Furia corrosiva en relatos inolvidables
Fondo de Cultura Económica reedita en estos días Hombre en la orilla, de Miguel Briante. Aquí, el anticipo del prólogo que escribió Piglia para la edición actual
Conocí los relatos de Hombre en la orilla mientras Briante los estaba escribiendo. En aquel tiempo leíamos los textos en voz alta, como si buscáramos ajustar el ritmo y la entonación de la prosa. El tono dependía de la sintaxis, de los silencios y las pausas; la oralidad no estaba en el léxico, ni en el uso costumbrista de las palabras, sino en la cadencia y el fraseo que identificaba –imaginábamos– los usos del lenguaje en las llanuras del Plata.
Recuerdo muy bien el comienzo del primer relato de esta serie con su escansión tranquila y enigmática. ("La Inglesa dijo que habrá que matar los perros, pero no sé".) El verbo en futuro anterior anuncia algo que está por pasar y la adversativa marca la incertidumbre del narrador. La narración está como suspendida entre el pasado y el futuro, siempre a punto de ser actualizada por un narrador que trata de revivir una trama que no conoce del todo –o no comprende–. Pero esa incomprensión lo obsesiona y lo implica (misteriosamente, diremos) como si se tratara de una venganza personal: cuenta entonces lo que sabe y lo que imagina con excesiva pasión, mientras busca descubrir lo que ignora con nuevas versiones y nuevos testimonios.
Ese modo de narrar viene de Faulkner (o mejor, de la manera de narrar que Faulkner aprendió de Conrad): no se narra los hechos sino el efecto de los hechos. Las historias tienen un doble fondo que remite a un violento mundo social y a un conjunto oscuro de prejuicios y estereotipos de clase. Los relatos tienden al melodrama: buscan transmitir la emoción de la experiencia y no su sentido; se apoyan en una épica altiva y plebeya que está siempre al borde de la locura y del crimen.
El libro incluye tres extensos relatos y una nouvelle que reconstruyen la vida de un pueblo de la provincia de Buenos Aires; cada relato es autónomo, pero cada uno de ellos modifica o complementa una historia anterior. El joven que llega al pueblo después de varios meses de ausencia en dos de los mejores cuentos del volumen puede ser visto como el cronista secreto que instaura la leyenda y la mitología del lugar. La presencia desviada y elíptica de alguien que es y no es de ahí –que recibe y soporta el rumor malicioso y los dichos hostiles que forman parte de su vida– define el aire altivo y la trama letárgica del libro.
La ira, el odio y el rencor subyacen como una maldición bajo el estilo sosegado y elegante de Hombre en la orilla. Difícil encontrar en nuestra literatura la furia corrosiva y la calidad de estas historias inolvidables.
Hombre en la orilla
Miguel Briante
Fondo de Cultura Económica