Gonzalo Celorio: “Cuanto más nacionalistas queríamos ser, más europeos éramos”
El escritor y académico dará una conferencia en el marco de la muestra México moderno, en el Malba; una visión crítica de los muralistas for export
Luego de la inauguración de México moderno. Vanguardia y revolución, en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, comienzan a llegar visitas internacionales que dan realce a la exposición que reúne 170 obras de 60 artistas y que permanecerá abierta hasta febrero de 2018. La primera es la de un escritor e intelectual conocido por los lectores argentinos. Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948) es autor de novelas, entre otras, Y retiemble en sus centros la tierra (1999), Tres lindas cubanas (2006) y, de 2014, El metal y la escoria. Celorio es además integrante de la Academia Mexicana de la Lengua y recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura otorgado por el gobierno de México en 2010. Publicó varios libros de ensayos, entre otros el recomendable (y que se consigue en librerías del país) Del esplendor de la lengua española, con perfiles de poetas, ensayistas y narradores en lengua española.
Su conferencia “Los contemporáneos frente al discurso nacionalista mexicano” abordará aspectos de una tradición alternativa en las artes de su país
–¿Cuál es el enfoque de su conferencia?
–No soy crítico de artes plásticas, aunque es un tema que siempre me ha interesado y sobre el que ocasionalmente he escrito. Voy a dar una conferencia sobre un grupo de escritores que se llamó Contemporáneos, porque era el nombre de la revista que los aglutinó a partir de 1928. Era un grupo que estuvo en contra del discurso de la Revolución mexicana en el arte, un discurso que cada vez se volvió más coercitivo, dictatorial incluso, manejado con una actitud nacionalista y que estuvo encabezado por Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Este grupo integrado por poetas como Xavier Villaurrutia, Salvador Novo y Jorge Cuesta.
–La obra de Jorge Cuesta no es muy conocida fuera de México.
–Creo que es el pensador más inteligente que ha dado México en su historia, quizás después de sor Juana Inés de la Cruz. Él tenía una tesis que señalaba una paradoja irreductible, porque decía que el nacionalismo era un artículo de importación, un artículo europeo. De manera tal que cuanto más nacionalistas queríamos ser, más europeos éramos y, por consiguiente, nada nacionalistas. Esa actitud fue suscripta por otros poetas del grupo que no eran ajenos a los logros de la revolución, pero sí tenían un discurso más cosmopolita, menos ideologizante. Algunos eran homosexuales, y en una revolución machista como la mexicana eso estaba mal visto. Señalaban como rasgos de la mexicanidad características muy diferentes de las que promovían los muralistas mexicanos.
–¿Cuáles eran esos rasgos?
–En el ámbito de la literatura y muy particularmente de la poesía, en vez de una poesía nacionalista e ideológica, estos escritores afirmaban que la poesía mexicana tenía un tono menor, que era una poesía vinculada al clasicismo y cuidadosa de la forma, muy íntima y reflexiva, proclive al susurro, a la confesión y el silencio. Villaurrutia decía que los mexicanos no sabían hablar muy bien, pero callaban de un modo excelente. Sostenían que el canon de la literatura mexicana era diferente del que proponía el nacionalismo. Al lado de los muralistas, en esa época había otros pintores que se asemejaban a estos poetas, como Agustín Lazo o Antonio Ruiz; pintores de caballete, muy finos, de vanguardia. La propia Frida Kahlo, a pesar de ser la mujer de Rivera, hizo una pintura íntima, que roza el surrealismo. No era didáctica en el sentido revolucionario.
–¿Cómo fue su experiencia como director general de Fondo de Cultura Económica?
–Fue dolorosa porque duré muy poco tiempo en el cargo, apenas dos años. Lamentablemente, me tocó dirigir FCE en el tiempo de Vicente Fox, en quien todos depositamos esperanzas porque era el primer presidente que no pertenecía al PRI. Aunque no había votado por él, tenía la esperanza de la alternancia política, pero Fox era un hombre de mucho pragmatismo y de una ignorancia enciclopédica. No entendía lo que era el FCE y quería que la editorial, que pertenece al Estado, fuera rentable. Puedo asegurar que no es rentable publicar a sor Juana Inés de la Cruz, a Soren Kierkegaard, a Ernst Cassirer. De todas maneras, creo que el FCE es invulnerable a sus directores y a sus circunstancias. Es una institución muy sólida, con filiales en diez países y con una visión panhispánica decisiva. Cuando España dejó de prestar atención a América Latina, fuimos los que publicamos a los mejores escritores del post boom, como Ricardo Piglia, Juan José Saer, Tununa Mercado y Diamela Eltit, sólo para dar unos nombres.
–¿Qué hace un académico de la lengua española?
–Oye. Todo el mundo piensa que los académicos son los dueños de la lengua pero los verdaderos dueños son los hablantes. Los académicos oímos y registramos lo que los hablantes dicen. La Academia tiene un concepto de norma deliberadamente ambivalente. El concepto de norma tiene que ver con lo usual, lo cotidiano, lo que se usa de manera normal, pero una vez que esa forma se generaliza, la Academia la consigna y se vuelve normativa en un sentido descriptivo. En verdad la norma no es autoritaria, sino sólo descriptiva, salvo en el caso de la ortografía. En ese caso, el usuario quiere que la Academia sea autoritaria, no le importa por qué, pero quiere que le digan si una palabra va con g o con j, con o sin h. Gracias a la labor de las veintitrés academias de la lengua española, la ortografía española es mucho más afín a la pronunciación que en otros idiomas. El inglés no tiene academia y el francés tiene una academia excesivamente conservadora.
–¿En México la novela está muy asociada con la historia del país?
–Sí, pero el tema es a qué llamamos historia. La mayoría de las novelas de la revolución se escribieron al fragor de los acontecimientos, entonces no son novelas históricas sino testimoniales. Los de abajo, de Mariano Azuela, se escribe en 1915 y se publica en 1916, mientras la lucha de facciones no ha terminado todavía. La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, que habla de la corrupción de la Revolución mexicana, sí es una novela histórica, con distancia crítica. Cuando Jorge Ibargüengoitia escribe Los relámpagos de agosto, ya se trata de una parodia.
–¿Cómo evalúa su propia obra narrativa?
–Aunque no es un término que me gusta, son autoficciones. Después del boom del a literatura latinoamericana y de la potentísima influencia de Gabriel García Márquez, la exacerbación de la imaginación llegó a un límite y a partir de entonces a los novelistas no les interesa tanto la imaginación como la historia. Hay un auge de la novela histórica y con mucha frecuencia esa novela parte de recuerdos personales o familiares que tienen una resonancia de carácter social. No me gusta ponerme de ejemplo, pero mi novela Tres lindas cubanas parte de una historia familiar pero al mismo tiempo se refiere a la Revolución cubana, a la evolución o la involución de esa revolución. Lo mismo pasa en El metal y la escoria, con un tono distinto, porque es muy distinto hablar de Cuba que del norte de España.
PARA AGENDAR
Conferencia y entrevista
“Los contemporáneos frente al discurso nacionalista mexicano”
Hoy a las 19 en el auditorio del Malba. Entrada libre y gratuita hasta completar la capacidad de la sala.
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