Gracias, Pessoa, por el desasosiego
Escribir una columna con regularidad tiene como contraparte inquietante la posibilidad de quedarse sin tema. Siempre pensé que ante el vacío alcanzaría con pedirle auxilio a Fernando Pessoa y su Libro del desasosiego. Citarlo a mansalva bastaría para que la nota se escribiera sola, siguiendo la idea de Walter Benjamin, que soñaba con un libro hecho de citas.
"‘Soares no tenía personalidad ni sentido del humor; Pessoa poseía los dos en gran medida’"
Pero nada es tan fácil como parece. Algunas líneas al azar de esa “autobiografía sin hechos”, solo para cumplir. “Vivir es ser otro. No es posible sentir si hoy se siente como ayer se sintió: sentir hoy lo mismo que ayer no es sentir… es recordar hoy lo que se sintió ayer, ser hoy el cadáver vivo de lo que ayer fue la vida perdida”. O: “La vida es un viaje experimental, hecho involuntariamente”. O: “Cuanto más contemplo el espectáculo del mundo, y el flujo y reflujo de la mutación de las cosas, más me compenetro de la ficción propia de todo, del falso prestigio pomposo de todas las realidades”.
El problema es que, así enumeradas las frases y recortadas, Pessoa pasa por un aforista algo sentencioso del tedio y de la melancolía, que es como aparece en distintas páginas de frases célebres de la red. En realidad, lo citado más arriba es apenas una parte del iceberg. Esas líneas son parte de fragmentos extensos, la amputación de una mirada melancólica y ritmada por el tedio del mundo, sí, pero más inestable y compleja. Para ser justo y cubrir el espacio de una nota, habría que reproducir un fragmento completo, y eso lindaría con el robo.
Hay un malentendido, y es pensar que el Libro del desasosiego es un liso y llano diario personal donde el escritor portugués desarrolla sus perplejidades sobre la identidad y la inadecuación ante el mundo. Eso que en su poesía se tradujo en distintos heterónimos (Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis), sería aquí una confesión personal (palabra que, por cierto, figura en el libro). El poeta que se había diseminado en muchas pessoas (el apellido significa, sintomáticamente, “persona”) sería en prosa un Fernando Pessoa de ley, por mucho que en los manuscritos la firma sea la de un tal Bernardo Soares.
Un lector del portugués cree descubrir de manera patente en el Libro del desasosiego lo que se representa de él en las biografías, con su mirada crepuscular de Lisboa vista desde una ventana y esa monotonía diaria, guiada por un alma que funciona como “una orquesta oculta” y se convierte en sinfonía solo para sí.
Cuando se lee el volumen en orden, sin embargo, aparecen pequeñas discrepancias entre el creador y la cotidianidad de ese “alguien que nunca tuvo vida”. El libro, se sabe, fue pensado por Pessoa, pero nunca llegó a organizarlo como tal. Sus páginas eran parte del gran arcón en que el escritor guardaba su multitud de inéditos. Leer en orden es, de hecho, un espejismo porque existe más de una edición en que la sucesión de los trechos (los fragmentos) varían.
Pessoa era consciente de su cercanía con el semiheterónimo Soares, pero lo consideraba, contra todo, una versión “mutilada” de sí mismo. En el soñador personaje, que lleva día a día los libros en una oficina de la Rua dos Douradores y del que no sabemos casi nada, Pessoa se está escribiendo a sí mismo, pero contrabandeándose. Como dice Richard Zenith, que armó una de las versiones del libro: “Soares tenía poca personalidad y ningún sentido del humor; Pessoa poseía los dos cosas, y en gran medida”. El escritor hacía un trabajo similar, recuerda Zenith, pero comparativamente prestigioso, escribiendo cartas en inglés y francés, sin horarios. Considerado así, el Libro del desasosiego es una novela informe y secreta, que solo puede ser citada con inocencia para malversarla. Quien escribe (¿Soares, Pessoa, los dos?) lamenta conocer ya The Pickwick Papers, porque nunca volverá a tener el placer de leerlo por primera vez. La frase no se aplica al Libro del desasosiego: siempre que se vuelve a él resulta, leído a salto de mata, otro.