Gabriel Chaile: “De la voz de ‘la Tota’ hablándole a Maradona sale el impulso de Mamá luchona”
Una de sus monumentales esculturas de barro como las que conquistaron al público de la Bienal de Venecia se emplaza ahora en Buenos Aires para Arthaus, institución cultural de próxima inauguración
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Llega un poco tarde, pero del mejor humor y con amigos, como siempre. El artista Gabriel Chaile viene de Portugal y tiene algo de estrella de rock o de cine cuando hace su ingreso en Arthaus Central (Bartolomé Mitre 434) y es recibido con vivas y abrazos. Su obra desembarcó antes que él, en tres cajas, y está lista para ser desembalada e instalada en el ingreso del flamante centro cultural, que todavía está en plena obra. Pero a partir de esta semana podrá verse desde la vereda.
Le dicen el pollo o la gallina, por su forma panzona y de patas cortas, y porque tiene incrustados 300 huevos. “Nos hicimos un par de tortillas porque sobró material”, se ríe Chaile, cuando lo cuenta. Sacando ese último detalle, se parece a las cinco esculturas del Grupo Familiar que están todavía exhibidas en la muestra principal de la Bienal de Venecia, que curó Cecilia Alemani. Son piezas monumentales de adobe que remiten a culturas originarias en una escala descomunal. Una sensación allá en la mostra desde su inauguración. El conjunto fue adquirido por Eduardo Costantini y se verá en Malba en noviembre. La Mamá luchona de Chaile –tucumano de ascendente carrera internacional, radicado en Lisboa después de una década de escala porteña– será su primera pieza instalada de forma definitiva en el espacio público de Buenos Aires.
–¿Cómo surge esta obra?
–Hice los primeros bocetos en Portugal, en una servilleta. Me habían invitado a participar en la trienal de New Museum de Nueva York. En Oporto había hecho La Luchona de siete metros y quería continuar esa serie, ya no con una luchona genérica, sino con una mamá luchona, específicamente. Le presenté el proyecto así, en una servilleta, a Margot Norton, una de las curadoras. ¡Poco presentable! Pero le expliqué todo y salió esta pieza, basada en la obra de la artista británica Sarah Lucas llamada Maradona –presentada en la Bienal de Venecia en 2015–, que me había impactado mucho. Yo quería hacer algo en relación con esa escultura. Cuando Maradona falleció, me emocionaba mucho escuchar ese audio con el que se recordaba el momento en que había salido campeón en el Mundial. La Tota por teléfono le decía: “Andá a descansar mi hijo, que me hiciste la madre más feliz del mundo”. De ahí sale el impulso de esta obra. Una figura que lanza seres al ataque. Parece un choclo, porque tiene huevos, o una nubecita del juego Mario Bros., que tira hijos. Cosas generacionales que actúan en el presente, en relación a cosas que nos dejó otro que nos amó, nos odió... nos maternó.
–¿Qué es una “Mamá luchona”?
–Pensé que podía ser una figura totémica, un poco tierna, graciosa y fuerte a la vez. Es una fruta que da semillas. Me gustaba llevarla a otra escala. Si bien tengo rasgos indígenas, me crie en la ciudad, pero comprendo ese mundo y era inevitable no pensar en una Pachamama. También era una manera de ver a mi madre: una madre soltera y luchona, porque tiene muchas luchas y las lleva como puede. Desde afuera es fácil juzgar, pero son formas de vivir. Me gusta que esté acá.
–¿Qué viajes hizo esta pieza?
–Viene viajando un montón. La empezamos en Portugal y la terminamos en Nueva York en un momento difícil de la pandemia: tuve que venir a vivir quince días acá para poder entrar a los Estados Unidos. La obra fue a Bélgica en camión y de ahí siguió en avión. Llegamos justo con la arcilla, gastamos la última bolsa en el último detalle. No uso tierra del norte argentino, pero siempre busco tonos ocres, marrones; en este caso, es material de la Península Ibérica. Después, desmantelada en tres partes, vino a Buenos Aires en un trayecto en barco de un mes. Protegimos los huevos con pedazos de flotadores, en cajas especiales.
–Vos también estás viviendo un momento de muchos viajes y de éxito.
–Ahora me quedo una semana y después me voy veinte días a Tucumán porque necesito descansar un poco. Esas montañas, esa gente, mi familia. ¡Cocinar! Pero estoy contento con el espacio para NVS [la galería con la que promueve la obra de artistas amigos] en Lisboa, que ahora es el doble de grande. Armamos una parte de residencias para artistas. Sumamos un carrito para no tener que mover más las piezas con el método egipcio. Estoy contento. Voy a mudar mi estudio a otro lugar porque yo ensucio mucho.
–¿Cómo se siente esta etapa de rockstar, por fin sin problemas económicos?
–¡No sé, porque en realidad lo vamos reinvirtiendo! Pero sí, lo estoy disfrutando mucho. Es todo bastante extraño. Lindo y abrumador a la vez. Necesito desconectar, es saludable. Volverme a encontrar con las cosas que me hicieron ser este artista que soy hoy: mis hermanos, las costumbres que aprendí en mi hogar natal, los profesores que me formaron, como Marcos Figueroa, Carlota Beltrame y Gely González. También tengo planeado ir a ver a Andrei Fernández, que tiene un centro cultural con la comunidad de mujeres wichi desde hace quince años.
–¿Y qué sigue?
–¡Nosotros nos metemos en cada una! Por lo pronto, activar la residencia y vamos a hacer tres publicaciones, de Laura Ojeda Bär, Andrei Fernández y una mía. En septiembre tendré una exposición individual en Bélgica, donde voy a mostrar una escultura grande, larga como la principal de Venecia, que se va a llamar Dónde están los herederos de estas formas. Habla de la historia del peinado: yo tengo un mambo con los peinados. En Cádiz voy a hacer una pieza que funcione de recepción para los invitados de una fundación que queda en el campo. Es mi primera arquitectura, similar al cubo que está en el Museo Campo Cañuelas de la Fundación Tres Pinos. Y hay nuevos proyectos en Barcelona y México para el año que viene. A todo esto, mi descanso es juntarme a activar otras cosas con mis amigos: descanso de estar concentrado en mí. Todo es un entramado de voluntades, de apoyo profesional y afectivo, en la comunidad del arte.
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