Grandes maestros, una misma paleta y dos desnudos revolucionarios
Las exposiciones dedicadas a Eduardo Sívori, en el Museo Nacional de Bellas Artes, y a Prilidiano Pueyrredón, en la que fuera su casa en San Isidro, ponen en valor obras fundamentales de la historia nacional
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Dos muestras ponen en escena a grandes maestros del arte argentino. A 104 años de la última retrospectiva de Eduardo Sívori (1847-1918), el Museo Nacional de Bellas Artes recupera y restaura su obra en una exposición. Y en su propia casa de San Isidro, Prilidiano Pueyrredón (1823-1870) cobra protagonismo con un exhibición de retratos que pueden verse junto a fotografías de época de sus modelos, a dos siglos de su nacimiento.
En las dos exposiciones, que abrieron sus puertas en estos días, un elemento se repite: la paleta de madera rectangular, con bisagra en el medio, para cerrarla al terminar la jornada. También tienen en común el escándalo que generaron con sus desnudos femeninos de mujeres humildes, que fueron en su tiempo todo un revuelo y hoy son joyas de colección. Los paisajes rurales y los retratos por encargo son géneros que además los ponen en sintonía.
Eduardo Sívori. Artista moderno entre París y Buenos Aires es una investigación de tal magnitud que tiene su propio micrositio web, su catálogo, su audiovisual. Es la primera antológica que se le dedica a uno de los pioneros del arte argentino, con curaduría de las especialistas Laura Malosetti Costa y Carolina Vanegas Carrasco. Más allá del icónico El despertar de la criada, Sívori pintó escenas naturalistas y de crítica social del período parisino, paisajes de la pampa argentina y retratos de sus afectos, que se reúnen por primera vez en un siglo. Son 200 obras, fotografías, documentos y objetos personales provenientes de colecciones públicas y privadas, entre los que se cuentan pinturas, dibujos, acuarelas, gouaches, grabados y afiches creados por Sívori y algunos de sus discípulos. Se inició así a una catalogación razonada de su vasta producción. Desde la exposición póstuma de 1919, organizada por su discípulo Mario Canale (1890-1951) y la Comisión Nacional de Bellas Artes (CNBA), no se ha dedicado una retrospectiva a este artista.
Claro que se exhibe el cuadro insignia, ese desnudo femenino que causó el primer escándalo artístico en Buenos Aires y que hoy es una de las vedettes del museo mayor, El despertar de la criada. No era lo habitual: la mujer desnuda no está idealizada, sino que es mujer de clase baja, con pies callosos, formas fuertes y rotundas, y un tono oscuro de piel. Se pueden ver los resultados de los estudios técnicos que se le hicieron por primera vez (radiografías, reflectografía infrarroja, análisis de pigmentos a través de XRF y exámenes con luz rasante e infrarroja): por ejemplo, se supo así que trabajó al óleo con veladuras traslúcidas, al modo de la acuarela, y que en ocasiones indicó expresamente que sus obras nunca debían barnizarse.
Se lo acompaña de una pieza menos vista: un hombre desnudo y de espaldas, Torso masculino, que se conserva en el Museo Provincial de Bellas Artes Emilio Pettoruti de La Plata. “Hay evidencias de que es un cuadro que fue cortado. Es el novio”, bromea la curadora.
“Esta muestra implicó a muchísima gente. El museo restauró sesenta obras, el Taller Tarea otras cincuenta, el Museo Quinquela restauró La mort d’un paysan, que estaba en un estado terrible (y con el nombre cambiado por “la muerte del marino”, más a tono con el tema del museo). Muchos coleccionistas privados también restauraron sus piezas. Mi primer libro sobre Sívori es de 1999″, dice Malosetti. Vanegas Carrasco dirige Espigas, la fundación que recibió la donación del Archivo Canale, que atesoró su acervo documental.
Sívori fundó la institucionalidad en el arte argentino: creó la Sociedad Estímulo, participó en la organización de las exposiciones del Ateneo, y fue un actor clave en la creación del Museo Nacional de Bellas Artes, la nacionalización de la Academia de Bellas Artes y la organización de los Salones Nacionales de Artistas desde 1911. Fue también pionero en la introducción del grabado al universo de las bellas artes. “Gran maestro en todos los sentidos: gran pintor y muy amado por sus discípulos. Instaló el gusto por la pintura: se quejaba de que en su tiempo sólo le pedían retratos y que nadie sabía de arte. Se ponen al hombro esa tarea y lo hacen: escriben en los diarios, arman polémicas, salones, dan clases de noche para que pudieran ir los obreros, yeseros, imprenteros, pintores de techos”, cuenta Malosetti.
Prilidiano en su casa
En su propia casa, el Museo Pueyrredón (Rivera Indarte 48, San Isidro), se festejan los dos siglos del nacimiento del pintor Prilidiano Pueyrredón con una muestra que pone en evidencia la estrecha relación de sus pinturas con la fotografía. Falta la piedra del escándalo que es la pintura La Siesta, que se conserva en una de las colecciones privadas más importantes (y menos vistas) del país, pero en una réplica en miniatura se puede ver con lupa esa rara modorra que comparten dos mujeres desnudas (que parecen la misma dos veces retratada).
“Hicimos una investigación de un año, muy profunda, bajo la mirada de varios especialistas sobre su obra, su vida, sus cartas, su época y sobre su modo de estar en el mundo” cuenta Eleonora Jaureguiberry, secretaria de Cultura y Ciudad del Municipio de San Isidro, a cargo también de la curaduría junto con Cecilia Lebrero y Patricio López Méndez. Confirmaron una hipótesis: Prilidiano se valió de la fotografía para realizar algunas de sus obras. Y corroboraron su gran humor, en sus cartas y sus caricaturas.
Son treinta obras, incluidos los catorce retratos de la colección del museo, entre paisajes, escenas de costumbre, desnudos y caricaturas. Están obras poco vistas, como el retrato de su padre, Juan Martín de Pueyrredón, que siempre se guardó en la Facultad de Derecho, el retrato de Rivadavia que es propiedad del Jockey Club, un autorretrato del Museo Mitre. En cambio, es muy conocido El baño, del Bellas Artes, que se exhibe junto con una bañera de época. “Hubo una leyenda negra alrededor del artista que, hijo de un prócer de la patria, se decía que se había dedicado a pintar a su criada desnuda. Nunca se vieron esos cuadros secretos hasta mucho después de la muerte de Prilidiano, pero se habló de ellos y el secreto se hizo público”, escribe Malosetti, que también participó de esta investigación. Su relación con la protagonista del cuadro es un culebrón.
Además de un catálogo con firmas de lujo, el museo produjo un audiovisual de Guillermo Srodek-Hart siguiendo la investigación del historiador de la fotografía Carlos Vertanessian, coleccionista de fotos del siglo XIX, que aportó hallazgos y develó misterios, como los nombres de los miembros de una familia de un cuadro que guarda el galerista Daniel Maman. “El uso de fotografía para retratos era habitual, pero en esos primeros tiempos la sociedad no estaba preparada para una representación tan veraz. En la pintura siempre hay una piedad por el retratado”, señala López Méndez. Los cambios en los gestos, la mirada, la profundidad psicológica de las pinturas de Pueyrredón no son comparables con la frialdad de la foto. “La fotografía le ofreció un punto de referencia ineludible con relación a la fidelidad, el realismo y la correspondencia, pero el pintor asumió el desafío de ir más allá de la copia mimética en busca del verdadero carácter del retrato pictórico: la interioridad”, escribe Vertanessian.
Para agendar
Eduardo Sívori. Artista moderno entre París y Buenos Aires, en el Museo Nacional de Bellas Artes, Av. del Libertador 1473, de martes a viernes, de 11 a 20, y sábados y domingos, de 10 a 20. Entrada gratuita.
Celebramos Prilidiano, en el Museo Pueyrredón (Rivera Indarte 48, San Isidro), los fines de semana, de 14 a 18, y los martes y jueves, de 10 a 18. Entrada gratuita.
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