Fraudulenta ingenuidad
El niño con pijama de rayas
Por John Boyne
Salamandra
$ 42
¿Cómo contar la historia del holocausto judío desde el punto de vista de un niño de nueve años? ¿Es posible traducir a los términos de una aventura infantil nada más ni nada menos que el genocidio de Auschwitz? El desafío, a primera vista, parece tentador, aunque conlleva -por la seriedad del tema- muchos riesgos.
El primero de ellos, el más arduo y el que nunca consigue eludir El niño con el pijama de rayas , es el de quitar todo espesor histórico a los acontecimientos, recurriendo a las típicas patrañas de cierta literatura infantil para endulzar la píldora: clisés del tipo "había una vez una casa detrás de una cerca" para referirse a un campo de concentración o "el niño con pijama de rayas" para hablar de una víctima del totalitarismo nazi, subterfugios del lenguaje que repulsan la inteligencia de un lector adulto y pueden promover un bostezo generalizado en los niños, pero que además tienden a encubrir -y esto es lo más pernicioso- el horror de los hechos narrados bajo el velo de una ingenuidad fraudulenta. Quizás un niño de nueve años -como es Bruno, el cándido protagonista de El niño con el pijama a rayas que frisa, por momentos, la más alarmante estupidez- no esté todavía en condiciones de discernir un campo de concentración de un castillo encantado. Quizás, en la mentalidad infantil, que no es lógica, lo siniestro y lo maravilloso funcionen sólo como meras categorías de la imaginación. Imposible saberlo. Sin embargo, el problema no es tanto de orden psicológico como ético. No parece un recurso legítimo -y tampoco resulta verosímil en el plano literario- provocar a conciencia una escisión arbitraria entre la personalidad razonable y consciente y la personalidad infantil inconsciente, con el único fin de presentar los horrores de la guerra y las cámaras de gas reducidos a una escala de percepciones deliberadamente catárticas, que lo único que buscan es despertar las emociones más elementales y encabezar con eso la lista de los libros más vendidos.
"No se puede escribir poesía después de Auschwitz." Tantas veces Adorno debió retractarse de esta frase como John Boyne y sus editores habrán de computar las suculentas regalías que promete dejar este libro, que fue comparado con La vida es bella, la insoportable película de Roberto Begnini, pero cuyo manejo del optimismo como una supuesta herramienta crítica parece burlarse del lector adulto y puede, incluso, promover graves confusiones en la imaginación de aquellos niños que se dignen leerlo. "Creemos que es importante empezar esta novela sin saber de qué se trata", recomienda un anónimo editor en la contratapa, haciendo uso de un suspense feérico que haría temblar las mandíbulas de los hermanos Grimm. "No obstante, si decides embarcarte en la aventura, debes saber que acompañarás a Bruno, un niño de nueve años, cuando se muda con su familia a una casa junto a una cerca. Cercas como éstas existen en muchos lugares del mundo, sólo deseamos que no te encuentres nunca con una."
Por cosas así, los chicos prefieren la playstation a los libros. Y tienen razón. El problema de El niño... es que su intriga resulta injustificable y afectada desde la primera hasta la última página. Nadie puede creer que el pequeño Bruno no advierta en ningún momento que su padre es un oficial nazi, que el lugar donde acaba de mudarse es un campo de exterminio y que Shmuel -su amigo "del otro lado de la cerca"- es un prisionero judío que va en camino de la cámara de gas. En pos de un efectismo machacón y presuntamente piadoso, con operaciones falsarias como las que mencionamos con anterioridad, Boyne ha escrito un libro que no se sabe si es un cuento infantil con aspiraciones de novela, o al revés. El autor nació en Irlanda en 1971. El niño con el pijama de rayas es su quinta novela publicada. La versión fílmica ya está en camino.
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