Fuego en Lollapalooza: un volcán se enciende en el festival para “arrasar con el malestar”
La escultura mutante, y la más monumental que haya creado Edgardo Giménez, despedirá humo en el Hipódromo de San Isidro; “los argentinos necesitamos con urgencia empezar a pasarla bien”, dice el artista
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Después de la lluvia, el fuego. Tras una semana de mortales inundaciones, una gigantesca estructura instalada en el corazón de Lollapalooza comenzará a despedir chispas y llamas al caer la noche. Y si bien suenan por el altavoz instrucciones para tener en cuenta en caso de incendio, está todo calculado para que eso no ocurra. “No es el volcán que arrasa con todo; este arrasa con tu malestar”, dice el artista Edgardo Giménez sobre la escultura más monumental que haya creado en más de medio siglo de exitosa carrera.
“Los argentinos necesitamos con urgencia empezar a pasarla bien”, dice mientras ríe a carcajadas este hombre de 82 años, que salta para evitar el barro en el Hipódromo de San Isidro. En los últimos días, bajo la lluvia y con sus zapatillas enfundadas en bolsas, frecuentó este enorme predio cubierto de pasto para supervisar la colorida escultura de 14 metros de altura y 20 de ancho, cubierta de tela ignífuga sobre un centro de hierro y una base inflable.
Solo se compara en altura con la gigantografía de una foto de Moria Casán con su cuerpo intervenido por él, que expuso hace una década en el museo MAR. Su Volcán de felicidad, sin embargo, es una obra mutante. Hasta el domingo, cuando termine el festival, despedirá humo rosa durante las primeras horas de la tarde. Y a la noche “explotará” con “chisporroteos” para convertirse como una suerte de fogón en este gran punto de encuentro de distintas generaciones, con un show lumínico y una banda sonora propia que competirá con las demás.
“Va a haber un momento en que el volcán toma el mando, es una especie de exitación continuada. Es como un gran juguete, divertido y alegre”, dice Giménez, antes de soltar por enésima vez una de sus características carcajadas. “Como decía Felisa Rocha”, agrega, apasionado por citar a actrices que admira: “Hay días que me levanto contenta, pero hay otros días que me levanto muy contenta”.
“Mi público siempre es joven, ya estoy acostumbrado. Todo lo que convoca me interesa”, confiesa el artista, que protagonizó en 2023 en el Malba la muestra No habrá ninguno igual, visitada por 120.000 personas. Luego le llegó la convocatoria de los organizadores de Lollapalooza, para una creación suya suceda a la Escultura inflable de Marta Minujín instalada allí en 2019 y 2022. Igual que su amiga y colega, a quien admira, Giménez considera que “el arte es sanador y curativo. Porque te llega al alma, a partes donde otras cosas no llegan”.
Para disfrutar el pop, aclara, “no hace falta una preparación previa: lo que ves es lo que es, y lo que significa”. Y tampoco es imprescindible visitar un museo o una galería. “Me gusta sacarlo a la calle. Hay que salir a buscar al público y seducirlo”, aclara este artista que integró la generación dorada del Instituto Torcuato Di Tella, y que en 1965 creó junto a Dalila Puzzovio y Charlie Squirru un cartel publicitario mostraba la imagen de los tres en la esquina de Florida y Viamonte junto a la pregunta “¿Por qué son tan geniales?”
“Siempre estoy disponible para cualquier proyecto, abierto a que me sorprendan. Pero nunca hago las cosas porque me las piden: las paso por mi filtro y las hago si tengo ganas”, aclara sobre esta nueva obra. Convive en el Hipódromo con otra instalación del joven arquitecto tucumano Germán González Holc, que intervino además el logo del festival.
El volcán formará parte un próximo libro que Giménez planea publicar en 2025. Mientras tanto, en un futuro más cercano, tiene previsto pasar la tarde del domingo escuchando música en vivo en Lollapalooza, y quedarse hasta que el volcán no arda.