¿Hacia un futuro posthumano?
Con la fe puesta en otras especies, la Bienal de Venecia invita a imaginar una posible era no antropocéntrica
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No todo es glamour en Venecia. Entrar en el pabellón de Italia en la bienal, en estos días, puede ser una experiencia devastadora. Un camino que es necesario emprender a solas, para que la instalación de Gian Maria Tosatti funcione “como un espejo” en el cual proyectar historias familiares, traumas y recuerdos. “La gente sale llorando, no solo los italianos –aseguró el curador, Eugenio Viola, en una reciente visita a Buenos Aires–. Ese es el gran poder metafórico del arte, para mostrar la historia de la crisis del mundo occidental”.
Ya lo anticipa el cobertizo de chapa que reemplaza la pomposa entrada habitual. Es el pasaje hacia la primera sala, un ambiente desolado con máquinas obsoletas, cubiertas de polvo. Hay que caminar un poco más para llegar a otro galpón de techos altos y sin luz natural, lleno de mesas con máquinas de coser. “Pertenecen a una fábrica que cerró dos meses antes de iniciar la obra –explicó Viola–, y hoy recuerdan a las fábricas de Ucrania. Es un ejemplo luminoso de cómo una obra trasciende la intención del artista”.
A varios metros sobre el piso se abren dos ventanas que no comunican con el exterior: del otro lado están las habitaciones del presunto dueño del lugar, desde las cuales es posible vigilar el trabajo cotidiano. “Visitamos muchas fábricas, desde Sicilia hasta Véneto, con espacios muy parecidos. Incluido ese cuarto superior. Por eso la instalación es tan realista: es una arqueología industrial”, agregó el curador.
Y aclaró que durante tres meses –y con una inversión de 1.5 millón de euros, recaudados por él mismo tras “la campaña de fundraising más brutal” de su vida– trabajaron para construir esa estructura autoportante dentro del pabellón, que no puede ser intervenido por tratarse de un edificio histórico.
Allí se construyó incluso una pileta gigante, necesaria para generar el clima del “segundo acto” de la obra titulada Historia de la noche y el destino de los cometas. Mientras que la “historia de la noche” alude a la caída del sueño industrial italiano, el “destino de los cometas” intenta ofrecer una posible salida y generar reflexiones sobre el rumbo de la civilización.
Despertar conciencias
Con un muelle sobre aguas oscuras y luces intermitentes brillando a lo lejos, este final está inspirado en el “El vacío del poder”, artículo de Pier Paolo Pasolini publicado en el Corriere della Sera en febrero de 1975, que menciona a esos insectos en extinción como metáfora de una forma de vida más entrañable. Meses más tarde, el escritor y cineasta moría asesinado.
“Las luciérnagas son los elementos más frágiles del ecosistema, los primeros en desaparecer –dice Viola–. Los incluimos en la obra como mensaje de esperanza. Porque como demostró la pandemia, dominar la naturaleza no es posible. Yo que nací melancólico, digo siempre que en estos tiempos inciertos el optimismo tiene que ser una necesidad ética, casi una obligación moral. El objetivo final es despertar conciencias”.
No parece casual que la imagen de la esperanza recaiga en otras especies. “Muchos artistas imaginan un futuro posthumano, no antropocéntrico”, dijo Cecilia Alemani, curadora de esta 59ª edición de la bienal llamada La leche de los sueños. El título evoca un libro de Leonora Carrington, compilación de textos e ilustraciones que la artista surrealista creó para sus hijos.
“Describe un mundo mágico en el que la vida se reinventa constantemente a través del prisma de la imaginación y en el que se permite cambiar, transformar, volverse otro. La exposición elige a las criaturas fantásticas de Carrington, junto a muchas otras figuras en transformación, como compañeras de un viaje imaginario a través de la metamorfosis de los cuerpos y las definiciones de lo humano”, explicó Alemani al presentar su proyecto.
Según la curadora, esta exposición se basa en conversaciones que mantuvo con artistas en los últimos años. “Registra las convulsiones de nuestra época”, opina, en la cual “el arte y los artistas pueden ayudarnos a imaginar nuevos modos de convivencia e infinitas nuevas posibilidades de transformación”.
“Las preguntas que fueron surgiendo de estos diálogos parecen capturar este momento de la historia en el que la supervivencia misma de la especie está amenazada –agrega Alemani–, pero también resumen muchas otras preguntas que impregnan las ciencias, las artes y los mitos de nuestro tiempo. ¿Cómo está cambiando la definición de lo humano? ¿Qué constituye la vida y qué diferencia a las plantas y los animales, los humanos y los no humanos? ¿Cuáles son nuestras responsabilidades hacia el planeta, otras personas y otras formas de vida? ¿Y cómo sería la vida sin nosotros?”
Habrá que imaginarlo.
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