Góngora: el mejor poeta en lengua española nació hace 460 años
Andaluz, renovó la poesía de la época; entre sus detractores, Francisco de Quevedo y Lope de Vega se burlaban de sus artificios verbales, hoy consagrados entre lo más excelso de la literatura universal
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Aunque no publicó ningún poema en vida, y pese a que su obra cayó en la sombra después de su muerte, hasta que fue redescubierta y valorada en los siglos XIX y XX por poetas franceses como Paul Verlaine y Jean Moréas, americanos -Rubén Darío, entre ellos- y españoles, Luis de Góngora (1561-1627) es uno de los más altos exponentes de la poesía en lengua española. “Su particular embriaguez se revela en el lenguaje, en lo mítico y en lo fabuloso, en las alusiones de la palabra, en la obra de arte basada en la palabra como tal, detrás de la cual encontramos el goce su propia capacidad, la complacencia en erigir y demoler, en la confusión y la ordenación de las formas de los conceptos y de sus fantásticas metamorfosis verbales”, escribió, admirado, el lingüista e hispanista alemán Karl Vossler.
Rival de Francisco de Quevedo (al que calificó irónicamente como el “Anacreonte español”) durante el Siglo de Oro -situado entre el descubrimiento de América y la publicación de la Gramática castellana de Antonio de Nebrija, en 1492, y la firma de la paz entre España y Francia, en 1659-, Góngora compuso romances, poemas satíricos y religiosos, décimas y letrillas, sonetos perfectos de todo tipo (amorosos, filosóficos, religiosos, morales, funerarios), alegorías y también piezas teatrales. Fue ordenado sacerdote de misa en 1606 y en 1617 llegó a Madrid como capellán de Felipe III. No recibió muchos favores en la corte real de Felipe IV, y la enemistad de Lope de Vega y Quevedo (esta última, teñida por el antisemitismo de la época) lo afectaron. El poeta que escribió los más hermosos sonetos de la lengua española pasó gran parte de su vida en la pobreza. Murió en la misma casa donde había nacido, en Córdoba.
En pocos años, escribió tres obras maestras de la literatura universal: en 1612, Fábula de Polifemo y Galatea (inspirada en un episodio de la Eneida, de Virgilio); en 1613, el poema narrativo Soledades, motivado por su lectura de la Odisea, y en 1618, Fábula de Píramo y Tisbe, que retoma un segmento de las Metamorfosis ovidianas. Como la mayoría de los grandes autores, Góngora fue un escritor intertextual. El proyecto de Soledades quedó inconcluso; de las cuatro partes -cada una dedicada a una etapa de la vida-, solo escribió dos, más la célebre dedicatoria al duque de Béjar, que comienza así: “Pasos de un peregrino son errante / cuantos me dictó versos dulce Musa,/ en soledad confusa / perdidos unos, otros inspirados”.
“Andaluz, nacido en Córdoba el 11 de julio de 1561 y fallecido el 23 de mayo de 1627, Góngora es una de las figuras clave de la lírica barroca del Siglo de Oro -señala la profesora e investigadora Martina López Casanova, especializada en ese periodo de la literatura hispánica-. Su obra abreva en géneros populares y, a la vez, se apropia de modelos renacentistas: en esa articulación el poeta reconfigura el lenguaje de una nueva poesía. Fábula de Polifemo y Galatea y Soledades, sus poemas mayores, suscitaron tal sorpresa en su momento que sobrevino un importante debate y se generaron nuevas ideas sobre la escritura poética. Efectivamente, las innovaciones lingüísticas y estéticas de Góngora constituían un estilo que convocaba a la reacción y quienes defendían la preceptiva clásica lo rechazaron no sin pasión”. En el siglo XX y al calor de las vanguardias, sería reivindicado por un grupo de jóvenes escritores e intelectuales españoles -la Generación del 27- en el tricentenario de su muerte. “El poeta ‘oscuro’ se renueva y recupera su luz en la conferencia ‘La imagen poética en Góngora’, de Federico García Lorca -agrega López Casanova-. Allí Federico traza una tradición de la poesía moderna, que reconoce a Góngora como predecesor, leído en línea con Mallarmé, como base de la poesía pura, es decir, separada del reflejo o copia de la naturaleza y la vida, escrita por fuera del momento de inspiración”.
La creatividad de sus rimas, las alusiones mitológicas, los cultismos y las correlaciones, el uso de hipérboles, perífrasis e hipérbatos, la arborescencia metafórica de los poemas -que determinó la creación del término “gongorismo” para aludir a un carácter a veces indescifrable de su escritura- caracterizan el estilo de Góngora. Por la complejidad de sus poemas, se lo llamó “el príncipe de las tinieblas” y, a diferencia de muchos de sus contemporáneos, creó una obra que se proyectó hacia el futuro de la literatura.
El descubrimiento de Góngora en América
Se puede decir que el primer “redescubrimiento” de la poesía de Góngora se produjo en América Latina. “Antes de 1927 en España, que se considera el momento de plenitud del rescate de Góngora luego de las condenas de los siglo XVIII y XIX, hay una revalorización muy sostenida del poeta cordobés desde América -dice el profesor, investigador y poeta Diego Bentivegna-. Lo retoma, en un principio, Rubén Darío, que podía encontrar en la sonoridad y en la cadencia gongorinas antecedentes de su propia poesía y de la renovación modernista y que inaugura un momento barroco de lo moderno. Lo hace más tarde Alfonso Reyes, y también lo harán Pedro Henríquez Ureña y Arturo Marasso. Son nudos de una lectura americana y moderna, donde Góngora es el lugar donde se decanta todo el petrarquismo (ese momento fundacional de la poesía de Occidente) y donde, al mismo tiempo, ese petrarquismo, es decir, la lírica misma, se satura y se enloquece. Donde se desquicia y desordena su propio archivo de metáforas, sonoridades y ritmos”. Góngora no sería tan solo, entonces, un poeta del manierismo o del barroco.
“Es, además, un contemporáneo que se activa en Verlaine, en Mallarmé, en Lorca, en Ungaretti, en Sollers -afirma Bentivegna-. Y para América, es un cuerpo poético que se reescribe en José Lezama Lima y de ahí irradia a Octavio Paz, a Néstor Perlongher, a Severo Sarduy, a Haroldo de Campos. La expresión americana vive todavía, al menos en parte, en la luz, en la monstruosidad, en la sensualidad gongorinas”.
La fugacidad del tiempo es uno de los leitmotivs del poeta andaluz. “El reloj y el espejo son dos presencias constantes -dice la escritora Eugenia Cabral-. Uno registra la cuenta del tiempo y, en simultáneo, el otro connota las huellas que su transcurso va dejándonos en el cuerpo. Luis de Góngora fusiona reloj y espejo en su soneto ‘Mientras por competir con tu cabello’, en un ready-made creado con utensilios domésticos que nos incita a gozar del vivir antes de que el oro se envejezca en plata. Es tan ajustada la síntesis entre la fugacidad del tiempo y del goce vital, que podría haber escrito un tuit de advertencia: ‘Goza cuello, cabello, labio y frente, / antes que lo que fue en tu edad dorada / oro, lirio, clavel, cristal luciente // no solo en plata o viola troncada / se vuelva, mas tú y ello, juntamente, / en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada’”. Eterna, la poesía de Góngora sigue brillando.
Un soneto de Góngora
Hermoso dueño de la vida mía
Hermoso dueño de la vida mía,
mientras se dejan ver a cualquier hora
en tus mejillas la rosada aurora,
Febo en tus ojos y en tu frente el día,
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y mientras que con gentil descortesía
mueve el viento la hebra voladora
que la Arabia en sus venas atesora
y el rico Tajo en sus arenas cría;
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antes que de la edad Febo eclipsado
y el claro día vuelto en noche oscura,
huya la aurora del mortal nublado;
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antes que lo que es hoy rubio tesoro
venza la blanca nieve su blancura,
goza, goza el color, la luz, el oro.
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