de la literatura latinoamericana reciente, una obra que evoca el pasado y, mientras interpela a la memoria, forja un futuro perenne. Oda antikafkiana, esta novela autobiográfica es la carta a un padre maravilloso, un médico pacifista y defensor de los derechos humanos asesinado por paramilitares en 1987 en Medellín. Héctor Abad Gómez llevaba aquel día fatídico un soneto inédito de Borges en su bolsillo. Su hijo, el escritor y periodista Héctor Abad Faciolince, se inspiró en uno de esos versos para darle título a su novela y recrear la historia de su padre y de aquellos hombres que buscaron combatir con educación la epidemia de violencia.
El olvido que seremos es también una reacción a aquel subgénero caribeño que tildó alguna vez de "sicaresca", una obra de denuncia y texto tan exquisito como honesto. En pocos días, el arco emotivo del autor osciló entre una enorme esperanza, el desánimo más profundo y, nuevamente, la alegría. Abad Faciolince, sin sed de venganza, defensor del sí, esa propuesta que parecía que iba a imponerse en el histórico plebiscito celebrado la semana pasada en Colombia, ha descripto a su país con una crudeza lejana a todo realismo mágico. Hoy celebra el Premio Nobel otorgado al presidente Juan Manuel Santos y opina que existe con este galardón una "justicia histórica".
-El mundo mira con atención a Colombia desde hace una semana, ¿cómo vivió usted estos momentos clave de su país?
-El plebiscito ganó por una diferencia exigua de menos de medio punto. Ese medio punto podría haberse conseguido con que tan sólo el huracán Matthew no hubiera pasado su cola por la costa Caribe colombiana. Pero si hubiera ganado el sí por esa misma diferencia exigua, los del no estarían ahora incendiando al país y acusando al presidente de fraude. El lunes nos despertamos en el suelo, deprimidos tras la derrota. Pero este viernes nos despertamos en el cielo, con el Nobel a Santos. La campaña del no se basó en una estrategia de desprestigio sucia y mentirosa sobre el presidente. Álvaro Uribe llegó a acusarlo de haber sido un "infiltrado de las Farc" en su gobierno. Dijeron que era castrochavista. Dijeron que era un presidente vendido que se orinaba en los pantalones frente a la guerrilla. Con el Nobel de la Paz ya no van a poder seguir recurriendo a semejantes calumnias y mentiras. Y nos hicieron algo bueno los del no, pues no hay mal que por bien no venga: no le dieron la mitad del premio a la contraparte, a Timochenko. Habría sido muy desagradable para toda Colombia ver a los ex secuestradores recibir una medalla con la efigie de Alfred Nobel. Hay una justicia histórica. El desánimo que sentíamos hoy es otra vez mucho ánimo para seguir luchando por la paz.
-¿Cómo evalúa el papel que desempeñaron los escritores colombianos para poder llegar a este escenario y a este resultado posible?
-Creo que el gremio de los escritores es como cualquier otro. Los hay a favor y en contra del proceso de paz, lo cual es normal y legítimo, siempre y cuando la defensa del no no se haga con mentiras. Le menciono algunos nombres: Plinio Apuleyo Mendoza, Enrique Serrano y Harold Alvarado Tenorio. Los tres están decididamente en contra de la paz; uno de ellos asesora ideológicamente el partido de Álvaro Uribe, de extrema derecha. Plinio Apuleyo le escribió una carta pública en el diario El Tiempo a Mario Vargas Llosa para criticarlo por apoyar el sí y explicarle por qué se equivocaba. Lo malo era que la explicación de Plinio estaba llena de mentiras y suposiciones absurdas, de afirmaciones que el texto mismo del acuerdo contradecía. Pero yo supongo que su pregunta es más literaria que política, es decir, supongo que su idea es que tal vez algunos libros hayan ayudado a crear una conciencia del daño y el dolor que el conflicto nos ha ocasionado en todos estos años. En ese sentido, sí creo que muchos escritores nos han educado, a través de sus novelas, en la compasión y en la empatía. García Márquez lo hizo como el maestro que era, y una de las cosas más tristes de esta firma de la paz es que él, que tanto luchó por ella, no haya podido verla. Y tras él muchos otros escritores han ayudado a que el dolor se conozca y nos duela. Pienso en personas como Laura Restrepo, Santiago Gamboa, Juan Gabriel Vásquez, Piedad Bonnett, Juan Manuel Roca, Evelio Rosero y muchos otros.
-¿Tuvo contacto con María Kodama durante las dos décadas en las que rastreó la autenticidad de ese soneto inédito de Borges que apareció en el bolsillo de su padre?
-Nunca he visto personalmente a la señora Kodama. Le envié mi libro sobre los sonetos de Borges (Traiciones de la memoria), sé que también mi amigo Jaime Correas le envió el suyo sobre el mismo tema. Le he mandado razones con amigas comunes, como Pilar del Río, la viuda de Saramago. He intentado que entendiera mi punto de vista; también un poeta francés, Jean-Dominique Rey, ha intentado explicárselo. Pero Borges vive tan rodeado de "falsificaciones", falsas atribuciones, mitologías, mentiras, que creo que ella ha fabricado una coraza impenetrable para protegerse. La entiendo psicológicamente, es algo muy humano, y entonces prefiero dejarla tranquila, pues ella pone a todos los que rescatan supuestos "inéditos" de Borges en el mismo saco de desprecio y prevención. De alguna manera, su negativa a reconocer que ese soneto y otros cuatro son de Borges me conviene, porque yo puedo publicarlos sin violar los derechos de autor que le corresponderían a ella. Y además ella tiene el sostén de muchos destacados académicos que no reconocen tampoco la autoría de Borges de estos poemas, por el motivo psicológico, también muy comprensible, de que el descubrimiento filológico no lo hicieron ellos en sus cátedras ni en sus pesquisas. Yo soy un escribano de los Andes, de Medellín, donde el tango se muere, y no van a aceptar que semejante montañero pueda habérseles adelantado por una casualidad.
-¿Qué discusiones tuvo con García Márquez?
-Un día nos llevó a comer al único lugar donde servían carne de res en La Habana. "Esto no lo oigas tú, Héctor. Lo malo es que en Colombia no hay críticos; hay sólo correctores de pruebas", dijo al grupo. Todos soltamos una carcajada; era un sablazo elegante. Pero mi punto era que él no había sabido contar un asesinato de Pablo Escobar; el asesinato de uno de sus abogados, Guido Parra, que vivía en el mismo edificio donde vivía mi madre. Por casualidad yo sabía exactamente cómo había sido su muerte, y García Márquez no lo había contado bien. Luego nos volvimos más cercanos y él me llevó a trabajar a la revista que compró, Cambio, como columnista de opinión. Lo seguí viendo hasta que perdió la memoria, esporádicamente, en México o en Cartagena. Al final ya no me reconocía, y me preguntaba discretamente al oído quién era yo. Yo le decía, "tranquilo, que no soy Vargas Llosa", y soltaba una carcajada, porque nunca perdió el sentido del humor.
Del editor: ¿qué significa? Premiado por su obra, conoce en profundidad la literatura y la realidad de Colombia. Estuvo a favor del sí en el reciente plebiscito