¿Hacia dónde va la performance? Preámbulo para una nueva bienal sobre la disciplina de los cuerpos
La edición de la BP.21 que comienza mañana pone la lupa sobre las tendencias de la disciplina más inasible, que como todo arte vivo, se nos escapa de las manos
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Después de dos años sin Bienal de Performance (BP.21), vuelve mañana el encuentro que pone foco en la disciplina de los cuerpos, con un formato adaptado a la pandemia: expandido en el tiempo (durará cinco meses) y en el espacio, con varias sedes y espacios al aire libre. “Somos una pequeña multitud alucinada”, dice la primera línea del statement de la performance que presentará Andrea Servera, una artista de la danza que participará en la BP.21 en febrero en el jardín de Proa 21. “Somos delicias del jardín trava, flores no binarias, yuyos persistentes que lo contaminan todo”. Por ese sendero andan muchas de las performances de estos días en la Argentina: diversidad de género, parques por protocolos sanitarios e interdisciplina. Los encuentros personales, un anhelo que se refleja en la producción reciente.
En el mundo, se ha premiado una ópera performance que tiene mucho de instalación: una playa llena de veraneantes era el Pabellón de Lituania de la última Bienal de Venecia, Sol y Mar (Marina), ganó el León de Oro. Y se ha castigado otra, que tiende al teatro: los límites se desdibujan incluso para la abuela de la performance, Marina Abramovic, que recibió críticas lapidarias por su última pieza, Siete muertes de María Callas, descripta como “proyecto de sesión espiritista dramatúrgicamente fallido”.
Un nuevo cuerpo, menos normalizado
“No sé si hay tendencias”, dice el crítico y curador Rodrigo Alonso. “Lo que se nota históricamente es cómo va evolucionando el concepto de cuerpo o las miradas sobre él desde los comienzos de la performance. En la década del 60 había mucha performance feminista, que planteaba la diferenciación del cuerpo femenino en la sociedad. Hoy, los cuerpos están menos normalizados. Hay cuerpos disidentes, trans. La corporalidad ha cambiado mucho en los últimos años, y por eso también cambió la performance”, señala. Claro que continúan en la BP.21 las performances de raíz feminista, como el recital de insultos machistas que dará en febrero Mercedes Azpilicueta en el Museo Moderno o el homenaje a las empleadas domésticas que hará en el Museo Larreta el mismo mes junto con Agustina Muñoz. Entra en el radar la vida virtual: “La concepción de lo social está atravesada por la tecnología, la ubicuidad, lo transmedia y todo lo que tiene que ver con nuestro mundo contemporáneo, en un panorama global mucho más complejo”, agrega Alonso.
Natacha Voliakovsky considera que la tendencia es, más que trans, hacia lo drag. Artista de la performance biopolítica y directora de Argentina Performance Art, plataforma dedicada a investigar la historia de la performance local, enumera ejemplos de figuras en ascenso (brillantes presencias en los pasillos de arteBA): Galaxia y Mar, El Pelele, Mabel, La Porquería Mala, La Chola. “Observo que el estilo que se viene desarrollando más tiene una relación directa con el espectáculo. Lo que más prolifera es el drag, con referentes en diferentes provincias. Se corre del arte de la performance más dura, y dialoga con el show, el entretenimiento y la noche. La tendencia se alimenta de las drag races (realities como RuPaul), y también del auge de los tutoriales de maquillaje en redes que crearon un verbo: draggear. Y hay un componente de época: el hije del presidente es queer, se logró el documento no binario, el aborto legal y el cupo laboral trans, y se reconoció la identidad de género de la directora del Palais de Glace, Feda Baeza. Hay una línea muy fina entre el hacer social y nocturno como despliegue de la propia identidad y el hacer como obra. Es un poco una herencia de Sergio de Loof”, cuenta Voliakovsky que, en la pandemia, investigó su alter ego drag, y encarnó a Nacho en performance virtuales.
Aislamiento: un desafío para las artes vivas
Es notable cómo estos tiempos excepcionales de cuarentena tienen impacto en la disciplina. “Al tratarse de un dispositivo interdisciplinario, no canónico ni normativo, la performance busca transgredir los modelos ya prescritos para reinventarse permanentemente. Trabaja a partir de un contexto y una contingencia específicos –explica Maricel Álvarez, curadora de la Bienal–. La pandemia, y su tiempo de aislamiento aún hoy, fue un desafío para las artes vivas en general. La virtualidad y la consecuente desmaterialización de los cuerpos, para una disciplina como la performance que orbita alrededor del cuerpo en toda su potencia y en todas sus formas, activó en su momento un campo de debate que continúa: ¿Pueden construirse experiencias sensibles desde lo virtual sin la implicación biopolítica del cuerpo del artista presente, sin la interacción?”.
En cuarentena, proliferaron las propuestas virtuales: conferencias performáticas, videoarte, foto performances y piezas sonoras, como la que encabezó Osías Yanov desde la Bienal de Berlín. “Esto permitió la continuidad de la práctica en tiempos de encierro, pero también marcó ciertos límites en cuanto a las potencialidades expresivas del medio”, continúa Álvarez. Piensa, por ejemplo, en Iván Haidar, otro artista de la danza que formará parte de la bienal durante enero de 2022 en el Teatro San Martín: durante cinco horas ofrecerá su cuerpo como material para que otros ocho artistas hagan con él obra. “Su producción gira, desde hace ya algunos años, en torno a la relación del cuerpo y la tecnología. Ha logrado reafirmar su programa estético durante la pandemia. Solo y desde su propio hogar produjo piezas audiovisuales cuyo principal soporte de exhibición fueron YouTube o las redes sociales”, señala.
Presencialidad, temor y reflejos
El retorno a la presencialidad es un hito y un desafío. “La pandemia ha afectado no sólo los cuerpos sino también la psiquis de los artistas. Las obras por venir nos hablarán de todos los temores y los conflictos que se pusieron de manifiesto ante el miedo a la muerte. Habrá que reconstruir o reinventar nuestras maneras de vincularnos. Las nuevas formas de contacto posible entre los cuerpos es un tema que abordará Sofía Durrieu en la BP21, en su obra Arco reflejo (en febrero, en el Parque de la Memoria). Sofía imagina un dispositivo heterogéneo (parte humano, parte mecánico) para el reencuentro entre los cuerpos. Un paso hacia la recuperación de lo presencial, considerando que la distancia y el aislamiento ha dejado un trauma, que habrá que ir superando por etapas”, explica Álvarez.
“Con la pandemia, la performance dejó de ser el llamador de público”, dice Violeta Mansilla, curadora y anfitriona de cuatros ediciones del festival de performance Perfuch, en Estudio UV. “Antes de la pandemia, toda muestra tenía una performance que la animara. Ya no es posible por protocolos hacer performances duracionales. Las obras hoy hay que pensarlas desde lo posible, sin perder el aura. Más que nunca, la realidad está chocando con la imaginación. Lugares abiertos, poco contacto físico... hay que ser conscientes y adaptarse”, señala la actual curadora de la residencia en Punta del Este de la Fundación Amalia Amoedo.
Entonces, ¿qué es la performance?
Finalmente, ¿qué es performance? “El término performance, en el siglo xx, empezó a ser usado en campos estéticos y académicos muy diversos. Conforma un complejo entramado de relaciones sin un eje central –explica Susana Tambutti, directora académica de la Bienal de Performance–. Richard Schechner estableció una distinción entre las prácticas que son performances y las prácticas que pueden verse como performances, lo cual implica una mirada metodológica. Desde un horizonte antropológico, Víctor Turner estableció relaciones entre el teatro y el ritual conectándolos con una dimensión performativa, mientras que Milton Singer utilizó el término performance cultural para designar distintas tipologías escénicas (desde obras teatrales, conciertos, danza, hasta bodas, fiestas de graduación, bautismos, acontecimientos que podrían subsumirse dentro de la denominación de géneros performativos). En otra trayectoria, Erving Goffman desarrolló la idea de performance social, acercándose desde las interacciones sociales. Un filósofo del lenguaje como John Austin destacó el hecho de que algunas palabras hacen o realizan algo, instalando así la idea de lenguaje performativo. De ahí, el enorme aporte de Judith Butler fue inaugurar la posibilidad de análisis de procesos sociales y productos culturales como performances. Así, estableció una propuesta teórica intempestiva al considerar el género y la identidad en términos de performatividad”. Los nombres de teóricos y artistas que pensaron la performance como un modo crítico que activa y modifica la realidad es inmenso, aclara Tambutti. Y agrega: “A todo lo anterior, hoy habría que sumar la irrupción de nuevas tecnologías y del software que, al integrarse a la dramaturgia del espectáculo, producen nuevas interacciones entre las plataformas digitales y el espacio real y, al mismo tiempo, dinamitan la centralidad de la presencia efímera del cuerpo, fundamento de las más aceptadas definiciones del performance”. Una disciplina que esta viva siempre que su significado se nos escape de las manos.
Para agendar
BP.21. A partir de mañana, en el Museo Nacional de Bellas Artes, con una videoinstalación de Diego Bianchi y una acción sonora, física, visual y espacial a cargo de Jorge Crowe, Javier Bustos y Leticia Manzur en la Plaza Rubén Darío. La programación completa se puede consultar en la web del festival http://bienalbp.org/