Greco inédito: las aventuras italianas de un provocador
Con la retrospectiva “¡Qué grande sos”!, en el Moderno, y la muestra “La pittura e Finita”, en la galería Del Infinito, se agrega una nueva pieza al rompecabezas imposible de Alberto Greco
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En La aventura de lo real, el libro que reúne las escrituras de Alberto Greco y lo posiciona en una genealogía literaria inexplorada, se recuperan, a través de esos textos fuera de toda intención editorial, además de una voz que suma a los estilos que renovaron los 60 (destellos anticipados de Manuel Puig o la deriva filobeatnik de Néstor Sánchez) itinerarios de un nomadismo que hace a su leyenda y a su obra. Por la profunda indagación que el español Kiko Rivas realizó para el catálogo de la muestra de 1992 organizada por el Instituto Valenciano de Arte Moderno de Valencia (IVAM) salieron a la luz sus travesías por París, Madrid y Roma. Esta última estación fue una de las más agitadas para el artista argentino que anticipó el happening y la performance. Durante la investigación realizada para La Aventura de lo Real, Julián Mizrahi y Paula Pellejero dieron con el archivo Claudio Abate donde se encontraron 24 fotos hasta hoy inéditas que dan cuenta de su paso por una ciudad que terminaría expulsándolo. Las imágenes del capítulo italiano de Greco se exhiben desde ayer en La Pittura e Finita, en Galería del Infinito, y a partir de mañana, en la muestra retrospectiva ¡Qué grande sos!, en el Museo de Arte Moderno. Y agregan una pieza a un rompecabezas cuya mayor virtud parece ser la imposibilidad de completarlo.
Como casi todo en la biografía de Greco cualquier dato es probable: más aún aquello relacionado con sus compulsivos viajes. Se dice, se cree, entonces, que llegó a Italia por Génova en julio de 1962 (su despedida porteña había sido en octubre de 1961 con la muestra Las Monjas, en la galería Pizarro) donde escribió y empapeló las paredes con su célebre Manifiesto Dito Dell’ Arte Vivo, cuyo original mecanografiado y con tachaduras y correcciones circuló por manos de amigos y sus primeros coleccionistas hasta que terminó en la colección del MoMA de Nueva York, donde también está su novela-cuadro Besos Brujos, que el Moderno exhibió completa y casi como una despedida en 2018. Son dos piezas que deberían formar parte del patrimonio argentino, pero cuando salieron a la venta en ARCO ninguna institución hizo una oferta considerable como para que se contemplara la posibilidad de no venderlo afuera. No deja de ser un destino barajado en su carta astral: Greco escapó todo lo que pudo de la Argentina y de ser argentino.
Su estadía en Roma, entonces, duró seis meses. Tanto en el catálogo del IVAM como en La Aventura de lo Real (que incluye una suerte de encuesta-reportaje muy contemporánea a hombres y mujeres que se prostituyen en la Plaza España) había constancia de esto, pero lo que faltaban eran las imágenes. En Roma, Greco expandió el programa de su “Vivo Dito”, cuya imagen más icónica es la del transeúnte enmarcado por un círculo de tiza aurático, convirtiéndose en un agente del street art treinta años de que se lo llamara así. No usaba aerógrafo, pero sí salía armado con tizas de colores con las que dejaba escritas sus sentencias efímeras: “La pittura é finita. Arte vivo-dito de Alberto Greco. Arte vivo e l’aventura de lo reale” (La pintura está muerta. Arte vivo-dito de Alberto Greco. La aventura de lo real). Detrás de él andaba siempre un fotógrafo romano, llamado Claudio Abate, que capturó esos instantes de una praxis que buscaba todo lo contrario a lo que se hace ahora. No había ninguna voluntad de presentar esa acción a un premio o a consideración del comité curatorial de una Bienal (¿Performance?) sino la voluntad de hacer y vivir fuera de cualquier marco. Es una suerte que Abate -que murió en 2017- haya sido más cuidadoso con esos negativos. Así es como hoy podemos apreciar una secuencia de grequismo puro en los muros del centro histórico de Roma o interrumpiendo el tránsito para escribir “Vivo Dito” en el asfalto. La colaboración tuvo su Everest en la organización de un espectáculo que hoy podríamos leer como a mitad de camino entre un happening y una obra del Living Theatre, pero que tiene acaso más puntos en contacto con el teatro shock del underground de los 80. La obra se llamó Cristo 63 y fue montada por Greco junto a Carmelo Bene y Giuseppe Lenti, quienes frecuentaban el Notegen, bar que nucleaba a la bohemia extrema de Roma. Montada en el Teatro del Laboratorio se presentó como “spetaccolo Arte Vivo” y según los propios escritos de Greco “debía transcurrir en medio de la calle o dentro de un tranvía o en el andén del subterráneo… incorporando lo imprevisto”. No hizo falta, la misma sala desbordaba de situaciones extrateatrales y la misma noche del estreno la policía romana clausuró el lugar. En la biografía de Abate, que se puede leer en la página web de su archivo, se especifica que esa noche el personaje de Juan el Apóstol había orinado sobre la cabeza del embajador argentino Carlos Bollini Shaw en Italia (¿alguien dijo Parakultural?). Ese personaje era representado por Greco, que llevaba una túnica de terciopelo verde azulado, según reconstruyó el historiador Fernando Davis. Una vez más, el artista se hizo encima de la Argentina o al menos de su mayor representante en Italia.
El mito de Cristo 63 se agiganta con su registro. De las diez fotos que Abate hizo esa noche solo sobrevivieron copias ya que el rollo original fue secuestrado de su estudio por la policía de Roma que todavía, casi 60 años después, lo guarda en custodia. Las imágenes que vemos en ambas muestras son reproducciones: fotos de las copias que sobrevivieron de las que se hace un nuevo negativo. Así se las puede numerar e incorporar al protocolo fetichista del mercado de la fotografía de arte.
En los últimos diez años, cada aparición de material que se creía perdido de Alberto Greco no solo terminó incorporándose a colecciones internacionales (el Reina Sofía tiene el mayor acervo del artista) sino que ayuda a pasar en limpio su historia plagada de mitos y leyendas.
"De Greco sobrevivieron servilletas, cartas, listas de supermercado, pero nunca un billete de barco o avión. Está claro que viajaba, su propia muerte en Barcelona lo atestigua, pero no se sabe bien cómo."
El capítulo Roma que ahora sale a la luz en dos muestras simultáneas no es el final de esta persecución imposible: falta reconstruir su estadía en San Pablo y Río de Janeiro durante 1959 y queda en penumbras su viaje a Nueva York donde, según registró Rivas de sus papeles, conoció a Marcel Duchamp, su mago inspirador que le firmó un catálogo. Se hace difícil: de Greco sobrevivieron servilletas, cartas, listas de supermercado, pero nunca un billete de barco o avión. Está claro que viajaba, su propia muerte en Barcelona lo atestigua, pero no se sabe bien cómo. Veinte años después, un italiano llamado Luca Prodan llevaría a cabo un peripecia similar en Buenos Aires. Como Greco, moriría antes de cumplir 35 años y de una manera trágica y sórdida.
Un pionero de lo que hoy llamamos arte contemporáneo
Con la idea de traer al presente un Greco vivo para las nuevas generaciones -se cuentan con los dedos quienes lo conocieron-, el Moderno inaugura la primer muestra retrospectiva del artista producida en Argentina. Es una deuda de décadas con un ícono de la transgresión que anticipó todas las estrategias de los 60 en el arte argentino (una Marta Minujín hubiera sido imposible sin su influencia), pero a quien también se reconoce como un pionero de muchas prácticas que conforman lo que desde hace unos treinta años llamamos arte contemporáneo. Para eso el museo comandado por Victoria Noorthoorn reunió unas 100 obras entre pinturas, fotografías, dibujos, textos y lo que la curaduría de la muestra llama “episodios invisibles”, aquellas acciones de las que no quedó registro alguno. Como parte de una estrategia en sintonía con el grequismo y el Vivo Dito el museo invitó a algunos artistas contemporáneos para que trabajen en diálogo con sus obras: Joaquín Aras, Guillermina Etkin, Sebastián Gordín, Daniel Leber, Agustina Muñoz y Paula Pellejero.
El nombre de la muestra, ¡Que grande sos!, alude a una acción que Greco llevó a cabo en la avenida Corrientes en 1961 y que fue registrada in situ por el gran fotógrafo Sameer Makarius. Esas fotografías salieron a la luz recién en 2006 y solo existen dos juegos originales de gelatina de plata: uno pertenece a Del Infinito y otro fue comprado por el MoMA. Con esa acción Greco propulsó la autoficción que encontraría seguidores en los artistas ditellianos (el afiche “¿Por qué son tan geniales?”) y transgredió una orden oficial. En épocas de proscripción peronista, el “¡Qué grande sos”! era una alusión irónica y explícita a la marcha cantada por Hugo del Carril, a quien Greco, amante del cine, seguramente valoraba más que al líder justicialista. Con la muestra se presenta, además, un libro sobre el artista producido por el museo.
PARA AGENDAR
Alberto Greco: ¡Qué grande sos! Retrospectiva. Desde el jueves 8, abierta de 14 a 20, con entrada gratuita y reserva previa, en el Museo de Arte Moderno, Avenida San Juan 350.
La Pittura e Finita. Poses e imposturas de Alberto Greco en Italia. Hasta el 6 de junio en Galería del Infinito, Quintana 325.
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