Gobierno del pueblo, poder de los señores
El helenista Luciano Canfora revisa, con impresionante pero amable erudición, la noción de democracia tal como fue acuñada en la Atenas antigua y cuestiona su idealización
Estos interrogantes son sólo parte del asunto, cuya evolución histórica absorbe la mayor parte del libro. Su autor, profesor en Bari, es conocido en su país por sus columnas de opinión y por las espinosas polémicas sobre temas coyunturales en las que se vio envuelto a lo largo de los años. Pertenece a esa clase de especialistas cuya mirada retrospectiva, exquisitamente cultivada, se orienta haciaproblemas que impactan en el corazón de nuestro presente.
La imagen idealizada de la democracia griega combina leyendas antiguas -en especial romanas- e interpretaciones románticas. El mundo de Atenas explica que en esa pólis la democracia surgió junto con el poder imperial. Los réditos de su hegemonía se compartían entre las élites y el pueblo llano, encantado de recibir parte de la tajada. Canfora saca a la luz recónditos fragmentos del legado clásico y discute enfoques modernos tan disímiles entre sí como los derivados de Alexis de Tocqueville o Max Weber. Su solvencia filológica e historiográfica se traduce en una prosa que inyecta la pasión propia del panfleto combativo al servicio del tratado académico. ¿De cuántos escritores universitarios se puede esperar una conjunción semejante?
Ninguna de las miserias de las democracias de nuestros días, recurrentes en los titulares de la prensa internacional, parece estar ausente en la descripción del orden político realmente existente en la llamada cuna de la libertad y del pensamiento occidentales. Dos milenios y medio atrás se difundían en Atenas la demagogia, la corrupción, una especie de "populismo", el clientelismo, la justicia influenciable y la charlatanería pública, mientras que el poder real estaba en manos de unos pocos. La cualidad peculiar de este sistema de gobierno fue que una aristocracia se mostró dispuesta a aceptar el riesgo que representaba compartir el poder -los desafíos de la gravitación política del pueblo- para asentar mejor su dominio.
Los derechos ciudadanos, por otra parte, derivaban de la guerra. Poseía el título de ciudadano quien podía -y debía- pelear por la ciudad. Además, como recuerda Canfora, las campañas militares, eran particularmente brutales. La violencia política y las guerras -civiles o externas- caracterizaron la época de la que trata su libro. El espionaje interno e internacional (como diríamos hoy) proliferaba en Atenas; algunos de sus políticos incluso recibían financiamiento de potencias extranjeras. En el plano interno, el pueblo celebraba a quienes lo agasajaban o subsidiaban su entretenimiento con fondos privados o públicos. La política se sometía al dinero, la vana elocuencia se convirtió en un vector fundamental para la manipulación de la plebe y la promoción de los dirigentes.
"Hay quien la llama democracia y quien de otra manera, como a cada uno le place, pero en realidad es una aristocracia con el apoyo de la mayoría", sostiene una fuente reproducida por Canfora. De una población de trescientos cincuenta mil, apenas veinte mil constituían, como ciudadanos plenos, esa "mayoría". El resto, esclavizado, carecía de derechos. Uno de los padres del liberalismo moderno, Benjamin Constant, entendió con claridad la conexión entre esa configuración social y la civilidad de la pólis:" Sin los esclavos, veinte mil atenienses no hubieran podido deliberar todos los días en la plaza pública". Alguien tenía que trabajar.
Por cierto, la democracia griega presenta otras características que la vuelven única. Entre ellas, la relevancia del teatro como centro de la celebración popular. En sus comedias, Aristófanes dejaba filtrar ácidas críticas al estado de cosas producto de la dominación de los poderosos. El teatro -comunicación de masas por excelencia del momento- revelaba la esencia menos reluciente de la democracia y escenificaba el omnipresente conflicto. La política, en efecto, no apuntaba al retórico consenso, sino que se resolvía en la lucha concreta; en ella no se descartaba siquiera la eliminación física del adversario.
La gran pregunta que este libro deja flotando en el aire es si la mitológica forma de gobierno ateniense ofrece un espejo donde deben mirarse las democracias contemporáneas. El autor, sin embargo, no emite opinión al respecto, no pontifica y se cuida de los anacronismos. Con su estilo transparente y un amable despliegue de saberes, se limita a ofrecer una vibrante revisión crítica de la vida pública ateniense. Es cierto que el lector poco familiarizado con la historia y los personajes de la época corre el riesgo de perderse en la tupida red de nombres propios, eventos remotos, doctrinas complejas y caleidoscópicos bandos en disputa. Pero no asume un reto menos complejo quien abra el diario de hoy buscando comprender el planeta en el que vive. Cabe esperar, sin embargo, que El mundo de Atenas recompense con mucha mayor generosidad y encanto todo ese esfuerzo.
El mundo de Atenas
Luciano Canfora
Anagrama
Trad.: Edgardo Dobry
540 páginas
$ 375