Gioconda no hay una sola: ¿qué hubiera pensado Leonardo Da Vinci?
Se subasta esta semana la Mona Lisa de Hekking, una réplica de la pintura insignia del maestro renacentista, pero no es la única copia: hay versiones que desatan todo tipo de estudios y elucubraciones
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Su aura hipnótica y misteriosa alcanzó dimensiones estratosféricas. Tan potente devino el retrato que Leonardo Da Vinci hizo de Lisa Gherardini, una mujer joven, madre de cinco hijos y esposa del rico comerciante de seda florentino Francesco del Giocondo, que otros artistas se lanzaron a pintarla. Son Giocondas que desatan todo tipo de estudios y elucubraciones, no menos apasionados que el original, como la que esta semana subasta Christie’s: hasta el momento, la mayor oferta por la Mona Lisa de Hekking alcanzó los 180 mil euros y se puede seguir pujando online los próximos tres días. Después de que Da Vinci se llevó a Francia el icónico retrato que comenzó a pintar en 1503, la obra probablemente integró la colección de Francisco I. Mientras permaneció en la Colección Real, durante varios siglos, se realizaron muchas réplicas de la dama.
La Gioconda del Museo del Prado pasó siglos con el fondo ennegrecido hasta que el Museo del Louvre la pidió para que integrara la exhibición La última obra maestra de Leonardo da Vinci, Santa Ana. Contrarreloj, entre 2011 y 2012, antes de enviar la obra al museo parisino, el equipo de restauradores del Prado trabajó en la limpieza del fondo de la pintura. Fue tan impresionante el impacto que experimentaron al ver qué había debajo del negro azabache que no lograron salir de la fascinación: hallaron el mismo paisaje de la Gioconda.
Pero una segunda revelación dejó a todos aún más atónitos. Con luz infrarroja que permite visualizar las capas escondidas debajo de los pigmentos de pintura, descubrieron que la obra tenía exactamente las mismas correcciones que la pintura de Da Vinci. Dedujeron que ambas se habían hecho al mismo tiempo, en el mismo sitio y usando la misma modelo: se trata, entonces, de una copia creada en el taller del genio florentino en simultáneo al cuadro original. Y hasta quizás, se ilusionaron algunos, tenía alguna pincelada del maestro.
“Todos estos elementos apuntan a un miembro del taller de Leonardo, próximo a Salai o a Francesco Melzi, los alumnos más cercanos al maestro, que tenían acceso directo a sus dibujos de paisaje”, señalan desde el museo. Si bien es cierto que estamos frente a la copia de la Gioconda más temprana conocida hasta ahora —importante testimonio de los procedimientos del taller de Da Vinci—, falta la clave del espíritu leonardesco: el sfumato. Creada por el artista, esta técnica, surgida del estudio de la naturaleza, representa las transiciones de la luz a la sombra casi de modo imperceptible. Superponiendo finas capas de pintura, se atenúan los contrastes. Los contornos de formas y figuras son suaves, borrosos, envueltos en una especie de bruma que crea un efecto de lejanía.
Aunque no se sabe con certeza cómo llegó a España, la Gioconda del Prado figura en el inventario desde la apertura del museo, ya hace 200 años. Se la atribuye a un artista flamenco, quien usó muy buenos materiales como laca roja y lapislázuli, pero que no tienen la misma calidad del original.
Las sonrisas son similares y las miradas se ubican de frente al espectador, pero La Gioconda del Prado tiene un rostro menos idealizado que el de la auténtica Gioconda, que lleva velo negro y vestido amarillo, mientras que la de Madrid, velo blanco y vestido rojo.
Ese espacio brumoso del sfumato de Da Vinci, que traslada sin escala a tiempo y espacio desconocidos y fabulosos, requiere una destreza que pocos poseen. La Mona Lisa realizada en el siglo XVII, que Sotheby’s de París sacó a remate en 2019 con una base que no superaba los 90 mil euros y que finalmente se vendió en 552 mil, carece de la sutil técnica. La colección de The Walters Art Museum, en Baltimore, EE.UU, posee otra copia de La Gioconda, pintada entre 1635-1660, más de un siglo después que la de Da Vinci, en la que tampoco se logró el efecto del sfumato.
Como en la pintura de Da Vinci se ve parte de las bases de dos columnas a cada lado de la figura, los copistas pintaron columnas completas suponiendo que, de este modo, se acercaban al supuesto original. Sin embargo, desde Walters Art Museum, cuya colección incluye 36 mil obras que van del 5000 a. C. hasta el siglo XXI, y que posee un departamento de Conservación e Investigación Técnica fundado en 1934, niegan esta versión: “Extensos exámenes técnicos del panel del Louvre y de la pintura a lo largo de sus bordes han demostrado de forma concluyente que el cuadro no fue recortado y, por tanto, nunca hubo columnas en los bordes laterales”.
También en la juvenil Mona Lisa de Isleworth, que hoy pertenence a la Fundación Mona Lisa, se incluyeron las columnas. Pintada sobre un lienzo, la obra —que había sido comprada por el coleccionista Hugh Blaker, en 1913, a una familia de Inglaterra— estuvo guardada en un estudio en el suburbio londinense de Isleworth antes de ser enviada a los Estados Unidos para protegerla durante la Primera Guerra Mundial.
Mientras que reconocidos críticos sostienen que la de Isleworth es una copia más —con diferencias de la original en el paisaje del fondo y el soporte utilizado (la Gioconda está pintada sobre roble de alta calidad, no sobre lienzo)—, sus propietarios sostienen que poseen un retrato, anterior al que cuelga en el Louvre, que el propio Da Vinci le hizo a Lisa Gherardini.
John Myatt (Staffordshire, Reino Unido, 1945), uno de los más conocidos falsificadores de arte, pintó Mona Lisa: el secreto en el ojo después de cumplir su condena por falsificar pinturas de Picasso y Matisse, entre otros maestros del siglo XX. Hoy Myatt hace “falsificaciones genuinas” (pinturas al estilo de artistas famosos), además participa en programas de tevé y asesora a la policía de su país sobre obras apócrifas.
“Los informes sobre el descubrimiento de un código secreto en los ojos del cuadro más famoso del mundo encendieron simultáneamente la imaginación de estos dos audaces artistas y marcaron el inicio del viaje que ha dado lugar a la colaboración artística más notable de la década”, informa en su página Trinity House, galería de arte internacional con sedes en Reino Unido y en Estados Unidos, que exhibió la obra.
Su réplica de La Gioconda tiene inserta en el ojo izquierdo una miniatura del cuadro (de menos de un milímetro cuadrado) hecha por el reconocido microescultor británico Willard Migan, capaz de hacer piezas que caben literalmente en la cabeza de un alfiler. Para hacer la imagen de La Gioconda en miniatura, que lleva un marco en oro de 24 quilates, Migan usó un sofisticado microscopio y herramientas que fabricó él mismo, como un fragmento de diamante atado al extremo de un alfiler. ¿Qué hubiera pensado Leonardo?
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