Gustavo Bruzzone: el juez del Yomagate y el caso Cromañón es un éxito en Instagram gracias a su pasión por el arte
Recorre galerías, museos, inauguraciones y talleres haciendo videos que comparte en sus redes sociales y reciben cientos de likes; una visita a la casa del coleccionista sorprende con paredes cubiertas de obras hasta en el baño
- 7 minutos de lectura'
“Pasen al fondo, ahí esta mi dormitorio, donde se resume todo lo que empecé a coleccionar en los años 90″, dice Gustavo Bruzzone mientras conduce a través de un estrecho pasillo atiborrado de pinturas para al final abrir la puerta de su cuarto. No queda un solo espacio libre sobre esas paredes: la cantidad de cuadros de artistas argentinos abruma, nada tiene que envidiarle a los salones europeos del siglo XIX cubiertos de obras hasta el techo.
Bruzzone -“el Negro”, como lo apodan sus jóvenes fans- se sienta unos instantes a descansar en la cama: acaba de llegar de la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal, donde trabaja hasta las cuatro de la tarde como juez. En pocas horas empezará su ronda nocturna: recorrerá galerías, muestras, talleres, inauguraciones, en las que graba con su teléfono videos de lo que pasa en el mundo del arte para luego subirlo a su cuenta de Instagram (@gustavobruzzone) que en no más de tres años ya cuenta con casi 13 mil seguidores.
Durante las filmaciones habla poco, los protagonistas son los artistas. “¿Cómo se recorre esta muestra?”, pregunta al llegar. Pintores, escultores, ceramistas lo van guiando a través de la exposición a la vez que le dicen de qué se trata cada obra. Él sólo responde “ajá”, como en una invitación a continuar explayándose con tranquilidad.
Su gran pasión es coleccionar pinturas nacionales de la década del 90. “En total, a lo largo de mi vida acumulé unas dos mil obras, la mayor parte están acá, otras en casas de amigos”, explica a LA NACION y señala uno de los cuadros más grandes de su dormitorio: es de Pablo Suárez y retrata a un hombre desnudo abrazando la inmensidad del mar.
Collage, pastiche, mezcolanza. Tal vez alguna de estas palabras sirva para definir cómo fueron curadas las habitaciones de su departamento en un tercer piso de la avenida Córdoba y Carlos Pellegrini. Más allá del período histórico, con la generación del Centro Cultural Ricardo Rojas y la revista de arte Ramona -de la cual fue cofundador- como ejes, no hay un único criterio de selección. Sin embargo pareciera que casi ningún artista valioso de esos años permaneció fuera de este lugar al que, si se le quitaran los muebles, bien podríamos llamar “museo”. Pero a él no le interesa crear un museo, aunque sí estaría de acuerdo con que una parte de su colección pase a integrar el acervo de alguno.
En pocos metros cuadrados se exponen pinturas de Miguel Harte, Marcelo Pombo, Karina El Azem, Carlota Beltrame, Alicia Herrero, Sandro Pereira y Fernanda Laguna, Cristian Dios, Sergio De Loof, Pablo Siquier, Ernesto Ballesteros, Magdalena Jitrik, Dino Bruzzone, Benito Laren, Marina De Caro, Ariadna Pastorini, Lux Lindner, Roberto Jacoby, Cristina Schiavi, Ana Gallardo y Marcia Schvartz, entre otros.
Si se le pregunta cuál es su cuadro preferido dirá que no tiene “un” favorito. El primer dibujo que adquirió fue una tinta china de Alberto Greco, recuerda. Ahora recibe a artistas a quienes les compró obra y ellos preguntan dónde la puso. No los defrauda, todo está a la vista; recuerda en qué rincón exacto colgó cada cuadro.
Ante semejante despliegue de colores, texturas y técnicas es inevitable querer saber si hay algo de todo esto en venta. “No, no vendo. Sólo compro. Tampoco tengo una cifra estimada de lo invertido, todo fue adquirido con mis ingresos. No me queda resto”, afirma. Nunca paró de sumar cuadros. “Hoy no podría armar esta colección”, confiesa.
Bruzzone fue parte de la movida del Rojas cuando era dirigido por el artista Jorge Gumier Maier. En 1993 se separó y recuperó dos años más tarde su casa actual, cuenta mientras camina por el pasillo en dirección a lo que llama el Gordin Room en honor a Sebastián Gordin. En realidad es un cuarto de huéspedes, repleto de sus obras, con una gran maqueta de Ciudad Evita que fascina a los visitantes extranjeros.
A un lado está el baño, recubierto con planchas de venecitas azules como si fuera el fondo de una pileta. Es un diseño de Cristina Schiavi hecho por la artista contemporánea Nushi Muntaabski. A pocos metros, en el que fue el cuarto de su hijo Manuel, psicólogo, cuando vivía juntos, cuelga un cerebro, regalo de Benito Laren.
Tiene también una habitación exclusivamente dedicada a su archivo, prolijamente ordenado en varias carpetas junto a otro archivo audiovisual, que comenzó a formar en 1995 con una filmadora Canon y luego una Sony Hi8. Por eso para muchos la relevancia de Bruzzone radica más bien en su intervención en la documentación y registro de esa escena. Cualquier estudioso del período encuentra en él una solidaria y valiosa fuente de información.
“Ahora hago lo mismo que con las antiguas cámaras de video, pero todo con el teléfono, con inmediatez. Lo filmo a la tarde y lo subo a redes en la misma noche”, dice. Publica imágenes casi en crudo. “Puedo cortar el principio o el fin, en el medio no me sale”, explica. No deja de sorprenderse por la repercusión que tiene cada una de las grabaciones, incluso en pandemia, cuando filmaba dentro de su casa la historia de una obra, de una provincia, o simplemente leía un texto. Todo en no más de 10 minutos.
“Venite a tal lado o a tal otro me dicen los artistas. La movida del arte es increíble. He llegado a ir a ocho eventos en una sola noche”, cuenta. Pero su día comienza temprano a la mañana cuando llega hasta la Cámara de la calle Talcahuano a pie. Es un barrio que conoce bien, siempre vivió en la zona. Antes se iba de ahí a dar clases en la Facultad de Derecho; hoy vuelve a su casa donde lee sobre historia del arte hasta la ronda nocturna.
Más cerca del arte que de la política
Al ver sus videos nadie imaginaría que se recibió de Abogado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) ni que tiene una carrera judicial de 42 años. Fue empleado, secretario de juzgado, fiscal federal, fiscal de juicio en Penal Económico y hoy es juez de la Cámara de Apelaciones en lo Criminal. Nació en Quilmes en 1958 y sus padres tenían una fábrica de venta de artículos para el hogar. Lo mandaron al tradicional colegio Saint Georges de Quilmes donde pasó un tiempo como pupilo. Pero su espíritu rebelde hizo que de joven se afiliara al justicialismo, partido del cual se alejó durante el menemismo, épocas en la que tuvo a su cargo casos polémicos como el Yomagate, la investigación de una operación de narcotráfico de cocaína, o la tragedia de Cromañón a raíz de la cual pidió la excarcelación de Omar Chabán, dueño del boliche donde se produjo el incendio. “Sigo teniendo los mismos criterios. Técnicamente era lo correcto. Mientras dure el juicio toda persona tiene que estar en libertad y así lo enseño en las aulas”, responde frente a la pregunta sobre su tan criticada decisión.
Ser fiscal de casos políticos tuvo sus consecuencias. “Me echaron y me fui al fuero en lo Penal y Económico donde no tenía trabajo. No llegaban asuntos”. El arte fue un remedio infalible; se anotó en talleres y empezó a pintar. De esa época es la serie “Los funcionarios”, donde retrata con sarcasmo a las figuras del poder judicial de aquel entonces. De esos doce o catorce cuadros destaca uno, en el que se ve a un hombre pequeño detrás de su escritorio y, en primer plano, una gigante lapicera suiza como símbolo del poder al cual acceden, con su función fálica. “Cuando entran a Tribunales todos empiezan con una birome Bic, luego siguen con una lapicera Sheaffer, después una Parker pero terminan con una Mont Blanc”, asegura. Esta serie de obras fueron expuestas en su primera muestra individual en octubre pasado.
Hoy el juez está mucho más cerca del arte que de la política y, si alguien lo pone en duda, puede ingresar a su Instagram, en la que además de recibir miles de likes y corazones, se ve el efecto que provoca cuando de pronto aparece en algún evento de Paternal, La Boca o Recoleta: los artistas lo reciben con un “Hola. Qué lindo que viniste, Negrito”. Es que probablemente gracias a él, esa noche, esa muestra, ese cuadro, no pasará inadvertido.
Temas
Otras noticias de Arte y Cultura
Más leídas de Cultura
Despedida. Adiós a Juan José Sebreli, decano de nuestro salón
Dos millones de dólares. Venden la Casa Curutchet, obra maestra de Le Corbusier en Latinoamérica
“Una maraña proliferante”. La literatura latinoamericana, protagonista del congreso Desmadres
Sebreli, maestro y genio. De la chomba negra para el cumpleaños que no festejará a la importancia de tener en el país un intelectual como Sebreli