Güemes y la muerte de la Patria Vieja
Nada le resultó fácil al caudillo salteño en su lucha contra los realistas; no solo debía luchar contra la falta de medios sino contra sus propios compatriotas. Ni su salud lo ayudaba, ya que sufrió varios episodios de cólicos biliares que lo importunaban en los momentos menos pensados, ni lo dejaba en paz una disfonía crónica que le producía esa voz gangosa de la que sus enemigos tanto se burlaban.
El güemismo o Patria Vieja era rechazado por un grupo de representantes de la oligarquía local que combatían el personalismo del gobernador y las exacciones con las que obligaba a los grupos de mayores recursos a mantener la guerra gaucha. A falta de problemas con los realistas, sus enemigos se aliaron con el caudillo tucumano Bernabé de Aráoz, que se había declarado presidente de la provincia de Tucumán, no sin antes desplazar al gobernador Abraham González, el mismo que le había puesto grilletes al general Belgrano.
Después de una serie de derrotas en tierras de Tucumán, Martín Miguel de Güemes debió volver a Salta porque los realistas envalentonados por las disputas internas habían vuelto a invadir Jujuy. Asistido por un grupo de opositores al régimen güemista, el coronel realista José María Valdés (llamado "el Barbarucho") había logrado entrar inadvertido a la ciudad de Salta con una partida dispuesta a asesinar al gobernador. Güemes –que se hallaba en casa de su hermana Macacha– se dio a la fuga por la "calle de la Amargura" con tan mala fortuna que una bala impactó sus vértebras lumbares destruyendo en el trayecto su ingle derecha. Sin soltarse de su moro, se dirigió al Campo de la Cruz y de allí al Chamical donde fue atendido por el Dr. Antonio Castellanos , quien hizo denodados esfuerzos por salvarlo a pesar de ser enemigos políticos. En la oportunidad, fue asistido espiritualmente por el presbítero Fernández, capellán de su escolta.
Más de una vez, el jefe realista Olañeta le ofreció atención médica en Salta, pero esa posibilidad fue rechazada por Güemes. Éste prefirió morir entre sus gauchos, después de una agonía de diez días en un catre a la intemperie, al pie de un cebil colorado, como lo muestra toda la iconografía salteña. Güemes fue el único general argentino caído en acción de guerra.
Las últimas palabras que se le escucharon decir al general gaucho fueron: "Voy a dejarlos, pero me voy tranquilo, porque se que tras de mi quedan ustedes, que sabrán defender la patria con el valor del que han dado pruebas".
La muerte de Güemes fue relatada por su nieto, el Dr. Luis Güemes (uno de los médicos más reconocidos de su tiempo a punto tal de ser llamado "el médico de los presidentes"), en el texto Güemes Documentado.
"Si bien la herida había interesado la columna sacro coccígea, la causa de muerte pudo haber sido una hemorragia incoercible de la arteria femoral secundaria a un trastorno de la coagulación, o la complicación con una peritonitis por compromiso del intestino, aunque el Dr. Gorriti, el gobernador que sucedió a Güemes, habló de "una gangrena del tétano que lo llevó a la tumba". De una forma u otra, su agonía debe haber sido atroz. Mucho duró el hombre en cualquiera de los casos.
Al enterarse de la muerte de Güemes, su esposa, la bella Carmen Puch, cortó su cabellera, se cubrió con un largo velo negro y postrada en un rincón oscuro de su casa, se dejó morir de pena.
Los diarios de Buenos Aires celebraron la muerte de Güemes, que ocurrió un día como hoy, en 1821; La Gazeta publicó con alegría: "Ya tenemos un cacique menos que atormente al país".
Enterrado en la capilla del Chamical, sus restos fueron trasladados a la Catedral de Salta en 1823, en medio de grandes honras fúnebres. En 1877, el cadáver del caudillo fue llevado una vez más al cementerio urbano, de donde fue exhumado en 1918 por gestiones del obispo local y el interventor de las provincias, el Dr. Manuel Carlés, para conducirlo al lugar donde halló el descanso eterno, en el Panteón de las Glorias del Norte.
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