Gabriela Mistral. De maestra rural en Chile a Premio Nobel de Literatura
A 65 años de la muerte de la autora de “Tala” y “Lagar”, crece la figura de una pionera de las letras latinoamericanas, elogiada por escritores de distintas épocas como Paul Valéry y Victoria Ocampo, y sus compatriotas Roberto Bolaño y Elvira Hernández
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De su nacimiento en abril de 1889 en una familia de bajos recursos, en el norte chileno, a ser la primera escritora latinoamericana en recibir el Nobel de Literatura, en 1945, y de maestra rural y de liceos en el norte y el sur de su país a cónsul vitalicia de Chile, Gabriela Mistral es una de las grandes poetas en lengua española. Su nombre era Lucila Godoy Alcayaga, pero adoptó como suyos el del arcángel Gabriel y el apellido de su poeta favorito, el francés Frédéric Mistral. “El nombre mío que he perdido, / ¿dónde vive, dónde prospera? / Nombre de infancia, gota de leche, / rama de mirto tan ligera”, escribió en “Balada de mi nombre”. Hoy se cumplen 65 años de su muerte, en Nueva York, a los 67 años.
Su obra fue contemporánea de la de otros notables poetas chilenos, como Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Pablo Neruda, Gonzalo Rojas y Nicanor Parra, de quien dijo, cuando este tenía poco más de veinte años, que sería “el poeta futuro de Chile” (este le devolvió la gentileza en un breve poema cómico: “Yo soy Lucila Alcayaga / alias Gabriela Mistral / primero me gané el Nobel / y después el Nacional // a pesar de que estoy muerta / me sigo sintiendo mal / porque no me dieron nunca / el Premio Municipal”). En la ciudad brasileña de Petrópolis recibió la noticia de que le habían concedido el Nobel, “por su poesía lírica que, inspirada en poderosas emociones, ha hecho de su nombre un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano”.
Aunque publicó pocos libros en vida, alcanzaron para consagrarla como una voz universal. En 1922, dio a conocer Desolación; en 1924, Ternura. Canciones de niños: rondas, canciones de la tierra, estaciones, religiosas, otras canciones de cuna (con su “poesía escolar” para niños que la hizo tan popular en América Latina); en 1938 y en Buenos Aires, en Sur, la editorial de su amiga Victoria Ocampo, publicó Tala (“Querida, querida Gabriela: [...] En los diarios peronistas se dijo que a pesar de mis culpas me soltaban por tu cable”, le escribió años después Ocampo, agradecida porque Mistral había firmado la solicitada internacional que exigía al gobierno peronista la liberación de Ocampo). En 1954 presentó Lagar. En forma póstuma, aparecieron Lagar II, Poema de Chile y Almácigo, entre otros.
“Poema de Chile, su poemario publicado más acabado y unitario, fue un libro en el que trabajó toda su vida, aunque no llegó a ver la luz de cuerpo entero antes de su muerte -observó la poeta chilena Verónica Zondek en la introducción de Mi culpa fue la palabra (Lom) que reúne la obra poética de Mistral-. Pienso también que lo que de verdad le interesaba a ella era el proceso de escribir; el tener y atesorar sus poemas o poemarios más que el hecho mismo de publicarlos (cosa que no fue así con los textos que escribió en prosa: recados, cartas, artículos, etcétera); el lograr construir con ellos un mundo personal y asequible: una especie de país imaginario totalmente real y posible de habitar”.
Hoy está de cumpleaños Gabriela Mistral. Su paso por Magallanes marcó generaciones y también la marcó a ella (allí escribió el desgarrador "Desolación"). Les comparto uno de mis poemas favoritos de esta mujer gigante. Su uso del lenguaje es magistral. pic.twitter.com/z93FIqpVGW
— Gabriel Boric Font (@gabrielboric) April 7, 2019
Años atrás, el actual presidente de Chile, Gabriel Boric, reveló su pasión por Mistral. “Hoy está de cumpleaños Gabriela Mistral. Su paso por Magallanes marcó generaciones y también la marcó a ella (allí escribió el desgarrador ‘Desolación’). Les comparto uno de mis poemas favoritos de esta mujer gigante. Su uso del lenguaje es magistral”, escribió Boric en su cuenta de Twitter el 7 de abril de 2019. Voces más autorizadas que la suya en cuestiones literarias habían alabado la escritura de Mistral. “La poesía tierna, y a veces feroz, de Gabriela Mistral, se me aparece, en el horizonte de Occidente, ataviada con sus singulares bellezas; pero, por otra parte, cargada de un sentido que le da o que le impone el estado crítico de las más nobles cosas del mundo”, escribió el poeta y ensayista francés Paul Valéry. “Gabriela Mistral es una poeta extraordinaria”, afirmó el chileno Roberto Bolaño en 1999.
“Cada uno de nosotros se relacionó con una posteridad -dijo la destacada escritora chilena Elvira Hernández-. Yo sigo habitando ese poder de irradiación que tiene Gabriela Mistral, para mí ha sido necesario y qué bueno que haya estado. Yo creo que ella, sobre todo en estos momentos para nosotras las mujeres, es un lugar que tendremos que estar visitando, un alimento que nos va a nutrir”. En México, donde la autora había sido convocada a inicios de la década de 1920 por el ministro de Educación José Vasconcelos para desarrollar un modelo educativo que aún perdura, Mistral publicó Lecturas para mujeres destinadas a la enseñanza del lenguaje.
“Ardió en mi cuerpo de aspirante a poeta el rigor de su palabra arcaica y andariega, castellana y árida, indígena, absoluta, infinita”, escribe la chilena Lina Meruane en el prólogo de la recomendable antología Las renegadas (Lumen). Para Meruane, la “patria mistraliana” no conoce fronteras: “es una tierra desnuda, abierta, sin blindaje, es un paisaje feminizado que se resta a las hazañas heroicas de la historia de una nación militarizada”.
“La poesía no debe estar propiamente al servicio de la justicia, pues se transformaría en una especie de poesía de monopolio social y político -declaró-. Yo creo que la gente debe compenetrarse de que este concepto es un falso punto de partida. El poeta, como todo hombre, es incitado por cosas bien diversas: la primera garra que lo coge es la naturaleza. El poeta es contemplativo”.
De regreso de México, escribió y difundió textos que reflejaban su pensamiento pedagógico, que enfatizaba la importancia de la lectura, la enseñanza al aire libre y la comunidad entre maestros, estudiantes y padres. En 1927, dio a conocer desde París un artículo en favor de los derechos de los niños, entre los que figuran el derecho a la salud, al vigor y a la alegría; el derecho a los oficios y a las profesiones, “a lo lo mejor de la tradición, a la flor de la tradición, que en los pueblos occidentales es, a mi juicio, el cristianismo”; el derecho a la educación maternal, a la libertad (”derecho que el niño tiene desde antes de nacer”), a nacer bajo legislaciones “decorosas” y a la enseñanza secundaria y superior.
Mistral no tuvo hijos, aunque crio como suyo a un sobrino, Juan Miguel Godoy Mendoza (alias Yin Yin), de quien luego al parecer dijo que era su hijo carnal y también su hijo adoptivo (el joven se suicidó a los dieciocho años). Varios poemas suyos vuelven sobre estas circunstancias. “Apacenté los hijos ajenos, colmé el troje / con los trigos divinos, y solo de Ti espero, / ¡Padre Nuestro que estás en los cielos! recoge / mi cabeza mendiga, si en esta noche muero”, se lee en “Poema del hijo”, dedicado a Alfonsina Storni. (Las demandas a Dios proliferan en la obra mistraliana.) A partir de los años 1930, ofició como cónsul de su país en ciudades de Europa y América. Solo regresaba a Chile para las vacaciones, y a regañadientes. “No quiero volver a la tierra / donde tuve cuchilla y duelo. / Cuando en mis sueños hago camino / y allá me llevan, yo me devuelvo”, se lee al inicio de “Volver, no”.
En la biografía de Storni que en 1990 publicó Josefina Delgado se describe el encuentro entre las dos glorias de la poesía sudamericana. “Hasta la casa de la calle Cuba llega una tarde la chilena Gabriela Mistral. Alejandro Storni, que por ese entonces era un escolar aplicado y un jugador de fútbol apasionado, recuerda que alguien le contó que la gran escritora chilena estaba en la casa. El encuentro debió ser importante para la chilena, ya que publicó su relato ese año en El Mercurio. Llamó por teléfono a Alfonsina antes de ir, y le impresionó gratamente su voz, pero le han dicho que es fea y entonces espera una cara que n o congenie con la voz. Por eso cuando la puerta se abre tiene que preguntar por Alfonsina, porque la imagen contradice a la advertencia”.
Áspera y fundamental
“Gabriela Mistral, esa poeta enorme, peleada, áspera, es agua fundamental a la que deberíamos volver como se vuelve a la materia que nutre -dice la escritora uruguaya Silvia Guerra a LA NACION-. Parece remota aquella primera mitad del siglo XX en que Mistral transitó la América de arriba a abajo, leyendo y conversando con sus pares en el centro mismo de la realidad política y la contingencia, revisando la lengua con sus guiños, buscando las palabras que perdió en la infancia, parándose y buceando en la dificultad que encierran giros y modismos. Lectora atenta, reconoció en la escritura de la uruguaya María Eugenia Vaz Ferreira a la ‘madre de todas nosotras’, como diría en una carta a Esther de Cáceres”. Para Guerra, en Mistral “hay un pensamiento poético inmenso, detenido y latente en gran parte de la poesía latinoamericana posterior”.
En 2005, Guerra y Zondek publicaron en el sello Lom El ojo atravesado, correspondencia entre Gabriela Mistral y los escritores uruguayos. “Esa Mistral desconocida, compleja, rabiosa y obcecada en el silencio, de una lucidez descomunal, subyace hoy en muchas escrituras latinoamericanas -agrega Guerra-. La poesía del dolor y la muerte, de la desolación y el desamparo, pero también un pensamiento sobre el lenguaje, sobre la dificultad exasperante y la pelea ‘cuerpo a cuerpo’ con lo poético. La recuperación de las palabras primeras, de los nombres de las cosas que se dicen casi chistando, a media lengua. Ese camino en busca de las palabras que siguió para el Poema de Chile marca una senda a muchas de las (los) poetas que vinieron (vinimos) después. En esas recuperaciones de voces inconclusas en las que hay claras marcas de lo que más tarde llamaremos género, en las que hay tela para los pliegues y los intersticios infinitos de la lengua”.
Desde su juventud, luego del suicidio de su novio Romelio Ureta (que motivó los famosos Sonetos de la muerte, con los que ganó su primer premio literario) la vida sentimental de la escritora fue agitada. La académica portorriqueña Licia Fiol-Matta denominó a Mistral “la madre queer de la nación chilena” en su libro A Queer Mother for the Nation, donde examina la relación entre el Estado chileno y la poeta. Ese estudio ocasionó reacciones en el circuito literario chileno, que por años silenció la relación sentimental de Mistral con la escritora estadounidense Doris Dana (1920-2006). En 2021, el sello Lumen lanzó Doris, vida mía, nueva selección de las cartas de una Mistral enamorada y celosa de la mujer que, después de su muerte, se convirtió en albacea de su obra. Si bien Dana negó que ella y la poeta mantuvieran una relación sentimental, es evidente que así fue y en 2015, cuando se promulgó el acuerdo de unión civil entre parejas del mismo sexo en Chile, la entonces presidenta Michelle Bachelet (otra mandataria fan de Mistral) citó palabras de la poeta para apoyar la ley. En sus cartas a Dana, Mistral la llama “amor” en reiteradas ocasiones y en una de ellas se despide así: “Hasta pronto, mi amor. Yo te abrazo estrechamente, yo te tengo sobre mi pecho”.
Un poema de Gabriela Mistral
Vine de oscura patria
Vine de oscura patria y claro dueño
sin saberlo o, sabiendo vagamente,
sin escoger ni valle ni faena
y vine ciega y ciega voy y vengo.
¡Quién me diera el saber por qué camino
en turno de praderas y espinales!
¿Por qué me hablan en lenguas que no entiendo
y no más que una vez la que me dieron?
¿Por qué nombres me dan que no son míos
y solo en el soñar el verdadero?
Me he de interrogar sin que respondan.
Me dan el pan y nunca me contestan.
Lechos me dan, y fábulas me cuentan
para hacerme dormir o despertarme.
Pero lo que me aprendo cuando sueño
aunque es lo mío yo me lo reniego.
Una densa embriaguez me dio la Tierra
desde que abrí los ojos y la tuve,
fue un entenderle las palabras mágicas,
“océanos”, “montañas”, y “pinares”.
Pero al silbo de un niño que me llame
o a la voz del hermano, acudo, acudo
y pierdo el tronco angélico de musgos
que me tenía, o la arena salada
en donde sin memoria, era dichosa.
De Lagar II