Han Kang, Nobel de Literatura 2024. “¿Puede el pasado ayudar al presente? ¿Pueden los muertos salvar a los vivos?”
La escritora coreana, autora de “La vegetariana” y “La clase de griego”, recibió hoy en Estocolmo el premio más importante del mundo; el resto de sus novelas traducidas al español llegaron este mes a las librerías locales
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Hoy, después del discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz a la asociación de sobrevivientes de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki Nihon Hidankyo, cuyo representante, el activista japonés Terumi Tanaka, hizo desde el Oslo City Hall un emotivo alegato en contra de las guerras y a favor de la paz mundial, el rey de Suecia Carlos Gustavo y su esposa la reina Silvia hicieron entrega de los prestigiosos galardones de Medicina, Física, Química, Economía y Literatura en la Sala de Conciertos de Estocolmo, en un nuevo aniversario de la muerte de Alfred Nobel. La única mujer en recibir un Nobel este año fue la escritora surcoreana Han Kang, de 54 años, autora de las novelas La vegetariana, La clase de griego, Imposible decir adiós y Actos humanos, que ya están disponibles en español en las librerías locales. La obra de Han fue descripta como una profunda exploración de los efectos de los violentos traumas históricos en la sensibilidad humana.
“En la escritura de Han Kang se dan cita dos colores: el blanco y el rojo -dijo la escritora sueca Ellen Matson, de la Academia Sueca-. El blanco es la nieve que cae en muchos de sus libros, que traza una cortina protectora entre la narradora y el mundo, pero el blanco es también el color del dolor y de la muerte. El rojo simboliza la vida, pero también el dolor, la sangre, los profundos cortes de un cuchillo. Aunque su voz puede ser seductoramente suave, habla de una crueldad indescriptible, de una pérdida irreparable. La sangre fluye de los cuerpos amontonados después de la masacre, se oscurece, se convierte en una súplica, una pregunta que el texto no puede responder ni ignorar: ¿cómo debemos relacionarnos con los muertos, los secuestrados, los desaparecidos? ¿Qué podemos hacer por ellos? ¿Qué les debemos? El blanco y el rojo simbolizan una experiencia histórica a la que Han vuelve en sus novelas”.
Cada premio consiste en once millones de coronas suecas (casi un millón de euros), una medalla y un diploma. La jornada concluirá con una cena de gala a la que asistirán la familia real, los laureados y cientos de invitados en el Salón Azul del Ayuntamiento de Estocolmo. En el acto de premiación, en el que se presentaron la cantante lírica sueca Malin Byström con la Real Orquesta Filarmónica de Estocolmo, se instó a las naciones a preservar la existencia humana, ante una escalada de los conflictos bélicos que podría desembocar en la temida tercera guerra mundial.
Terumi Tanaka, is one of the survivors of the atomic bombing of Nagasaki. Today he delivered the 2024 Nobel Peace Prize lecture on behalf of the organisation Nihon Hidankyo, which has steadfastly worked towards eliminating nuclear weapons and reminding the world of the horrific… pic.twitter.com/CrbuKQXF7P
— The Nobel Prize (@NobelPrize) December 10, 2024
“Para lograr una mayor universalización del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares y la formulación de una convención internacional que aboliera las armas nucleares, insto a todos los habitantes del mundo a que creen oportunidades en sus propios países para escuchar los testimonios de los supervivientes de la bomba atómica y para que sientan, con profunda sensibilidad, la verdadera inhumanidad de las armas nucleares -concluyó su discurso el copresidente de Nihon Hidankyo, brindado en el contexto de la guerra de Ucrania y la escalada del conflicto árabe-israelí en Medio Oriente-. En particular, espero que la convicción de que las armas nucleares no pueden y no deben coexistir con la humanidad se arraigue firmemente entre los ciudadanos de los Estados poseedores de armas nucleares y sus aliados, y que esto se convierta en una fuerza de cambio en las políticas nucleares de sus gobiernos. ¡Que la humanidad no se destruya a sí misma con armas nucleares! ¡Trabajemos juntos por una sociedad humana, en un mundo libre de armas nucleares y de guerras!”. El discurso completo se puede leer en este enlace.
El sábado, Han Kang había pronunciado su discurso de aceptación del Nobel de Literatura en la Academia Sueca de Estocolmo. Fue presentada por Mats Malm, el secretario permanente de la Academia Sueca. Sus palabras estuvieron precedidas por la interpretación de segmentos de Suite para violonchelo número 5 en do menor de Johann Sebastian Bach y completado con la lectura de unos fragmentos de la novela de Han Imposible decir adiós. La autora -vestida de negro y con un chal de color gris- leyó su discurso, titulado “Luz e hilo”, en coreano, en el que hizo un recorrido por su obra, desde sus poemas juveniles hasta la novela que está escribiendo actualmente.
“El pasado enero, mientras ordenaba mi trastero antes de una mudanza inminente, me encontré con una vieja caja de zapatos -comenzó Han-. La abrí y encontré varios diarios que databan de mi infancia. Entre la pila de diarios había un panfleto, con las palabras ‘Un libro de poemas’ escritas a lápiz en la portada. El cuadernillo era delgado: cinco hojas de papel A5 tosco dobladas por la mitad y encuadernadas con grapas. Había añadido dos líneas en zigzag debajo del título, una línea que ascendía en seis pasos desde la izquierda, la otra descendía en siete pasos hacia la derecha. ¿Era una especie de ilustración de portada? ¿O simplemente un garabato? El año –1979– y mi nombre estaban escritos en la parte posterior del libro, con un total de ocho poemas inscritos en las hojas interiores por la misma mano prolija y a lápiz que en las portadas delantera y trasera. Ocho fechas diferentes marcaban la parte inferior de cada página en orden cronológico. Los versos escritos por mi yo de ocho años eran adecuadamente inocentes y sin pulir, pero un poema de abril me llamó la atención. Se abre con los siguientes versos:
¿Dónde está el amor?
Está dentro de mi pecho palpitante y palpitante .
¿Qué es el amor?
Es el hilo de oro que une nuestros corazones .
En un instante me trasladé cuarenta años atrás, mientras los recuerdos de aquella tarde que pasé armando la publicación volvían a mi mente. […] Recordé cómo, después de enterarme de que nuestra familia se mudaría a Seúl, sentí el impulso de reunir los poemas que había garabateado en trozos de papel, o en los márgenes de cuadernos y cuadernos de ejercicios, o entre las entradas de mi diario, y reunirlos en un solo volumen. Recordé también la inexplicable sensación de no querer mostrar mi ‘libro de poemas’ a nadie una vez que estuviera terminado. Antes de volver a colocar los diarios y el cuadernillo como los había encontrado y cerrar la tapa, tomé una foto de ese poema con mi teléfono. Lo hice porque sentía que había una continuidad entre algunas de las palabras que había escrito entonces y quien era yo ahora. Dentro de mi pecho, en mi corazón palpitante. Entre nuestros corazones. El hilo dorado que une, un hilo que emana luz”.
Han se convirtió en escritora catorce años después, con la publicación de su primer poema y, al año siguiente, de su primer relato breve. “Cinco años después, publicaría mi primera obra extensa de ficción, que había escrito en el transcurso de unos tres años -recordó-. El proceso de escribir poesía y relatos breves me intrigaba, y me sigue intrigando, pero escribir novelas tiene un atractivo especial para mí. He tardado entre uno y siete años en terminar mis libros, por los que he sacrificado una parte considerable de mi vida personal. Esto es lo que me atrae de este trabajo: la manera en que puedo profundizar y detenerme en las preguntas que considero imperativas y urgentes, hasta el punto de que decido aceptar el sacrificio”.
Cuando escribe una novela, la autora surcoreana “vive” dentro de preguntas. “Cuando llego al final de esas preguntas –que no es lo mismo que cuando encuentro respuestas a ellas– es cuando llego al final del proceso de escritura. Para entonces, ya no soy la misma que cuando empecé, y desde ese estado cambiado, vuelvo a empezar”.
“Mientras escribía mi tercera novela, La vegetariana, entre 2003 y 2005, me rondaban por la cabeza algunas preguntas dolorosas: ¿Puede una persona llegar a ser completamente inocente? ¿Hasta qué punto podemos rechazar la violencia? ¿Qué le sucede a quien se niega a pertenecer a la especie llamada humana? Yeong-hye, la protagonista de La vegetariana, decide no comer carne como forma de rechazar la violencia y, al final, rechaza toda comida y bebida, excepto agua, creyendo que se ha transformado en una planta. Se encuentra en la irónica situación de apresurarse hacia la muerte en su intento de salvarse. […] Toda la novela reside en un estado de cuestionamiento. Mirando y desafiando. Esperando una respuesta”.
Más adelante, sigue. “Con mi quinta novela, La clase de griego, fui aún más lejos -contó-. Si debemos seguir viviendo en este mundo, ¿qué momentos lo hacen posible? Una mujer que ha perdido el habla y un hombre que está perdiendo la vista caminan a través del silencio y la oscuridad cuando sus caminos solitarios se cruzan. Quería prestar atención a los momentos táctiles de esta historia. La novela avanza a su propio ritmo lento a través del silencio y la oscuridad hasta el momento en que la mano de la mujer se extiende y escribe unas palabras en la palma del hombre. En ese instante luminoso que se expande hasta convertirse en una eternidad, estos dos personajes revelan las partes más suaves de sí mismos. La pregunta que quería plantear aquí era esta: ¿podría ser que al observar los aspectos más suaves de la humanidad, al acariciar la calidez irrefutable que reside allí, podamos seguir viviendo después de todo en este mundo breve y violento?”.
La autora reveló que no se había planteado escribir sobre su ciudad natal, Gwangju. “Yo tenía nueve años cuando mi familia abandonó Gwangju en enero de 1980, aproximadamente cuatro meses antes de que comenzaran las matanzas [la masacre de Gwangju tuvo lugar en mayo de 1980] -recordó-. Cuando, unos años más tarde, me encontré con el lomo al revés del Libro de fotografías de Gwangju en una estantería y lo hojeé cuando no había adultos cerca, tenía doce años. Este libro contenía fotografías de residentes y estudiantes de Gwangju asesinados con palos, bayonetas y armas de fuego mientras se resistían a los nuevos poderes militares que habían orquestado el golpe. Publicado y distribuido en secreto por los supervivientes y las familias de los muertos, el libro daba testimonio de la verdad en un momento en que la verdad estaba siendo distorsionada por la estricta represión de los medios de comunicación. De niña, no había comprendido el significado político de esas imágenes, y los rostros destrozados se fijaron en mi mente como una pregunta fundamental sobre los seres humanos: ¿Es este el acto de un ser humano hacia otro? Y luego, al ver una foto de una interminable cola de personas esperando para donar sangre fuera de un hospital universitario: ¿Es este el acto de un ser humano hacia otro? Estas dos preguntas chocaban y parecían irreconciliables; su incompatibilidad era un nudo que no podía deshacer”. Así nació su novela Actos humanos.
[…] “Conseguí un libro que contenía más de novecientos testimonios y, todos los días durante nueve horas a lo largo de un mes, leí cada relato recopilado allí. Luego leí no solo sobre Gwangju, sino también sobre otros casos de violencia estatal. Luego, mirando aún más lejos y hacia atrás en el tiempo, leí sobre asesinatos en masa que los humanos han perpetrado repetidamente en todo el mundo y a lo largo de la historia. Durante este período de investigación para mi novela, dos preguntas ocuparon mi mente con frecuencia. Cuando tenía veintitantos años, escribía estas líneas en la primera página de cada nuevo diario: ¿Puede el presente ayudar al pasado? ¿Pueden los vivos salvar a los muertos? A medida que seguí leyendo, me quedó claro que se trataba de preguntas imposibles de responder”.
Han casi renunció a escribir la novela, hasta que leyó el diario de una joven docente asesinada en las protestas contra la dictadura coreana. “Esa última noche, había escrito en su diario: ‘¿Por qué, Dios, debo tener una conciencia que me aguijonea y me duele tanto? Deseo vivir’. Al leer estas frases, supe con la claridad del rayo qué camino debía tomar la novela y que mis dos preguntas se debían invertir. ¿Puede el pasado ayudar al presente? ¿Pueden los muertos salvar a los vivos?”.
“Cuando el libro finalmente estuvo terminado y publicado en la primavera de 2014, me sorprendió el dolor que los lectores confesaron haber sentido mientras lo leían -dijo Han-. Tuve que tomarme un tiempo para pensar en cómo el dolor que había sentido durante el proceso de escritura y la angustia que mis lectores me habían expresado estaban conectados. ¿Qué podría estar detrás de esa angustia? ¿Es que queremos depositar nuestra fe en la humanidad y cuando esa fe se tambalea, sentimos como si nuestro propio ser estuviera siendo destruido? ¿Es que queremos amar a la humanidad y esa es la agonía que sentimos cuando ese amor se hace añicos? ¿El amor engendra dolor y es cierto dolor una prueba del amor?”.
Un sueño fue el origen de Imposible decir adiós que se publicó la semana pasada en la Argentina con traducción de Sunme Yoon. “Al igual que con Actos humanos, leí testimonios de sobrevivientes de la masacre [tras la insurrección popular en la isla de Jeju, en 1948-49], examiné los materiales y luego, de la manera más moderada que pude sin apartar la vista de los detalles brutales que parecían casi imposibles de poner en palabras, escribí lo que se convirtió en Imposible decir adiós. El libro se publicó casi siete años después de haber soñado con esos tocones de árboles negros, ese mar embravecido”.
“Tres años después de la publicación de la edición coreana de Imposible decir adiós, todavía no he terminado mi próxima novela -reveló la Nobel-. Y el libro que imaginé que seguiría a la siguiente me ha estado esperando durante mucho tiempo. Es una novela que está formalmente vinculada a Blanco, que escribí con el deseo de prestar mi vida, por un breve tiempo, a mi hermana mayor que dejó el mundo apenas dos horas después de nacer, y también para escudriñar las partes de nosotros que siguen siendo indestructibles pase lo que pase. Como siempre, es imposible predecir cuándo se completará algo, pero seguiré escribiendo, aunque sea lentamente. Dejaré atrás los libros que ya he escrito y seguiré adelante. Hasta que doble una esquina y descubra que ya no están en mi línea de visión. Tan lejos como mi vida me lo permita”.
“Mientras me alejo de ellos, mis libros seguirán su vida independientemente de mí y viajarán según sus propios destinos -graficó-. Como lo harán esas dos hermanas, juntas para siempre dentro de esa ambulancia mientras el fuego verde arde más allá del parabrisas. Como lo hará la mujer, que pronto recuperará el habla, escribiendo en la palma del hombre con su dedo en el silencio, en la oscuridad. Como lo harán mi hermana que falleció después de solo dos horas en este mundo, y mi joven madre que le suplicó a su bebé: ‘No mueras, por favor no mueras’, hasta el final. ¿Hasta dónde llegarán esas almas, las que se acumularon en un profundo resplandor naranja detrás de los párpados cerrados de mis ojos, que me envolvieron en esa luz inefablemente cálida? ¿Hasta dónde llegarán las velas, las que se encendieron en el lugar de cada asesinato, en cada tiempo y lugar devastados por una violencia insondable, las que sostienen las personas que juran nunca decir adiós? ¿Cabalgarán de mecha en mecha, de corazón en corazón, en un hilo de oro?”.
Tras reflexionar sobre las inquietudes juveniles que dan sustento desde el comienzo a su obra literaria, la autora concluyó: “Cuando escribo, utilizo mi cuerpo. Utilizo todos los detalles sensoriales de la vista, del oído, del olfato, del gusto, de la experiencia de la ternura, del calor, del frío y del dolor, de notar que mi corazón se acelera y que mi cuerpo necesita comida y agua, de caminar y correr, de sentir el viento, la lluvia y la nieve en mi piel, de tomarme de la mano. Intento infundir en mis frases esas sensaciones vividas que siento como un ser mortal con sangre corriendo por su cuerpo. Como si estuviera enviando una corriente eléctrica. Y cuando siento que esta corriente se transmite al lector, me quedo asombrado y conmovido. En esos momentos vuelvo a experimentar el hilo del lenguaje que nos conecta, cómo mis preguntas se relacionan con los lectores a través de esa cosa eléctrica y viva. Me gustaría expresar mi más profundo agradecimiento a todos aquellos que se han conectado conmigo a través de ese hilo, así como a todos aquellos que puedan llegar a hacerlo”.
El discurso completo de Han Kang se puede leer en este enlace.
Además de la Nobel de Literatura, fueron galardonados los científicos John Hopfield y Geoffrey Hinton, por sus investigaciones dedicadas al aprendizaje de las máquinas a través de redes neuronales artificiales; el Nobel de Química, para David Baker, que ha conseguido desarrollar el diseño computacional de proteínas, y para Demis Hassabis y John Jumper por predecir la estructura de estas proteínas. El premio de Medicina fue para Victor Ambros y Gary Ruvkun por el descubrimiento del microARN, un elemento clave en el diagnóstico y tratamiento del cáncer. Simon Johnson, Daron Acemouglu y James Robinson fueron premiados en Economía por sus estudios dedicados al desarrollo de las instituciones económicas y políticas y el modo en que estas condicionan tanto la prosperidad como la desigualdad de los países.
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