Guillermo Roz: “Para emigrar, hay que tener una cuota de desesperación importante”
Con prólogo del cubano Leonardo Padura, el escritor presenta “Sapukái”, inspirada en la masacre de La Forestal, en 1921, en el norte de Santa Fe; es su novena novela, aunque la primera publicada en la Argentina; “No soy un escritor de capilla”, dice
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El escritor Guillermo Roz (Buenos Aires, 1973) es otro de los argentinos que emigró a España después de la crisis de 2001. Todas sus novelas fueron publicadas en ese país, en sellos españoles, y circularon poco en la Argentina. Sin embargo, con Sapukái (Hoja de Lata, $ 24.990) consiguió que se imprimieran y distribuyeran ejemplares en su país natal, “poco más de cien años después de que los hacheros de La Forestal se enfrentaran al lock out de la empresa y a su temible Gendarmería Volante en la provincia de Santa Fe”, como se puntualiza en el colofón. En la masacre de La Forestal, fuerzas policiales y parapoliciales asesinaron a trabajadores en huelga en varias localidades santafesinas, en enero de 1921.
La novela se ambienta en la localidad de Santa Ana, en un remoto país sudamericano, donde La Compañía, una empresa de capitales británicos, impone sus propias leyes en territorio extranjero con el objetivo de exprimir hasta la última gota del “oro rojo” de los quebrachos. Desde luego, cuenta con la complicidad de los dirigentes locales. “Los ingleses se dieron cuenta de que si querían construir su fábrica tenían que construir una sociedad. Con sus ricos, con sus pobres, con sus hombres y con sus correspondientes mujeres, o sea, con sus niños y sus familias. No había otra manera”, les explican a Sapukái y su amigo Lito apenas llegan al pueblo.
Roz está de visita en la ciudad de Buenos Aires (y en la zona sur del conurbano bonaerense, su “patria chica”), invitado por la Semana Negra BA que el gobierno porteño realiza con la Semana Negra de Gijón. Además, presentó la novela en la librería Suerte Maldita, junto con el historiador Alejandro Jasinski (autor de Revuelta obrera y masacre en La Forestal), y participó de una charla organizada por el grupo literario Alejandría. En España, coordina clubes y talleres de lectura y escribe para los diarios El País, de España, y El Universal, de México. Es padre de dos hijos.
Este viernes a las 15, conversará en la Biblioteca Ricardo Güiraldes (Talcahuano 1261) con Florencia Canale, el peruano Charlie Becerra y Pamela Terlizzi Prina sobre las confluencias de la novela policial y la histórica. “Mi trayectoria es pasar por géneros de manera muy libre: no me interesa circunscribirme a un género, aunque en broma digo que siempre se me escapa un tiro -dice en diálogo con LA NACION-. Eso da como para sumarme a la tribu de la novela negra, pero claramente esta última novela tiene un valor histórico porque está inspirada en el episodio de La Forestal y todo ese periodo histórico que me interesó particularmente desde que empecé a tirar del hilo de un personaje familiar un poco lejano, un bisabuelo, y haber llegado a este mundo que es un universo, una película, una biblioteca y una lección de historia”.
“Fue difícil resumirla en un concepto, pero me parece que la historia de La Forestal es la historia de un grito -señala-. Por eso Sapukái venía tan bien, tan a cuento”. El protagonista de la novela es un chico que, antes de convertirse en adolescente, comienza a trabajar como hachero para la compañía que administra el británico Clive Thomas Gaskell. No es improbable que la novela, con héroes y antihéroes bien definidos, conflictos sociales, ideológicos y generacionales, dosis de humor, tragedia y romance, “salte” del papel al formato audiovisual.
-¿En qué período la escribiste?
-Hace muchos años que la arranqué porque empezó como un trabajo sobre mis ancestros y de preguntarme de dónde venía mi color de piel. Y la verdad es que la cabra tira al monte, como dicen en España; apenas tuve dos o tres datos, me fui a la ficción. No soy historiador, no me interesa serlo, pero sí me interesa la recreación histórica como concepto estético y ético.
-¿Ético en qué sentido?
-Me parece que la historia de La Forestal reúne unas características que pueden explicar muchísimo de los males argentinos y del mundo, que tienen que ver con la explotación laboral, la explotación indiscriminada de los recursos naturales y la explotación indiscriminada de los recursos sociales. Aquí hay una tragedia social que, en estos días que estamos recordando los cincuenta años de la Patagonia rebelde, deberíamos recordar más y mejor. Hacemos una mala memoria histórica en este país, sobre todo cuando se trata de la primera mitad del siglo XX. Entonces, también es una invitación que La Forestal me hizo a mí, y que yo hago a través de la novela, a conocernos mejor.
-¿Por qué decís que no se recuerda bien?
-No recordar bien es no recordar con cierto mínimo detalle. Si la historia trágica de La Forestal se resume en que se talaron todos los árboles, te estás perdiendo la parte de que se talaron todas las conciencias sociales de esas personas que nacían creyendo que ese mundo era el mejor de los mundos posibles, como pensaba Cándido, el personaje de Voltaire. Dentro de la tragedia ecológica hay una tragedia social y una tragedia sobre el no florecimiento de la libertad de muchas comunas a través de la colonización. La colonización no solo económica, no solo geográfica, sino la colonización de las conciencias, de las mentes, de las cabezas, de gentes que estaban inmensamente felices de haber sido apresadas por un sistema “endulzador”.
-La colonización no se produce a partir de una invasión, sino con la aquiescencia de las autoridades locales.
-Eso que estás describiendo yo lo llamo connivencia política. Evidentemente, las conquistas laborales y sociales fluctúan a través del tiempo y hay momentos mejores y peores, pero predomina el discurso del “látigo castigador”, el látigo que te mejora; te someto, aunque no te des cuenta, para proveerte de todo lo que no te podrías proveer solo. Es algo más complejo que un periodo histórico de sometedores y sometidos en términos políticos o económicos. Hay algo más grande.
-En la novela no aparece ningún personaje histórico.
-Ni uno solo. Soy un escritor de ficción en estado puro, y de vez en cuando me caen historias que se tocan con la historiografía real. Lo primero que me interesa es la palabra, la artesanía de la ficción literaria, y después me enamoro de asuntos a través de los cuales puedo explayar ese desarrollo artístico.
-¿Cómo trabajaste la estructura de la novela?
-Es difícil de explicarlo, pero hay una teoría de la literatura que me interesa mucho y que tengo como incorporada más o menos naturalmente, que tiene que ver con el viaje del héroe, de Joseph Campbell. Me gusta pensar una historia en paralelo a la historia de una vida. Y esta novela empieza en un episodio que le sucede al protagonista en su infancia. Que el paralelo de La Forestal con la vida de Sapukái tenga tantas tensiones, tantos contactos, tantos encuentros y desencuentros, me divierte mucho y, a la hora de construir una trama que atrape, funciona. Trabajé muchos años, muchos, para que esto, como dicen los editores, funcione.
-¿En España cómo fue recibida?
-Salió en febrero, tuvo varias presentaciones y adquirió un carácter muy universal. Ellos lo ven como una historia que podría pasar en cualquier sitio de Latinoamérica. Hice esto a propósito, no se nombra ni una sola vez en toda la novela a la Argentina, por ejemplo. Alguien me dijo, en Madrid, “Esta es la novela sobre Riotinto”, y yo no sabía de lo que me estaba hablando. Y me pongo a estudiar y hay una historia ecológica de depredación tal como la de La Forestal, pero en Riotinto, en España. Como pasó con los bananos o el caucho. Me da la impresión que esta novela nos la debemos los argentinos; tengo la ilusión, no sé cómo decirlo, de que puede ser leída como una novela que ocupe el lugar de un grito ausente. Y las ausencias ya sabemos cuánto mal le hicieron a nuestro país.
-¿Se publica en la Argentina en un contexto favorable o desfavorable para la lectura?
-De lo que habla esta novela es de un asunto que a mí me interesa mucho, que es algo prepolítico o pospolítico, y es la discusión filosófica sobre la ética o la moral que queremos compartir o que no compartimos. Antes de construir una política, es decir, unas normas consensuadas de comuna, tenemos que hablar de qué es el bien y el mal. Si no nos encontramos en una prepolítica de cuño ético, va a ser muy difícil. Esto que decíamos, con la metáfora del látigo, ¿es algo bueno o es algo malo?, ¿hambrear es algo bueno o algo malo? No por nada en La Forestal nació el primer sindicato de la Argentina.
-¿Creés que se puede leer como “una novela de izquierda” en esta época libertaria?
-Tengo una fe quizá cándida, lo sé, en que esta novela pueda resonar como una novela humanista, esa es la palabra. Soy un humanista, una persona que cree en el bien común, que tiene una conversación antes de lo partidario, antes de la camiseta. Todas las comunidades en ciertos momentos, y sobre todo en los críticos, se merecen una conversación sobre barajar y dar de nuevo
-¿Y cómo conseguiste que el escritor cubano Leonardo Padura la leyera y escribiera el prólogo?
-Por mi actividad en España, tengo relación con escritores, y estuve conversando dos veces con él cuando presentó su última novela. Tomando un café, le comenté sobre lo mío, se interesó por leerla y el editor, ni lerdo ni perezoso, le propuso el prólogo. Me encanta porque es un tipo que admiro mucho y que hizo una lectura transversal. Las tres últimas palabras del prólogo son “notable creación novelesca”. Me gusta que termine con la palabra “novela”. La novela tiene una cuota de aventura humana que va muy por encima de la coyuntura.
-¿Te fuiste del país por la crisis de 2001?
-En 2002, tras el corralito. Tenía un comercio, era joven y veía una nube negra en la esquina que iba. Vivo en Madrid desde hace veintidós años. Estoy muy contento de estar allí y muy contento de venir también. Aquí escribía, pero nunca vi la posibilidad de construir un camino, un circuito, y hoy en España llevo nueve novelas publicadas.
-¿Acá no habías publicado nunca nada?
-Nunca jamás, y esta es la primera vez que se imprime una novela mía en el país. Las otras no circularon, a pesar de que dos ganaron premios de cierta relevancia en España. Decían que no podían importar por problemas con el papel, la ley de tintas, la Aduana… Te cuento lo que me dijeron. Muchos de los que publicamos allá tenemos ese problema. Pero voy a ser sincero, esta es la novela que yo tenía que publicar por primera vez en la Argentina, porque reúne, me parece, todas las otras. Es una novela que tiene una historia negra dentro, una novela policial, una novela histórica y una novela moral.
-¿Y es también tu primera participación en un festival literario en la Argentina?
-Sí, y nunca tuve tan buena excusa como la publicación de una novela. Me invitó Loyds, el director de la Semana Negra BA. Porque, claro, yo tuve varias participaciones en la Semana Negra de Gijón. Fijate qué curioso, hace como cinco o seis novelas atrás, un día me llaman de la Semana Negra de Gijón para invitarme y ahí me di cuenta de que Tendríamos que haber venido solos era una novela negra. Todas mis novelas suceden acá y cada vez que digo “Lomas de Zamora” o “Adrogué” o “Quilmes”, en España tengo que explicar qué es. Hay un gran asombro que me arranca una sonrisa atravesada y una sonrisa infantil cuando vengo acá. Con Sapukái, alguien llegó a pensar que era una novela japonesa. No soy un escritor de capilla, soy una persona bastante casera y eso me ha dejado en el camino de muchas oportunidades, porque si no vas al cóctel a veces te pierdes cosas. Y voy poco a cócteles.
-Antes de irte escribías, pero aún no eras escritor.
-Escribía. Yo soy hijo de Puan e hijo de La Plata, porque hice mitad y mitad de mis estudios en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de La Plata. Grandes nombres como los de Ricardo Piglia y David Viñas me hicieron aprender a leer, sobre todo literatura rioplatense, de la que yo soy invariablemente hijo, y cada vez más hijo, diría. Pero los más de veinte años que llevo fuera me han hecho también un curioso de la literatura española del siglo XX, esa literatura que casi no llega aquí. España tiene una riqueza cultural en el siglo XX casi desconocida por nosotros.
-¿Tenés un método para escribir?
-Escribo todos los días, tomando notas durante mucho tiempo, hasta que empiezo a pegar las partes. Soy del método “oficina”, de nueve y media a doce y media, sin internet. Lo hago por una cuestión claramente personal, familiar, de logística. Quiero tener la creencia, un poco naíf, de que con el tiempo uno puede adquirir ciertas herramientas que hacen que las ideas no se escapen de la jaula tan fácilmente como en otro momento, pero al final siempre el desafío es el lenguaje.
-¿Qué mirada tienen en España sobre la Argentina?
-Como si fuera un enigma, una incógnita. Cuando emigrás, te convertís en el representante de tu país, quieras o no. Entonces, cada vez que llego a un lugar soy el argentino al que le preguntan “¿Qué pasa en la Argentina?”. ¿Y alguien cree que puedo contestar eso? Si acá no se entiende, no se entiende en ningún lado. A mí se me pregunta mucho por qué me fui. Y cada vez más giro en torno a una palabra que no termino de desmenuzar nunca, y que es “desesperación”. Para emigrar, hay que tener una cuota de desesperación importante. Cada uno sabrá dónde o cuánto le aprieta el zapato. Y me parece que en la sociedad argentina hay una cuota importante de desesperación. Habría que revisar eso.
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