Pintar sin parar e indagar en nuevos modos de que la obra llegue a la gente: la fórmula de la artista para atravesar un año marcado por la incertidumbre
La risa de Gachi Hasper hace buen juego con la sustancia de su obra: acrílicos, acuarelas e instalaciones donde el color es presencia luminosa, rotunda, optimista. Así se la escucha incluso cuando habla de un año, el que estamos atravesando, en el que la pandemia es un peso continuo sobre el ánimo de casi todos. Gachi se ríe, cuenta que aferrarse a su trabajo la salva hoy como la salvó siempre y, con paradójica liviandad, incluye a sus últimos trabajos en lo que denomina la "producción pandémica".
Entre ellos se cuenta la reproducción incluida en este suplemento, obra que la artista realizó en los últimos meses, con destino de serigrafía. "Que una obra esté en una publicación gráfica se emparenta mucho con la idea que tuve al pensar en hacer serigrafías: soltarla, dejar que circule más", explica. "Es como un acto de arte público", agrega Hasper, que el año pasado tuvo mucho de eso: las superficies límpidas y coloridas que la caracterizan brillaron en un site specific realizado en una estación de la línea E del subte porteño, en una intervención en la Fundación Santander, en un parque de esculturas en Miami, en el diseño de murales.
En contraste con ese despliegue, este año la pandemia canceló viajes, suspendió muestras, impuso el repliegue puertas adentro. Y Hasper, que asegura que si hay algo que la salva, eso es su trabajo, se volcó a formatos más pequeños, no paró de dibujar y se ocupó de imaginar estrategias para que sus obras eludan al virus y lleguen a la gente.
–¿Tus últimas obras son una respuesta a la pandemia?
–No son imágenes que hayan nacido del Covid-19, más bien son una continuación de mi trabajo. La idea de hacer serigrafías sí nació con la pandemia, no había pensado en algo así previamente. Tiene que ver con buscar maneras de que la obra sea más accesible, buscar respuestas a la circulación. En principio será una serie de poca tirada, quince nada más. La voy a hacer en un taller de Miami, lo que no quiere decir que no vaya a hacer algunas impresiones acá. De hecho, ya encontré un experto en impresiones en Buenos Aires. Pero bueno, primero salió afuera. Circunstancias de este momento globalizado.
–Buscaste una posibilidad de hacer circular la obra más allá de lo virtual, que fue el ámbito que más creció últimamente.
–Sí, por supuesto. ¡Al principio todos nos pusimos a hacer videos! También lo pedían las galerías, las instituciones; te decían "por favor, hacé un video mientras trabajás, contá qué hacés". De repente éramos actrices. Y yo no me formé para eso, la verdad (risas). Ni siquiera para hablar… Por eso las entrevistas a veces me dan miedo, porque mi fuerte no es hablar de mi trabajo, mi fuerte es hacerlo.
–El año pasado trabajaste mucho en el espacio público. ¿Cómo vivís el contraste con este momento de tanta reclusión?
–Es verdad, este año todas esas cosas están en pausa. Y no se sabe si cuando terminen las restricciones ese tipo de proyectos seguirá existiendo. Veremos, no hay que ser fatalista. Tengo fe de que en un par de años saldremos. Porque esto es algo que no se va a ir a fin de año. Primero todos pensamos que iba a durar un mes, que íbamos a estar encerrados 15 días, luego otros 15… Y ahora vamos entendiendo que tampoco se termina el 2020, que va a alcanzar al 2021 también. Es algo con lo que vamos a tener que aprender a vivir.
–¿Y vos cómo te las estás arreglando?
–Dibujo como loca, estoy haciendo proyectos, renders. Todo a distancia, por supuesto. No podés trabajar como siempre. Tengo una asistente, una arquitecta, con la que desarrollo los renders, y nunca nos vimos.
Estamos más conscientes de que somos seres finitos, de que en cualquier momento viene algo y te lleva. En este sentido, el arte es un refugio, es la esperanza, la ilusión de que podemos vivir felices
–Dos características de tus piezas son el color y la abstracción. ¿Trabajar con estos dos elementos ayuda en esta situación tan particular?
–A mí el trabajo me ha salvado. No sé hacer otra cosa. Lo que sé hacer es pintar, proyectar ideas, dibujar, emprender actividades educativas… El desafío es encontrar otras maneras de darles impulso. Por ejemplo, en plena pandemia se instaló una obra mía en San Pablo. Yo no podía viajar, pero podía trabajar los planos, las especificaciones. Volviendo a tu pregunta, estoy dibujando más que nunca. Al principio no salía de la casa. ¡No salía de la cocina! No iba al taller, así que dejé de lado las pinturas más grandes. Ahora, de a poco, estoy retornando: me pongo el barbijo, camino, llego al taller. Los asistentes empezaron a venir y trabajamos a metros de distancia, con barbijos. Si vamos a tener que vivir con la pandemia, habrá que aprender cómo hacer las cosas con cuidado, armar situaciones que sean seguras, y trabajar.
–¿Qué aporta el arte a este momento de tanto desconcierto?
–Creo que el ser humano vive en el desconcierto y en la angustia, mas allá de que ahora todo eso esté exacerbado y que pensamos en la muerte diez veces más de lo que lo hacíamos antes. Estamos más conscientes de que somos seres finitos, de que en cualquier momento viene algo y te lleva. En este sentido, el arte es un refugio, es la esperanza, la ilusión de que podemos vivir felices. La belleza es un refugio. Lo ha sido siempre, y ahora necesitamos que lo sea más aún. Necesitamos más arte, más pintura, más películas, más teatro. Para encontrar el eros, la vida. Para contrarrestar las promesas de muerte que hay todos los días.
–Alguna vez dijiste que el color "es emoción". ¿Cambiaron tus colores estos días?
–Lo que pienso que es bello no ha cambiado. Eso es lo que creo ahora. Aunque es verdad que algunas cosas uno no las ve inmediatamente. Habrá que ver dentro de un año.
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