Gonzalo Garcés. “La Argentina es un país adicto a los efectos dramáticos”
Política y literatura, populismo y feminismo “meten la cola” en la conversación con el escritor, que acaba de publicar “El refugiado”, sarcasmo o distopía de una nación con muchos elementos conectados con la realidad
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A Gonzalo Garcés (Buenos Aires, 1974) pensar la trama de su nueva novela, El refugiado (Seix Barral), le llevó veinte años; escribir el libro, nueve meses. Julián, el protagonista y narrador, intenta avanzar en la investigación de una sociedad secreta -el Círculo- que, desde los albores del siglo XIX, impulsa la división de la Argentina, algo que, después de una guerra de secesión, efectivamente ocurre: el país se divide entre una Argentina empobrecida y militarizada por un gobierno con ansias de “regeneración patriótica”, y el moderno Estado Libre, que está por enviar su primera misión a Marte, tiene salarios superiores a los de Bélgica y recibe millones de solicitudes de inmigrantes por año. “Pertenecer a un país roto ya era bastante difícil. Pero descubrir la verdad es peor”, advierte el narrador.
En simultáneo, El refugiado narra la historia de amor de Julián, recién divorciado, y Emilia, empleada del Ministerio de Propaganda del régimen y que lo incita a entrevistar a un reconocido periodista, Luis Alberto Cossa, a punto de difundir revelaciones que podrían hacer tambalear al gobierno con sus revelaciones. Sin embargo, tras un primer encuentro, se difunde la noticia del asesinato de Cossa. Pese a los temores de Emilia, Julián decide seguir adelante con la pesquisa, que lo remontará hacia atrás en el tiempo, al siglo XIX e inicios del XX, y a traspasar las fronteras, rumbo al Estado Libre.
“Viví muchos años fuera de la Argentina -cuenta Garcés a LA NACION-. En Francia, en Chile, en España, y siempre volví al menos una vez al año a Buenos Aires. En un momento empecé a tener un sueño recurrente: me tomaba un avión a Buenos Aires, pero era otra Buenos Aires. Así me quedó la idea de dos Argentinas. Y se me ocurrió que la Argentina sufre una secesión y una parte se convierte en un país independiente que alcanza una prosperidad inusitada; son libres, democráticos, abiertos al mundo, con una calidad de vida comparable a la de Europa, Canadá o Estados Unidos. Y la otra parte, la Argentina residual, se hunde en la pobreza, el atraso y la tiranía”.
-Algunos elementos se pueden relacionar con la historia reciente del país, pero el germen de la novela es previo.
-Hay muchos elementos de la Argentina contemporánea y de todos los tiempos, mezclados en sueños y reformulados como restos diurnos. Aparece una figura que recuerda al fiscal Alberto Nisman y el trauma colectivo vivido. Después de la muerte de Cossa, Julián se pasa toda la noche sin dormir y, cuando sale a comprar pan, siente un alto grado de vulnerabilidad; si a ese hombre poderoso lo mataron, qué queda para el resto, piensa. Yo sentí eso con el asesinato de Nisman. La Argentina es un país adicto a los efectos dramáticos, eso es parte de nuestra realidad. Otro punto de la novela es la sociedad secreta que busca independizar al Estado Libre, que hace un primer intento de secesión en los años 1930 y fracasa. El ejército reprime ese intento y un tanque pasa sobre una mujer integrante de la sociedad secreta, que es una imagen que tengo del ataque al regimiento de La Tablada, en 1989. Aparece Roberto Arlt, con su idea de la sociedad secreta; aparece Leopoldo Lugones como mentor de uno de los miembros del Círculo; aparecen cuestiones de sátira social, incluso costumbrista. Lo que hago es tomar elementos de nuestra historia y nuestro folclore y remixarlos en una fábula política.
-¿Y creés que hay dos Argentinas?
-No lo creo yo, lo creen los argentinos. En La invención de la Argentina, de Nicolas Shumway, hay un dato perfecto: la Argentina es un país construido sobre una falla geológica. No se refiere a la grieta del kirchnerismo en adelante, sino a la época de unitarios y federales: existe una tendencia a la secesión mental. La fantasía recurrente es que la solución para el país es separarse de la “parte mala”, del enemigo interior. Eso lo conecto con el pensamiento de Carl Schmitt, un pensador cercano al nazismo que hace una observación que los populismos de izquierda también retoman: para construir una identidad política necesitás a un enemigo. Y en la Argentina el enemigo siempre ha sido interior. En otros países, la consolidación de identidad nacional coincide con el conflicto prolongado con otro país o grupo de países, pero la Argentina es excepcional en ese sentido. Rosas pensaba que si tan solo la Confederación Argentina pudiera quitarse de encima a los unitarios, los cajetillas porteños, los ateos, el país sería un vergel. Sarmiento pensaba lo mismo pero al revés, lo explicita en el Facundo: basta con eliminar al gaucho, y si me apurás al criollo, y quedarse con la Argentina europeizante. En ese sentido, mi novela es absolutamente realista.
-¿Cómo fue escribir una novela sobre la Argentina en la Argentina actual?
-Me llevó veinte años pensar la historia y nueve meses escribirla. Antes tiré a la basura dos borradores escritos desde otras perspectivas. Para que una novela funcione y no sea un tratado sociológico, tiene que tener un núcleo íntimo. Para mí es la historia de pareja del narrador que ha salido muy vapuleado de su divorcio y casi demasiado pronto empieza una relación nueva. Y una pareja es un lugar para guarecerse, que se habita, tiene leyes y lenguaje propio, fronteras y símbolos. En ese sentido, el que abandona una pareja comete secesión. Y si llega a una relación nueva es un inmigrante. Experimenté eso dos veces. Mi primer matrimonio tenía un lenguaje que siguió siendo el mío aun cuando el matrimonio había terminado. Y cuando formé una pareja de nuevo, tuve la sensación de ser un inmigrante, sensación que conocía muy bien por haber sido inmigrante en tres países. La metáfora acá es la del refugiado: una persona que llega a la nueva pareja andrajoso y baqueteado, y no sabe si se va a quedar para siempre. El título deriva de una canción de Leonard Cohen que cito al principio: “Cada corazón al amor, pero como un refugiado”.
-La relación del protagonista con Emilia tiene un reflejo paródico en la segunda parte de la novela, que es la investigación de Julián sobre el Círculo.
-Es cierto, es una forma de ahondar en los temas planteados en la primera parte. En la segunda parte está la crónica o el borrador de la historia que escribe Julián sobre la sociedad secreta. Pero esa historia está centrada en un personaje, un escritor menor, Hipólito Díaz Vionnet. Y lo que le pasa ilustra lo que fue el primer matrimonio de Julián, del cual no se habla directamente. Su relación con Juana explicita los conflictos matrimoniales insinuados en la primera parte; después el personaje de Hipólito tiene otro largo matrimonio. Ahí está contenido el pasado y el futuro de Julián. Le di muchas vueltas a la estructura de la novela.
-¿Cómo creés va a ser leída la novela en el contexto argentino?
-Podés leerla como una sátira de la Argentina actual, como un sátira de la grieta. Aparece el populismo en la Argentina residual, no muy diferente de lo que puede ser Nicolás Maduro o pudo ser Cristina Kirchner, con un presidente que recurre continuamente a la tensión con el Estado Libre, al conflicto y la insinuación de un guerra, que fogonea las pasiones nacionalistas y cada vez que lo hace vemos a un grupo de tuiteros que responden cual manada.
-Eso se puede comparar con los defensores en redes de la gestión de La Libertad Avanza.
-El gobierno actual puede ser el opuesto del kirchnerismo en el plano económico, pero en construcción de poder es muy similar. Lo dice alguien que apoya con convencimiento el plan económico. Parece sacada de una página de Ernesto Laclau la estrategia de elegir a un enemigo que permite establecer un estado de emergencia y movilización permanente. Es fácil ver por qué un político apela a la designación de un enemigo: es una forma de silenciar las críticas y obtener apoyo, constancia y paciencia a través de períodos de vacas flacas, que es lo que estamos viendo ahora, un gobierno con mucho apoyo a pesar de la situación económica que es gravísima. La estrategia de la polarización tiene costos muy grandes y el principal es la pérdida de confianza de la sociedad en un lenguaje común que nos permita comunicarnos. Eso en el plano de la realidad. Pero la novela se puede leer como una sátira de populismo de izquierda o derecha.
-¿No como literatura de anticipación?
-No creo en la literatura de anticipación. Toda la literatura de anticipación que me gusta es una manera de hablar del presente desde 1984 a Un mundo feliz.
-¿Hay dos Argentinas en el plano literario?
-Algunos han pensado que sí. Desde Florida y Boedo en adelante, los intelectuales argentinos tratan de reproducir en el plano literario y cultural la división secular entre federales y unitarios con resultados variables. Con Boedo y Florida funcionó bien. Esa división del campo literario en dos puede tener su virtud para algunos, pero después tiene rendimientos decrecientes. Después de los años 1980, ¿dónde estaría la división? Fogwill, Aira, Piglia, Saer, el cuarteto más destacado de esa generación, ¿dónde los situaríamos? Fogwill era populista en algunos aspectos, pero también era elitista. Y tanto Aira como Piglia, que se detestaban, admiraban la gauchesca.
-Se criticaba mucho a Osvaldo Soriano.
-Soriano era popular, no populista. Me parece irrelevante que los escritores se consideren a sí mismos más volcados al trabajo sobre el lenguaje o más volcados sobre la trama, ser más populares o, como Rodrigo Fresán, sentirse deudores de la novela popular o del cine o las series. Porque después, con solo esperar unos pocos años, los que parecían posicionados en un solo lugar aparecen en otro muy diferente. Hay que dejar que el lector decida eso. En lo personal siempre pensé que la división a la que Damián Tabarovsky es tan afecto entre los escritores de la trama y los del lenguaje es espuria; la trama también es un lenguaje. ¿En qué es tan diferente buscar una sintaxis distinta o una metáfora diferente de las trilladas de buscar una estructura narrativa propia?
-¿Y ahora ves una literatura preocupada por las formas o por los temas?
-¿Quiénes son los escritores más leídos o valorados del momento? Creo debería nombrar a Mariana Enriquez, Leila Guerriero, Pola Oloixarac. Noto que son escritoras y me induce a pensar que hay un cierto interés en los mundos femeninos. No encuentro hoy en día a ningún escritor cuyo valor principal sea hablar de varones heterosexuales ni acá ni en el extranjero. Creo el último fue Philip Roth. Nos interesan otras noticias, de personajes incómodos dentro del matrimonio o en el trabajo. Son los temas. Y creo que siempre son los temas. Creo incluso El hombre sin atributos o Las noches de Flores o Matadero 5 o Catch 22 o cualquier otra obra de vanguardia en su momento tuvo un público y obtuvo atención porque traía noticias de algo. Trae noticias sobre el mundo de la literatura.
-¿Cómo trabajaste el fraseo del narrador, que por momentos es muy irónico?
-¿A quién le gusta la monotonía? Yo no me puedo creer la voz de un narrador que no pueda pasar de la seriedad a la burla, de la alegría a la melancolía. Me gusta Michel Houellebecq porque puede pasar de un tono a otro dentro de una misma frase, con un fraseo donde hay dos proposiciones unidas por punto y coma, una puede ser de índole trágica y otra de índole obscena.
-¿Qué dirías de tu experiencia en la radio con Jorge Fernández Díaz y como conductor en el canal de streaming Neura?
-Hasta el año pasado hacía una vez por semana una columna en el programa de Jorge Fernández Díaz, y eso sí fue un laboratorio para la escritura; siempre digo que Jorge me salvó la vida con esa propuesta. Durante tres años fue un viaje, fue jugar con las posibilidades de pensar en forma de contrapunto, de asociar los discursos del fascismo con la película La mosca. Emprendí un camino que no quería dejar. Les propuse Alejandro Fantino y a Tronco hacer algo así en Neura, con Partes de la verdad, tratando de entender desde la literatura, el cine, la ciencia. Cada programa que hago una vez por semana es un ensayo en vivo.
-¿Te sorprendió el escándalo del expresidente Alberto Fernández, denunciado por violencia de género?
-Vino a separar la paja del trigo, a mostrar que hace tiempo en este país hay feministas que están interesadas en la igualdad de derechos y las posibilidades de vida de hombres y mujeres y diversidades, y que también hay un arrastre parasitario. En este caso, las feministas cooptadas por el kirchnerismo mostraron lo que ya se sabía, que nunca les interesaron los derechos de las mujeres, solo utilizaron el feminismo contra los enemigos políticos. Lo más tragicómico es que el poder que utilizaron para destruir a ciertos hombres fue utilizado para encubrir a ciertos hombres: Pedro Brieger, Fernando Espinoza, Alberto Fernández.
-¿El oficialismo es muy duro con el feminismo?
-Aprovechan la irritación que provocó la partidización del feminismo. Las personas que utilizan el terrorismo moral provocan irritación. Pero tanto Milei como Trump utilizan eso a riesgo de tirar el agua de la bañera con el bebé adentro. No me interesa salir del “wokismo” y su tendencia estalinista para pasar a un falangismo. Me considero un liberal clásico. Este es un gobierno de coalición entre Milei, que no se interesa en cosas de género ni para bien ni para mal, y una derecha más tradicional representada por Victoria Villarruel y con dos intelectuales de cabecera, Nicolás Márquez y Agustín Laje, que hablan de una restricción a una sociedad que ellos imaginan bastante similar al falangismo, una sociedad autoritaria, militantemente cristiana. Vamos a ver cuál mitad prevalece.
-¿La cultura argentina estuvo muy partidizada?
-No. Creo que se partidizaron las instituciones más que los escritores. Por ejemplo, yo era un participante asiduo del Filba hasta que empecé a escribir artículos con posiciones políticas críticas del kirchnerismo y nunca más volví. Supe que el Incaa solo daba subsidios a los del palo. También fondos, viajes, becas del Fondo Nacional de las Artes para afines. Las que fueron cooptadas fueron las insinuaciones privadas y públicas.
-¿La palabra de los intelectuales tiene importancia?
-Me acuerdo de la expresión “vengo bancando este proyecto” que salió de Carta Abierta. Eso significa que un escritor, un intelectual, tiene instancias donde se puede poner en circulación una frase o palabra y va creando un sentido común. Hace muchas décadas está de moda denigrar la palabra de los intelectuales, pero somos irrelevantes en otro sentido, el económico.
-Antes del triunfo de La Libertad Avanza muchos intelectuales hicieron advertencias.
-Sí, pero ninguna de las predicciones se cumplió. No se cerró la Universidad de Buenos Aires ni se prohibió el aborto. El Gobierno ladra mucho porque muerde poco: es un gobierno débil. La Libertad Avanza es una bolsa de gatos, un tren fantasma en minoría absoluta, pero con todo eso viene logrando exhibir logros como la baja de la inflación. No es poco para el país donde cayeron Alfonsín y De la Rúa. También los gobiernos son lo que son por todo lo que viene atrás, por la debacle del kirchnerismo y la implosión de Juntos por el Cambio. Nunca vi una implosión tan brusca y tan inesperada.
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