Fragmento de la nota publicada originalmente en la revista Rolling Stone el 1° de septiembre de 2006.
Lleva más de la mitad de su vida en el oficio de estrella de rock. Veinticinco años en los que él también demolió hoteles: llegó a tirar un bidet desde una ventana. "¿Qué otra cosa puedo hacer?", se pregunta Gustavo Cerati en esta entrevista realizada en Buenos Aires y Nueva York, entre aeropuertos y pruebas de sonido, durante su gira más ambiciosa, exitosa y divertida de la última década.
La condición de pasajero en tránsito empieza en Núñez a eso de las seis de la tarde y finalizara en la sala de embarque de Ezeiza. Tres horas, o poco más, es el tiempo de una modalidad periodística infrecuente pero apropiada: la charla en movimiento con Gustavo Cerati. Las circunstancias son: una combi, que lo conduce desde su casa hasta Ezeiza, la fila de espera para el check-in y de ahí a un bar del aeropuerto. La situación, decíamos, es oportuna: el músico odia volar pero vivir en gira es una droga que consume desde su tierna juventud y, salvo excepciones que luego detallará, tiene consecuencias químicas sobre su cuerpo, le mejora la autoestima, el semblante, la capacidad de disfrutar. Todo eso le está ocurriendo ahora mismo. Son efectos reconocibles desde las epopeyas continentales de Soda Stereo, casi 25 años de rock subido a giras interminables y a las tentaciones del camino. En ese espejo de "ser humano on tour", se mira y reconoce a un baby face de 47 años, un héroe de la guitarra y el rock en español que nunca mostró en forma impúdica sus descensos a la liga infernal. "Hace mucho que me considero un sobreviviente. Me encuentro con gente de mi edad, tipos como [Roberto] Pettinato o [Ricardo] Mollo, a quienes conozco de la época de Sumo, gente cercana, que crecimos juntos en la popularidad, y realmente somos sobrevivientes. Siento un poco eso. Te metiste de todo y seguís forzando la máquina", dice Cerati. Mira fijo. La combi plateada enfila hacia la avenida General Paz. Las décadas desde su debut, las huellas que deja en su vida el oficio que eligió, los motivos de una extraña figura pública alejada del mito, pueden repasarse rápido. "Podemos ir más despacio, tenemos tiempo", es la sugerencia al chofer. Ahí vamos.?
"De alguna manera fuimos partícipes, testigos y usadores de una industria que se desencadenó ahí, en los 80. Hasta los 70 todavía existía aquello del loquito que zafaba de la regla. Incluso dentro de mis propios amigos –ídolos de juventud que yo tenía– hubo varios que se tomaron un ácido de más y se fueron lejos, onda Syd Barrett. Pero eran como pequeños exabruptos dentro de la situación general. En los 80 realmente hubo descontrol, porque todavía no veíamos los efectos nocivos de la situación ni teníamos clara la situación en sí: el mercado era algo nuevo. A lo largo de los años he jugado con el abuso y con la constricción en varias oportunidades. Sucede que algunos hemos tenido mejores niveles de alarma". Ni del éxito regional de su disco, ni de la estéril discusión entre rock barrial y pop sofisticado. Cerati habla de él mismo como si las marcas del pasado estuvieran presentes en la línea de tiempo de un artista lúcido y trabajador que fue prócer, decidió dejar de serlo y hasta se expuso a lo que pocos, más allá de cierta indiferencia, cierta desconsideración. Hace dos meses que dejó de fumar, luego de sufrir una tromboflebitis y permanecer un par de días en terapia. Un susto. Como si hiciera falta para comprobar que hoy, a veces, su vida privada se juega en público sin filtros, el último cigarrillo lo encendió para interpretar al detective melancólico y marlowiano de su videoclip de "Crimen": "La verdad que si no hubiera estado fumando en ese momento hubiera tenido que fraguar el cigarrillo de alguna manera, hubiera sido una situación muy complicada para mí. De última, ya solucionado ese tema, lo que se ve en el video realmente es el último cigarrillo que me fumé. El otro día estaba viendo algunas cosas, momentos antiguos registrados en videos, veía qué tan asociado estaba realmente al cigarrillo a mi vida. No digo que lo haya dejado de estar porque de alguna manera va a seguir estando, como un alcohólico, después de tantos años, pero ya hasta me parece extraño verme así. Hasta pienso que el cigarrillo no me queda bien [risas], que es medio ridículo. Pero básicamente dejé por un susto".
–¿Cuánto fumabas?
–Casi dos atados diarios.
–Demasiado.
–Curiosamente, dije: "Bueno, me pasó esto en la vida, aprovecho". Porque no había una concreta relación entre lo que me pasó a mí a nivel de salud con el cigarrillo. No era determinante. Me parece increíble lo poco que me costó.
Uno tiene la antena para cosas que ocurren alrededor, situaciones que tienen que ver con tus vivencias, pero la verdad es que en la música está lo que quiero decir.
–¿Fue una decisión instantánea? "Dejo, ¿y chau?"
–Ni siquiera me puse parches, fue el susto suficiente como para decir: "¿Quiero que la próxima sea directamente el fin?". Considero que esas situaciones después de los 40 son llamados a cambiar la vida. Lo veo como algo que tengo que superar porque es la única manera de oponerle a esa alarma un cambio realmente de algún tipo. Se supone que encadena otros cambios también, que tienen que ver con las limitaciones.
–Te obliga a repasar tus hábitos.
–Hay un deterioro progresivo, que no sé si no es peor en definitiva, lento, no muy perceptible, pero que en algún momento explota. Había amigos como Richard [Coleman] que eran capaces de duplicar o triplicar la suma de lo que uno podía tomar o cosas así. Yo tenía un mayor cuidado, me parece.
–¿Ya habías pasado por situaciones de susto antes?
–Sí, muchas veces. Desde el comienzo casi. Recuerdo una concretamente: grabando Signos, un disco muy sufrido desde la tecnología, fue complicadísimo todo. Y además realmente estábamos tomando mucho, entonces eso amplificaba todo el desastre. Recuerdo terminar en el hospital, desesperado, pensando que era el fin. Y bueno, así, semanas de ese tipo de situaciones.
–¿En esa época cualquier cosa era válida para probarte hasta dónde podías llegar en la etapa de creación?
–Todo estaba relacionado. Sobre todo porque en este caso era básicamente cocaína, era lo que estaba conectado a quedarse miles de horas despierto y tratando de solucionar lo insoluble, encontrando problemas donde no los había, y al mismo tiempo teniendo cierta conciencia de responsabilidad, de terminar con ese disco, de estar en un momento muy especial con la banda. Era toda una situación exagerada. Todas las letras del disco se hicieron en una sola noche y era la noche antes de que yo tuviera que cantar. Era una mezcla de tortura y excitación, porque al mismo tiempo, en la medida en que las iba terminando y se iban completando como rompecabezas, iba sintiendo como una excitación muy particular.
–¿Esa forma definió una búsqueda musical en las palabras?
–Hay una búsqueda musical porque a mí me inspira escribir letras a partir de la música. Naturalmente, uno tiene la antena para cosas que ocurren alrededor, situaciones que tienen que ver con tus vivencias, pero la verdad es que en la música está lo que quiero decir. Y si a veces despotrico un poco con el tema de la lírica, lo hago de la misma manera con el lenguaje, en definitiva son especies de prisiones, son como situaciones mucho más terrenales. La música es como volar. Ya de chico no podía escribir muchas historias, era más descriptivo en cuanto a lo emocional y estaba mucho más interesado por los surrealistas y aquello que me llevaba para otros lados, por eso era tan fanático de Spinetta en su momento. En realidad soy una persona muy titulera, tengo títulos. Y ya los títulos casi dicen todo, ojalá pudieran ser nada más que eso solo, pero generalmente necesito escribir sobre eso, entonces le doy vueltas a esa cosa.
Otra combi, ahora en Nueva York, traslada a Gustavo Cerati hacia un restaurante naturista, "sanito", del downtown de Manhattan. Ya pasó la prueba de sonido de uno de los puntos más altos de la gira: un concierto gratuito en el Central Park en el que una parte de la multitud latina que esperaba volver a verlo quedará del lado de afuera de las rejas del Summer Stage: la capacidad de 5000 personas fue desbordada. El show, una versión condensada del que presenta con esta gira por toda América, le ofrecerá la chance de medir los resultados de su movimiento perpetuo. Ahí vamos?es sin duda un leitmotiv y las audiencias fervorosas, de Chile al DF mexicano, de Bogotá al estadio Obras y acá en Nueva York, lo perciben. "Hamburguesa vegetariana, pero no de soja", dice al camarero latino. "Me trae problemas con la coagulación", aclara por lo bajo. Ya en confianza, distendido, suelta una de las frases más elocuentes sobre su actualidad: "Con los años, se aflojan los tensores del cuerpo, pero también los de la personalidad".
Después de verlo en un partido de truco junto a Adrián Taverna, técnico de sonido desde los días de Soda Stereo y viejo compañero de emociones, o de escucharlo bromear sobre mujeres con Richard Coleman, pueden comprobarse al menos dos cosas de Cerati 2006: a) que está muy alejado del tipo con poco o nulo sentido del humor que puede adivinarse en sus letras y sus apariciones públicas; b) que su nueva banda con Coleman, Samalea, Fernando Nalé y Leandro Fresco (además de Taverna) es una selección del rock latino de Fricción a Kuryaki, pero también una crew de seres curtidos en gira, amantes de la ruta y sus hábitos. Como él.
"Es cierto. Soy más payaso de lo que parezco. Uno de mis apodos en la intimidad de las giras es Torpeman: soy capaz de tirar una mesa completa ya servida", confía. Y vuelve sobre aquello de los tensores de la personalidad: "Yo siempre traté de controlar todo, traté de mantener esos aspectos alejados de mi personalidad. Pero con el tiempo vas extremando el control y te convertís en un personaje de eso mismo. Ya no me siento cómodo tratando de cumplir una expectativa. Más cuando te golpea la salud. Cuidaba el personaje, un espectro, pero no me daba importancia, había como una disociación. No creo que haya cambiado; solo cambié el eje de dónde pongo más atención. Ahora me cuido a mí, no a lo que piensen de mí. Tuve momentos de mi vida de fingir y vivir una intensidad de felicidad pero estar resquebrajado como el peor".
–Nunca te mostraste como un artista torturado, sufriente, atormentado. Tampoco el descontrolado. Es algo muy presente en el imaginario rockero y vos te mantuviste al margen.
–No me interesó mostrar esa faceta. Nunca creí que la obra estuviera ahí. Pero debo confesar: "¡Yo llegué a tirar un bidet desde un hotel!".
La anécdota corresponde a las primeras grandes giras de Soda. Un cinco estrellas de Mendoza. Un jacuzzi. Y un encargado que se niega a habilitarlo. Resultado: Cerati, el de los raros peinados nuevos, arranca el sanitario y lo lanza por la ventana. "No es ese el recuerdo general, pero Soda era una banda intensa. Cuando empezamos el circuito de Marabú, las discotecas, estaban Los Twist, Sumo, Los Abuelos. Nosotros éramos un trío de rock, hacíamos un ska distorsionado, pop potente. Había que salir de gira por el Gran Buenos Aires y bancársela, y en esa época casi nadie quería tocar después de Soda. Era intenso".
Hoy, en esta gira de más de dos décadas después, la intensidad se juega de otro modo. Quizá lo que mejor resuma la situación es un signo apenas perceptible, sobre el que vale la pena poner atención, una mirada cómplice, risueña, de compadres, que lo une con Richard Coleman, ubicado a su izquierda en el escenario durante la gira. "Estamos en esto. Esto somos. Es nuestro trabajo, nuestra vida. Miramos el futuro preguntándonos: ‘¿Podremos seguir sintiendo así? ¿Podremos seguir siendo para siempre así?´. Este disfrute, esta rutina. En el último tiempo recuperé la capacidad de disfrutarlo, ya casi no me planteo la posibilidad de parar. Es más, la fantasía de abandonar todo, de irme a pintar óleos a Uruguay, ya casi no aparece como posibilidad, la abandono antes de hacerme una idea clara de cómo sería mi vida así. Habría que ver si realmente soy capaz de vivir de otra manera. ‘¿Qué otra cosa puedo hacer’, como dice el tema. Siento que tengo que ponerme las pilas, que es mi trabajo".
–¿Como placer o como responsabilidad?
–Ambas, justamente. Es mi esencia y mi trabajo. Porque pasé por todo. Por graves disociaciones. Por momentos en que la estructura laboral, la máquina, era enorme y yo no la podía sostener. De "Gracias totales" pero no poder agradecerme la vida que tenía. De soportar la presión del resto. No te olvides de que yo, literalmente, colgué una gira de Soda, los abandoné, en México les dije: "Me bajo". Y me fui a Chile a vivir con mi mujer el embarazo. Después viene el momento en que voy a la oficina nuestra y frente al manager estaba sentado Cordera, de Bersuit. Había un tema económico, muchas personas, familias que vivían de esa estructura. Yo sentí esa presión. Y forzamos un poco más la máquina. Hasta que en dos shows de Viña del Mar y el Festival Alternativo en Ferro ya no había disfrute ninguno. Lo vivía como una prisión artística y laboral. No hay nada peor que no sentir.
–Ese estado, ese "no sentir", las religiones orientales lo tienen como una búsqueda profunda.
–Sí, claro. Pero no hablo de paz interior. Hablo de estar viviendo a mil, en un estado de excitación máxima, de supuesta situación placentera, de reconocimiento externo, y por dentro no sentir nada. No tener la capacidad para asimilar nada bueno. Ahora puedo sumar esa rutina y el disfrute. En ese sentido el año 2005 fue superimportante, a nivel personal. Un tsunami. Muchos tsunamis. Dejar fluir las emociones profundas a cualquier costo. Decidir que las cosas son blancas o negras, como la gráfica del disco. Sin grises. Recuperar cierta inconsciencia, controlar menos. Estaba demasiado preocupado por qué pensaban de mí, disperso. Decidí cortar con eso.
¿Por qué la elegimos?
Héroe del rock en español, hacía dos meses que Gustavo Cerati había dejado de fumar, tras el susto que le dio una trombosis en una pierna, cuando realizó esta entrevista entre Buenos Aires y Nueva York, durante la gira de Ahí vamos. Por eso, el cuidado y los excesos son temas que atraviesan el primer tramo de una larguísima conversación con Rolling Stone, que ya no se lee igual. Este mes se cumplen diez años de su último show y del accidente cerebrovascular que lo dejó en coma hasta su muerte, en 2014. "Dios Guardián Cristalino de guitarras/que ahora/más tristes/penden y esperan/de tus manos la palabra", lo recordaría en un poema el Flaco Spinetta.