Haroldo Conti y el río de la vida
Por Héctor M. Guyot De la Redacción de LA NACION
A la manera de Faulkner y Onetti, aunque de modo más íntimo y modesto, también Haroldo Conti creó en sus libros una región mítica donde los actos humanos cobran sentido y dimensión trágica. Lo suyo no fue un programa, sino la puesta en página de un descubrimiento hecho en el orden de la realidad. Por eso el río, las islas, los barcos, el remo hundiéndose en el agua y el hombre solo en medio de la naturaleza no sólo son imágenes recurrentes en sus cuentos y novelas sino también en El retrato postergado, un valioso documental sobre el escritor dirigido por Andrés Cuervo que se acaba de estrenar en la Biblioteca Nacional.
El documental se nutre de escenas y testimonios obtenidos a mediados de los años 70 por Roberto Cuervo, un estudiante de cine que amaba la literatura y admiraba a Conti, cuyo secuestro y desaparición por la dictadura militar en mayo de 1976 dejó trunco el proyecto. Poco después Roberto muere en un accidente ferroviario, pero su hijo Andrés, entonces de apenas diez meses, recuperará el material filmado por su padre para completar el trabajo más de treinta años después.
Así llega al espectador la figura de un Conti melancólico que camina con su perro en medio de la tupida vegetación del Delta o que escribe en su cabaña de la isla mientras el agua para el mate se calienta en la cocina económica. En tanto, su voz en off recuerda a su padre, tendero ambulante al que acompañaba de chico en sus recorridos por los campos de Chacabuco, o trata de dar con la pulsión secreta que lo lleva a escribir. "Escribir es para mí una sustitución de la aventura -dice-. Como no puedo viajar, como no puedo trepar una montaña, hago todo eso a través de la literatura, que me permite vivir otras vidas."
Alma viajera, náufrago de la vida, escritor en los márgenes, Conti hizo del Delta un refugio para su libertad; igual que Orestes, protagonista de su novela En vida . Ahora El retrato postergado confirma que para el autor de Sudeste todo ese mundo al que la ciudad le da la espalda y que preserva cierto estado de virginidad era un reflejo de lo que llevaba dentro. "Para entender a Haroldo hay que estar en el Tigre y ver el río correr despacito. Ese es su ritmo", dice Eduardo Galeano en un testimonio en off grabado en 1975. "Haroldo es un río, un delta con muchos arroyos que van abrazando las islas. Su literatura se dirige a la soledad de los demás y les da calor y abrazo, así como el río abraza las islas a su paso."
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