“Hay que cultivar un amor por el disenso”
Es una de las intelectuales más influyentes en la actualidad. Profesora de Ética y de Derecho en la Universidad de Chicago, afirma que el Estado debe involucrar la emotividad de los ciudadanos en el proyecto colectivo, pero preservando la libertad y sin adoctrinamientos
CHICAGO.- Martha Nussbaum (Nueva York, 1947) es una de las filósofas contemporáneas más influyentes del mundo. Ha publicado una enorme cantidad de libros y artículos sobre filosofía antigua, ética, filosofía política y del derecho, feminismo y justicia social. Entre sus obras más importantes se cuentan La fragilidad del bien (1995), La terapia del deseo (2003), Las fronteras de la justicia (2007) y El cultivo de la humanidad (2012). Nussbaum es profesora de Derecho y de Ética en la Universidad de Chicago. En 2012 fue galardonada con el premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales.
Desde la ventana de su oficina en el quinto piso de la Facultad de Derecho, Martha Nussbaum tiene una vista privilegiada de Hyde Park, el elegante barrio de casas bajas donde se encuentra la Universidad de Chicago. Del otro lado del Midway Plaisance, una ancha avenida ajardinada que separa la parte antigua de la parte moderna del campus, se ven los edificios gótico-victorianos por donde pasaron, en calidad de alumnos o docentes, Carl Sagan y Edwin Hubble, Leela Ghandi y Barack Obama, Milton Friedman y Eugene Fama, Leo Strauss, Hannah Arendt, Bertrand Russell, Rudolf Carnap y Paul Ricoeur, T. S. Eliot, Saul Bellow, Kurt Vonnegut y Philip Roth. Si uno estira el cuello puede incluso ver el sitio donde, el 2 de diciembre de 1942, Enrico Fermi logró la primera reacción en cadena controlada de fisión nuclear, uno de los pilares del Proyecto Manhattan. Pero todo esto está al norte, del otro lado del Midway, en la zona más tradicional y más opulenta del barrio. La Facultad de Derecho, como otros edificios modernos del campus, fue construida en la vereda sur del Midway, una zona históricamente marginal y bastante peligrosa. A Martha Nussbaum le gusta estar del lado sur, a pesar de que una tarde de invierno de hace años fue víctima de un asalto al cruzar la avenida. Es que para Nussbaum el Midway Plaisance, con su rica historia, representa uno de los proyectos más exitosos de integración urbana en Chicago, una ciudad profundamente dividida tanto social como racialmente. Durante la Exposición Universal de 1893 –esa "celebración de la codicia y el egoísmo sin límites", según Nussbaum–, cuando Chicago le dio la bienvenida al mundo desde la Ciudad Blanca, un complejo de edificios neoclásicos de estuco erigidos a orillas del lago Michigan, la Midway Plaisance cumplió un rol profundamente simbólico. Mientras que en la Ciudad Blanca se festejaba la industria, la innovación y el lujo de un país que ya era más rico y poderoso que Europa, en el Midway se instaló la primera vuelta al mundo (Ferris Wheel) y el Show del Salvaje Oeste de Buffalo Bill. Así, al mismo tiempo que en la Ciudad Blanca se emulaba a Europa, en el Midway se celebraba un carnaval autóctono. Los casi treinta millones de visitantes de cientos de nacionalidades y de todas las clases sociales que tuvo la exposición a lo largo de cinco meses repartían su tiempo entre ambas atracciones. Huelga decir que los espectáculos populares del Midway fueron los más exitosos y redituables. Y mientras que de la Ciudad Blanca no quedó más que un edificio apenas interesante (que alberga hoy el Museo de la Ciencia y de la Industria), el legado del Midway fue una invención que se encuentra hasta el día de hoy en ferias de pueblos y ciudades de todo el planeta: la vuelta al mundo.
Para Martha Nussbaum, quien en su nuevo libro le dedica más de una página a la ciudad de Chicago, el Midway, al igual que el Parque del Milenio, constituyen ejemplos de cómo un Estado democrático puede fomentar la integración social y cultural sin recurrir ni a la coerción ni al adoctrinamiento. Emociones políticas: ¿Por qué el amor es importante para la justicia? (Paidós, 2014), puede leerse, como dijo Alan Ryan, como una larga "serie de notas a pie de página" a Teoría de la justicia de John Rawls. La misma Nussbaum admite sin pruritos la enorme deuda con la obra de Rawls, a la que considera el aporte más importante a la filosofía política en el siglo XX. Pero, allí donde Rawls opera con nociones abstractas, ideales, hipotéticas, Nussbaum hace trabajo de campo e intenta mostrar con ejemplos concretos cómo el Estado puede y debe involucrar las emociones de los ciudadanos (en particular el amor) en pos de un proyecto social más inclusivo, más igualitario y más justo.
-Emociones políticas trata sobre lo que usted llama el "cultivo de emociones públicas." ¿Cómo hace un Estado para cultivar y fomentar emociones sin caer en el adoctrinamiento o la coerción?
"Las emociones pueden ser utilizadas por Estados fascistas o represores para sus propios fines", admite Nussbaum
–Ésa es la gran pregunta, claro, porque las emociones pueden ser utilizadas por Estados fascistas o represores para sus propios fines. Lo que me interesaba a mí era instar a los progresistas, que creen en la libertad de expresión, a pensar esta idea del cultivo de emociones. Lo fundamental es centrarse en objetivos políticos y dejar grandes espacios para que la gente explore sus propios intereses. Por ejemplo, no puedo imaginar un Estado progresista que cultive emociones religiosas; eso es algo que debería quedar restringido a la cosmovisión personal de cada individuo. Pero para perseguir objetivos políticos hay que pensar en las libertades individuales y eso se hace de varias maneras. En primer lugar, no sólo no se castiga el disenso, sino que además se deja en claro que el disenso es una parte valiosa de la política. Acá antes se mandaba preso a quien se negaba a saludar a la bandera, eso es terrible. Hay que cultivar un amor por el disenso. Hacer que los chicos lean Matar un ruiseñor es una forma de celebrar el valor del disenso; en India la canción favorita de Ghandi era una canción sobre el disenso solitario. Un país libre necesita de gente que se anime a expresar descontento frente al dolor y la adversidad. Hay maneras de promover esto. Me gustan particularmente ciertas esculturas y monumentos en espacios públicos ante los cuales la gente se siente invitada a experimentar algo de manera personal, pero en un contexto comunal. Si uno va al Monumento a los Caídos en Vietnam en la ciudad de Washington, encuentra que ha sido diseñado especialmente para despertar cierta autoconciencia respecto de distintas posturas porque, por empezar, uno ve reflejada su cara en el muro de granito. Al leer los nombres de los muertos puede reflexionar sobre el belicismo en general, o rescatar el valor de los soldados o buscar el nombre de algún conocido. Lo importante es que mientras uno recorre el monumento ve a otra gente recorriéndolo, llorando por sus parientes muertos o buscando el nombre de alguien en especial; y esto inicia un diálogo: ¿qué es la guerra?, ¿por qué habría de ir a la guerra un Estado democrático? Son espacios así, reservados para la conciencia personal, la reflexión, la empatía y el disenso, los que impiden que el cultivo de emociones se transforme en adoctrinamiento, me parece.
–En un momento del libro habla de "crear" emociones más que cultivarlas. Casi como si estas emociones positivas tuvieran que ser artificialmente inculcadas en el ser humano. ¿Cuán resistente es la naturaleza humana (que usted define como egoísta, estrecha, discriminadora) al cultivo de emociones positivas, de amor y respeto por el otro?
"Las cuestiones de género siguen siendo muy complicadas, pero toda feminista debe ser optimista"
–Estas emociones están en nosotros, pero tendemos muchas veces a pasarlas por alto. Con tratar de fomentar la compasión no alcanza; por eso hablo de amor, una emoción primordial en todo ser humano. Cuando somos chicos podemos expresar mucho amor por padres y hermanos, pero no amamos a los desconocidos, le tenemos miedo a la gente distinta, etcétera. El amor es un sentimiento muy provinciano, por decirlo de alguna manera, y hay que desarrollarlo, expandirlo. Necesitamos construir puentes entre nuestros intereses particulares y un amor más inclusivo. Pero hay que tener cuidado. Aquí es cuando pienso en los grandes festivales de tragedia en la antigua Atenas: ¿cómo hacían para tomar una emoción tan acotada y particular, y lograr que uno sintiera compasión por un absoluto desconocido? ¿Cómo podemos nosotros lograr eso? Mi libro es, en gran parte, un intento de respuesta a esta pregunta. Y hablo de amor porque compasión se queda corto. Yo creo que el amor por ciertos ideales políticos debe ser una emoción cálida más que un mero objetivo. Debe poder inspirarnos a actuar de maneras que nos lleven a trascender nuestro interés propio, debe ser una emoción fuerte. Cuando somos chicos no tenemos esas emociones fuertes que nos permiten salir de nosotros mismos. El amor de la infancia es particularista. La política debe de alguna manera construir puentes entre estos amores particulares, mezquinos acaso, y el amor por un bien común. Martin Luther King, que era un genio del corazón, entendía que para que la gente luchase por un futuro mejor era necesario que relacionase este objetivo con algo muy particular y emotivo, algo personal. Entonces hablaba de las ondulantes colinas de Allegheny en Pensilvania, las pendientes curvilíneas de California, todo bastante erótico, la verdad; y lo hacía para tocar la imaginación particular, el orgullo regionalista de cada persona.
–El amor a la patria es uno de los grandes temas de su libro. En América Latina, por ejemplo, el patriotismo es una bandera tanto de la derecha como de la izquierda. ¿Por qué cree que el patriotismo es una emoción tan resistida por la izquierda y el progresismo en Europa y Norteamérica?
–El país donde he encontrado que la gente se opone más a mi interés por el patriotismo es, previsiblemente, Alemania. Es muy difícil vivir con la conciencia de que el país de uno hizo algo tan pero tan malo en pos de valores patrióticos. Los alemanes lidian con esto, por ejemplo, ocupándose de la parte "comercial" del patriotismo y dejando de lado la parte emocional; y la autocrítica que hacen, sobre todo la gente más educada, suele ser despiadada. Pero éste es un caso extremo. Todo conjunto de objetivos que lleve adelante la construcción de una sociedad está ligado con emociones, y no se puede abandonar la esfera emocional sólo porque en el pasado nos metió en problemas. Lo importante es disponer de buenos principios y éstos no vienen de las emociones sino que deben fundarse sobre ideas y argumentos filosóficos. Pero una vez que disponemos de estos principios en la constitución y en las leyes, es preciso pensar en cómo cultivamos el amor por la patria de manera edificante, inclusiva y justa. Creo que Europa ha descuidado este aspecto, y me atrevo a decir que a eso se deben, en parte, estas nuevas y muy desagradables versiones del nacionalismo que estamos viendo surgir en Grecia y otros sitios. La gente necesita esta sensación de pertenencia y, si el Estado no se la da, buscará llenar ese vacío en otra parte. La Unión Europea ha puesto toda su energía en la economía y ha dejado de lado el aspecto emocional de la política.
–Su proyecto parte de lo que usted llama una "desafortunada realidad": la gente es proclive a la discriminación y a la avaricia, y es reacia a participar de proyectos en pos del bien común que exijan sacrificios. ¿Es optimista respecto de la posibilidad de que estas emociones positivas prevalezcan por sobre esos instintos negativos?
"Naciones Unidas, una institución bastante anodina, no ha explotado el recurso de las emociones"
–Bueno, claro, mi libro empieza con el positivismo optimista del siglo XIX, con gente que creía que la humanidad lograría superar todas sus miserias en pos de un bien común de progreso global. Creo que gente como Mill y Comte descuidaron los costados más oscuros de la naturaleza humana. No sólo tenemos tendencia al egoísmo y a la avaricia, sino que también tenemos una tendencia a sentir asco por nuestro propio cuerpo y proyectar ese asco hacia los otros. Es imprescindible pensar estas cuestiones y enfrentarlas porque, si no, van a volver a causar problemas serios y, posiblemente, tragedias como lo han hecho tantas veces en el pasado. ¿Cuán optimista soy? Bueno, los dos países de los que hablo en este libro (Estados Unidos e India) a veces me llenan de optimismo y otras todo lo contrario. India en este momento me tiene muy preocupada porque hay un nacionalismo feo que está en ascenso y que utiliza la retórica del asco para conseguir lo que se propone. Estados Unidos tiene aún problemas gravísimos (la pobreza, sobre todo), pero en otros aspectos muy complejos creo que estamos progresando. Piense en el matrimonio igualitario, por ejemplo. La Corte Suprema acaba de dictaminar que la gente del mismo sexo se puede casar en cinco estados más. Mi colega Richard Posner aquí tuvo mucho que ver con este dictamen, o sea que la Universidad de Chicago jugó un papel importante en este tema, lo cual me llena de orgullo. Las cuestiones de género siguen siendo muy complicadas, pero toda feminista debe ser optimista: hace cien años las mujeres sólo podían votar en un par de países y hoy pueden hacerlo en todos (salvo Arabia Saudita y esperemos que eso cambie el año que viene). Kant decía sobre la Revolución Francesa que, aún si termina siendo un fracaso absoluto, el hecho mismo de que se haya logrado expresar a nivel masivo la idea de que el feudalismo está mal es en sí un avance. De modo que hay razones para ser optimista. Pero dada mi visión de la naturaleza humana, tengo que concluir que esto es una batalla constante y hay que estar atento siempre a la manifestación de estas emociones perniciosas.
–La religión es otro de los temas sobre los que vuelve una y otra vez en el libro: la posibilidad de una religión laica, la cuestión de cómo llenar el vacío que dejó la fuga de los valores religiosos al ámbito de lo privado en un mundo secular. ¿Ha pensado sobre el conflicto con el radicalismo islámico, un problema que afecta a muchos países, incluidos Estados Unidos e India, en términos de emociones políticas?
–En un libro que publiqué en 2007, La nueva intolerancia religiosa, hablo de eso en relación con Europa y Estados Unidos. Estados Unidos tiene una larga tradición de respeto y tolerancia del espacio personal de cada persona en lo que concierne a la religión. Esto incluye permitir que cada grupo se vista como quiera, por ejemplo. Los cuáqueros usaban sombreros altísimos y no se los quitaban cuando entraban en un tribunal, los judíos se vestían y se visten a su manera y nunca se intentó asimilar a todos al mismo estilo de vida. Mientras que en Europa no. En parte porque LA NACION ha sido definida en términos étnico-culturales más que políticos. Y entonces producen estos argumentos ridículos e hipócritas acerca de por qué es necesario prohibir la burka. "Hace de la mujer un objeto", dicen. ¿Y la pornografía no, acaso? O señalan que es por razones de seguridad; sin embargo, en muchos de esos países en invierno la gente debe salir a la calle toda cubierta por el frío y nadie lo toma como una amenaza contra la seguridad nacional. La ley francesa que prohíbe la burka es muy graciosa porque incluye una lista larguísima de excepciones, casos en que uno sí puede cubrirse la cara: se pueden cubrir la cara los atletas, los médicos (con el barbijo) y dentistas, y también se puede uno cubrir la cara en razón de "manifestaciones culturales", por ejemplo si tiene que ir a una fiesta de disfraces. Toda esta gente se puede cubrir la cara, pero las mujeres musulmanas no. No tiene ni pies ni cabeza. Creo que Estados Unidos hizo bien en dejar siempre en claro que la guerra no es con el islam sino con ciertos grupos radicalizados, mientras que Europa ha tomado medidas que claramente atentan contra la inclusión de los inmigrantes musulmanes.
–Me gustaría que hablara un poco de Mozart. Las bodas de Fígaro es uno de los textos que usted considera fundacionales de la posición que propone en su libro. Ha escrito sobre La clemencia de Tito y para el programa de Don Giovanni (que inauguró la actual temporada en la Ópera Lírica de Chicago) contribuyó con un texto en el que también reflexiona sobre el amor y la compasión. ¿Qué es lo que hace de Mozart un compositor tan relevante para pensar la política y la justicia hoy en día?
–Soy una gran melómana, además de ser una cantante amateur, y pasé parte de mi vida pensando y escribiendo sobre música. Mozart me interesa particularmente y un día quisiera escribir un libro sobre sus óperas. En el contexto del ocaso del ancien régime creo que a él lo obsesionaba la cuestión del trato entre los hombres y de cómo relacionarnos humanamente. Existía una jerarquía social fija y uno debía obedecer reglas y aceptar situaciones de sumisión y dominación, lo mismo sucedía entre hombres y mujeres. Él relaciona el nuevo mundo de la democracia con la emancipación de la mujer y esto en sí ya es muy interesante porque no muchos trazaban este paralelo en ese entonces. Mozart entendía muy bien las emociones femeninas y tenía muy en claro que, si no cambiaba la política de las relaciones interpersonales, nunca iban a cambiar realmente las relaciones políticas y sociales. Por eso creo que Las bodas de Fígaro es mucho más política que la obra de Beaumarchais en la que está basada, y que no presta demasiada atención a los sentimientos del corazón. Mozart entiende tan bien y siente con tanta intensidad la necesidad de salir de nosotros mismos y llegar al otro, y éste es el comienzo de todo amor político genuino. Lo mismo sucede en La clemencia de Tito cuando, hacia el final, Sexto le pide a Tito –su viejo amigo, a quien trató de matar por el amor de una mujer– que mire dentro de su corazón y lo comprenda. De eso se trata mi propio trabajo y este libro en particular, de la necesidad de realmente ver y apreciar la posición del otro y comprender sus emociones. El libro que estoy escribiendo ahora trata sobre la ira y la venganza. Antes creía que la ira justificada era algo bueno, ahora no lo veo tan así. Sin embargo, no me considero pacifista. Por ejemplo, creo que la Segunda Guerra Mundial debía suceder y es bueno que haya sucedido. La idea de Gandhi de que se podía convertir a Hitler con lisonjas y diplomacia me parece un delirio. Mandela, por ejemplo, llevó la política de no violencia hasta el límite de lo posible, pero luego tuvo que recurrir a la violencia y estuvo bien que así lo hiciese, era necesario. Lo importante es que el espíritu que anime una empresa tal sea, a la larga, un espíritu conciliador y que tenga como objetivo último la construcción de un futuro conjunto.
–Ya que menciona la Segunda Guerra Mundial quiero terminar con una pregunta sobre la posibilidad de trasladar esta idea suya de cultivar emociones públicas de la esfera nacional (que es la que le interesa a usted) a la internacional. ¿Se puede cultivar emociones positivas, amor incluso, entre países?
–Se puede, pero es mucho más difícil. Usted habrá notado que yo me centro en ciudades más que en países. Es más fácil gestionar esto en Chicago, por ejemplo, o en Nueva Delhi, porque en las ciudades la gente entra en contacto la una con la otra constantemente. Los ejemplos que doy son de parques urbanos, esculturas, monumentos, barrios, etcétera. A nivel nacional esto es mucho más difícil y en el mundo… El problema es: ¿qué cosas compartimos? Desde luego compartimos principios y para recordarnos estos principios están las organizaciones de derechos humanos. Pero francamente Naciones Unidas, una institución bastante anodina, no ha explotado el recurso de las emociones de ninguna manera que sea valiosa. La pregunta es: ¿cómo podemos compartir una cultura de sentimientos, cómo podemos participar todos de una misma manifestación cultural que involucre emociones compartidas y deje espacio para reflexionar? Quizás la música y el deporte sean formas de generar emociones positivas a nivel internacional e intercultural. Mandela, por ejemplo, tuvo una enorme influencia emocional a nivel mundial en parte gracias a su retórica, pero también por medio de la música, de la danza, y del deporte, en especial del rugby. El deporte podría ser una manera; claro que también ha sido usado en formas muy nocivas, que separan a la gente en vez de unirla, exacerbando el chauvinismo. Quizás los nuevos medios de comunicación permitan en algún momento un acercamiento global profundo, significativo, transformativo. Veremos. Ojalá.