Franz Kafka: el genio de Praga que forjó pesadillas universales e infinitas lecturas
Trabajó en una compañía de seguros y escribía de noche; para él, un libro tenía que ser el hacha que rompiera “el mar congelado que tenemos dentro”; hoy se cumplen 140 años de su nacimiento
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Para Jorge Luis Borges, que lo tradujo al español, fue el primer gran escritor del siglo XX; George Steiner lo consideró un profeta meticuloso de la “amalgama del horror” y Walter Benjamin, un creador de parábolas de difícil interpretación; W. H. Auden lo equiparó con Dante, Shakespeare y Goethe; para Vladimir Nabokov, fue el autor que mejor supo unir belleza y piedad. Franz Kafka (1883-1924), el genio que nació hace 140 años en Praga, vivió una doble vida: pasivo y rebelde, obediente y subversivo, indiferente y arrebatado, acosado por la debilidad y la sed de trascendencia. Escritor de origen judío en lengua alemana, creó cuentos, parábolas y novelas que alcanzaron la categoría de pesadillas nihilistas y universales. “Otra vez he pasado por esa terrible grieta larga y estrecha que, en realidad, sólo se puede cruzar en sueños -anotó en su diario, en diciembre de 1919-. Por propia voluntad, jamás podría hacerlo estando despierto”.
Mucho se especuló sobre el deseo expreso de Kafka de que su obra fuera destruida por el fuego, y que su amigo Max Brod incumplió o interpretó a su modo (además de las novelas, dio a conocer diarios, cuadernos de notas y cartas). En vida, sin embargo, había publicado colecciones de relatos como Contemplación, de 1912; la nouvelle La metamorfosis (que tradujo Borges, aunque este hubiera preferido que se titulara “La transformación”), La condena (dedicado a Felice Bauer), “El fogonero” (cuento con el que se inicia la novela América, llevada al cine con singular maestría por Danièle Huillet y Jean-Marie Straub); “En la colonia penitenciaria”, y Un médico rural (que incluye “Ante la ley” e “Informe para una academia”) y Un artista del hambre.
Las tres novelas inacabadas por las que su fama trascendió al nivel de que su apellido diera origen al adjetivo kafkiano (incorporado por la Real Academia Española a su diccionario) se publicaron gracias al albacea en forma póstuma: El proceso, El castillo y América. Humanos, animales y monstruos; siervos y amos; oficinistas, enfermeras, caseras, artistas, agrimensores y verdugos habitan sus ficciones.
“Dos relatos de Kafka, ‘Ante la ley’ y ‘Josefina la cantora’, pueden leerse no solo como una alegoría, sino también como una poética que conduce directamente a repensar la literatura del siglo XX -dice el escritor e investigador Lucas Margarit a LA NACION-. Una escritura que abre a otras posibilidades y donde lo que no sucede o sucede de manera disruptiva no clausura el relato, sino que lo proyecta hacia otras formas de pensar la narración. No es tanto el tema del relato, sino el modo en el que nos enfrentamos a él; no es solo la relación que establece Josefina con el resto de los ratones, su pueblo, o la presencia de su canto que se matiza con chillidos o lamentos, sino que es también el modo en que se percibe ese canto y el sentido que adopta en diferentes situaciones que van construyendo la historia. En ‘Ante la ley’ sucede una espera incierta, está detenida la acción y eso es lo que da cuerpo al relato que al final revela la situación ante la que el personaje se encontraba. Así, surge la posibilidad de pensar potencialmente en una acción que no tuvo lugar, pero que podría dar cuenta de otra posibilidad en el relato. En Kafka, la alteración del mundo, como decía Maurice Blanchot, es necesariamente parte del artificio”.
El escritor trabajó en una compañía de seguros (sus compañeros lo describieron como una persona amable) y escribía de noche. “Kafka estaba convencido de que un libro tiene que ser ‘el hacha que rompa el mar congelado que tenemos dentro’ -recuerda la escritora Esther Cross-. Para lograrlo, escribía con una entrega religiosa. Durante la Gran Guerra, cuando May Sinclair inventaba el término ‘fluir de la conciencia’ y se empezaba a incursionar en la autoficción, él superaba las limitaciones del yo. En sus textos surge una Conciencia con mayúsculas, como un ojo narrativo que capta la extrañeza en medio de la ‘normalidad’. Pero esa Conciencia, y esto es lo impresionante, se despierta también en el lector”.
En su Carta al padre, Kafka cuenta que de chico tenía una imaginación rica y “helada”. “En esa descripción podría haber una clave para entender su estilo, apasionado y exacto a la vez, fantasioso y regulado -dice Cross-. Tuvo la genialidad de encontrar el reflejo de esa extrañeza tan mundanal en imágenes fantásticas, como cuando Gregorio Samsa se despierta convertido en un gran insecto. Y también supo resumir con imágenes crudas y realistas su visión compleja del mundo moderno; pienso en América, cuando el ascensorista se pone por primera vez el uniforme con los sobacos transpirados por sus antecesores. Siempre se habla de su pesimismo, pero en sus historias hay, además de una libertad narrativa que resulta liberadora, una piedad y una ternura casi inevitables. En ese sentido me animo a recomendar ‘Una cruza’, donde habla alguien que está al cuidado de una criatura mitad gatito, mitad cordero. Podría decirse que se trata de un experimento con animales pero la verdadera historia pasa entre el lector y el cuento”.
Mi deseo de una soledad desprovista de reflexión. Enfrentarme únicamente a mí mismo. (1 de julio de 1913). pic.twitter.com/KzXe4MpSaV
— Kafka en español (@Kafka_hispano) July 1, 2023
Diagnosticado de tuberculosis en 1917, Kafka no se casó (sus diarios revelan que temía transmitir la enfermedad a sus descendientes), pero protagonizó romances -en parte epistolares- con Felice Bauer, Grete Bloch, Julie Wohryzek, Milena Jesenská y Dora Diamant. “En el diario de Kafka se revela la imposibilidad de vivir del amante de la letra -dice la escritora y psicoanalista Silvia Bolotin Kogan-. La literatura fue la gran pasión del escritor, tanto en un sentido profano como religioso, un amor que une esos dos términos; es decir, un calvario en el sentido patológico, porque precisamente va y viene con el sentido de la locura creativa; y es esa cruz la que finalmente van a llevar los héroes del universo mágico del autor”.
Fue también un dibujante secreto. “Sus dibujos pueden ser considerados bocetos, y él mismo llegó a calificarlos como garabateos -destaca el escritor Diego Cano, autor de Franz Kafka. Una literatura del absurdo y la risa-. Sin embargo, más allá de su opinión, sus formas básicas muestran una intención artística que se relaciona con su literatura. Los trazos sencillos en conjunto con su forma abstracta en mínimas líneas de sus “marionetas negras de hilos invisibles”, como las clasificó Max Brod, indican una búsqueda de expresión que abstrae y que lucha contra la representación realista. Esa búsqueda es un clima de época, pensemos en el cubismo y el surrealismo, por ejemplo. Ahí hay un nudo que se ata con su literatura, un sentido que no se muestra explícito ni siquiera para el propio artista. Kafka dijo de sus dibujos: ‘Es una escritura gráfica muy personal, cuyo sentido, pasado cierto tiempo, no puedo descifrar ni yo mismo’. Kafka sigue siendo puesto en la picota de las mil interpretaciones. Quizás sus dibujos y, sobre todo, su literatura, estén ahí para el mero disfrute de su forma más allá de su capacidad de inspirar infinitas lecturas”.
En 2024, se conmemorará el 100° aniversario de la muerte del escritor que quiso “desgarrarlo todo”. Falleció un mes antes de cumplir 41 años, el 3 de junio de 1924.
Un texto inédito de Enrique Vila-Matas sobre Kafka
Kafka sin riendas
Prosa insólita, desarticulada gramaticalmente, libre como ninguna. La encontraremos en “Deseo de convertirse en indio”, un fragmento juvenil de Kafka (incluido en Contemplación, libro que el propio K vio publicado), no debería admitir comentarios al uso porque en él no hay espuelas, no hay riendas, viaja en un tiempo que tampoco existe.
Por si fuera poco, la complicada trama gramatical, el extraño empleo que en él hace Kafka de los tiempos verbales en esa breve narración puede parecer incoherente, o llevarnos a pensar que la dejó inacabada. Pero no es así: Kafka emplea deliberadamente esa mezcla de tiempos verbales que solo remotamente tiene que ver con el alemán que se hablaba en la Praga de aquel tiempo.
A “Deseo de convertirse en indio” lo llamo a veces “Pues no había riendas”, y puede leerse como un paradigma de toda la futura obra del genio de Praga. Juan del Solar (respetando la incoherencia gramatical) lo tradujo así:
“Si uno fuera de verdad un indio, siempre alerta, y sobre el caballo galopante, sesgado en el aire, vibrara una y otra vez sobre el suelo vibrante, hasta dejar las espuelas, hasta desechar las riendas, pues no había riendas, y por delante apenas veía el terreno como un brezal segado al raso, ya sin cuello ni cabeza de caballo”.
Es un texto que resulta tan incomprensible, o tan diáfano, como lo sería, ya para siempre, la entera y al mismo tiempo inacabada literatura kafkiana, literatura en la que un escritor llamado Kafka va en busca de un estilo propio, es decir que desea convertirse en Kafka.
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