Gran arte incidental
SIERRA PADRE Por María Martoccia-(Emecé)-186 páginas-($31)
Sierra Padre , segunda novela de la escritora y traductora argentina María Martoccia, posee la virtud de escasos libros: insinuar, bajo la apariencia de sucesos y diálogos incidentales, una apertura de sentido profunda que se expande hacia una dimensión huidiza, pero aun así, táctil y sensible. Autora del libro de relatos Caravana (1996) y de la novela Los oficios (2003), Martoccia realiza en su nuevo libro una verdadera "composición de lugar", acotada a un pueblo de la sierra cordobesa, aunque sin apelar para ello a descripciones pintoresquistas, ni mucho menos a la vara etnográfica, sino, en cambio, focalizando con sutil lenguaje en el ríspido fluir de las relaciones entre un conjunto de personajes, en la aparente futilidad de sus diálogos cotidianos y en el cúmulo de resentimientos y tedios que parecen integrar el paisaje tanto como las acacias y el sol fulminante del monte.
Antes que contar una historia en términos estrictos, Sierra Padre se aboca al fino diseño de una atmósfera particular. La forma de la narración logra constantes desvíos y aditamentos de sentido gracias al calculado avance de la voz narradora sobre los episodios, y es esa voz, justamente, no atribuible a una persona sino más bien a una mirada, la que cansinamente va extrayendo de lo circunstancial, el sustrato para un atmósfera social de choques, diferencias y miserias de variado tenor. Cada capítulo del libro se inicia con una situación in media res , ya sea el fragmento de un diálogo o la contemplación del agua de la acequia de dos paisanos; a partir de ese recorte aleatorio, el lector es guiado desde una situación que apenas se deja entrever hacia la representación de una escena cotidiana que, a la manera de las metonimias poéticas, aluden al todo a través de una parte.
Ninguno de los personajes que pueblan Sierra Padre está exento de complejidad ni de contradicciones internas. Y ello se debe, en parte, a la opresiva conciencia que transmite la novela acerca del lugar que cada uno ocupa en el escalafón social local, o mejor dicho, en el constante medirse unos con otros que rige en ese espacio semirrural. Algo de esta temática y de los recursos que se emplean para representarla recuerda al Puig de Boquitas pintadas , ya que aquí también los diálogos de los personajes se arman en un contrapunto con sus pensamientos hipócritas. Así, cuando Elvira, dueña de la despensa del pueblo y antigua empleada doméstica de un matrimonio acaudalado, conversa con su ex patrona, mantiene al mismo tiempo un diálogo interno y secreto donde se evidencia la fatal tensión de las diferencias de clase: "Ya me tenías que decir algo así. En algún momento tenías que aclarar que ustedes son distintos". Lo mismo sucede cuando Hernán, joven buscavidas, conversa con un porteño de clase media en la ciudad: "Gente sencilla, del campo. Cuando dicen eso, quieren decir pobres de mierda". En otra dirección, las mezquindades de la clase media también irrumpen con toda su bajeza; sobre Clara, nacida en la ciudad pero actual habitante solitaria del monte, la voz narradora se pregunta: "¿Por qué cada vez que se separa de alguien recuerda con minucioso detalle las cosas que pagó? Todas las veces se imagina una pila de billetes detrás de cada hombre".
Asimismo, la novela logra orientar el perfil de sus personajes con un efectivo uso de comparaciones, que ensamblan, a la manera de una fatalidad, a los seres con el espacio que habitan. En una escuela, "los chicos se pegan al alambre, al igual que mariposas atrapadas en un radiador"; entre ellos, vemos a uno "delgado como un rebenque". Sobre una mesa, una mano se abre "como la pata de un pájaro zancudo", mientras que la piel de Artemia, la bruja del pueblo, es "oscura, tensa como un cuero que se dejó varios días a la intemperie". El caminar de Elvira es, significativamente, "como el de esas perdices distraídas que son presa de los zorros", mientras que Hernán, al contemplar a la hija retardada de la mujer de clase media que lo aloja, percibe que "en las comisuras se le junta saliva, como en las acequias el agua sucia". Con estas imágenes, que abundan en la novela, el narrador imprime sobre los personajes la densidad de sus destinos.
En un pasaje de la novela, el "jorobado", otro habitante del lugar, se pregunta mientras escucha, agazapado, una conversación ajena: "¿Cómo elegirá el viento las palabras que trae?". La respuesta no llega, claro está, y acaso no exista; pero la reflexión vale para ilustrar la hermosa manera en que Sierra Padre construye su mundo narrativo: un oído y una escritura puestos a recuperar las palabras que trae el viento de la sierra, junto con ese murmullo algo siniestro del aire cuando roza las paredes o los árboles, cuando se remolina, cuando murmura quejidos en su violento fluir.