El célebre arquitecto inaugura una torre monumental inspirada en el pasado romano y en Van Gogh; adhesiones y críticas
PARÍS –. Célebre por sus circos romanos, patrimonio mundial de la humanidad, la varias veces milenaria ciudad francesa de Arlés acaba de sumar a su dote un nuevo atractivo: Luma, una torre de 56 metros de alto, concebida por el célebre arquitecto Frank Gehry. Destinada a la creación artística, decididamente futurista, esa montaña desordenada de ladrillos de acero altera –para sus detractores– un paisaje en el cual la naturaleza y la arquitectura conviven en armonía desde la Antigüedad.
“Arlés es una ciudad que conoce la monumentalidad arquitectural desde su fundación. Cuando se miran las dimensiones de sus arenas romanas, de su teatro antiguo, todo es monumental con relación a la ciudad. Aquí nos encontramos en un sitio compuesto por varios edificios, con algunos pertenecientes al patrimonio industrial que datan del siglo XIX y fueron renovados”, explica Mustapha Bouhayati, director de la Fundación Luma, cuyo flamante proyecto, instalado sobre más de diez hectáreas e inaugurado el fin de semana pasado, se declara un “campus artístico y creativo “.
Su inauguración, que coincide con la inminente apertura de los concurridos Encuentros de la Fotografía de Arlés, convierte a la bella ciudad mediterránea celebrada por Vincent van Gogh, en punto de referencia del arte en la Provenza francesa.
Al inicio de ese proyecto monumental, lanzado hace 13 años, se encuentra Maja Hoffmann, una mecenas suiza, descendiente de una de las familias más ricas de aquel país –propietarios de los laboratorios farmacéuticos Roche–, que durante años expuso a cientos de artistas en Arlés, tejiendo una estrecha relación con la ciudad y sus habitantes.
“Lo que me interesaba con este proyecto era también aumentar el número de visitantes durante el invierno. Y quizás convencer a la gente de venir a instalarse aquí durante todo el año, en vez de ver a Arlés como una ciudad estival para turistas”, declaró Maja Hoffmann.
La nueva institución reúne seis edificios, cinco de ellos históricos y rehabilitados, cuya pieza maestra es la torre Luma, de Gehry. El arquitecto canadiense-estadounidense de 92 años, estrella del deconstructivismo, autor entre otros del Museo Guggenheim de Bilbao, quiso “plasmar la relación” de la ciudad con su torre. Para ello creó una hibridación nacida a la vez del pasado romano de Arlés con ese estilo futurista que todos le conocen. Ese edificio retorcido, compuesto de 11.000 paneles metálicos que reflejan la luz, hace pensar en las escamas de pescado y los movimientos y formas acuáticos, totalmente emblemáticos de la arquitectura y el diseño de Gehry.
Iniciado en 1977 con su Guggenheim en Bilbao, ese nuevo capítulo de la arquitectura fue rápidamente copiado en todo el mundo. Pero el modelo envejeció poco a poco a medida que el nuevo paradigma del antropoceno comenzó a denunciar los daños irreversibles causados por la acción humana sobre el clima y la biodiversidad. Hoy son innumerables los edificios que salen de tierra víctimas de un aire totalmente anacrónico.
Para sus detractores, la torre Luma es “un caso de escuela”. Erigida en la inmensidad de la región camarguesa, su verticalidad insolente, sus formas torturadas de encandilantes reflejos plateados, avasalla el paisaje.
“De cerca, es un agregado de formas y materiales mal combinados: una avalancha de ladrillos en acero inoxidable, de donde salen grandes bloques de ventanas, injertada a un monolito de cemento armado color arena, atrapado en su base por un gran cilindro de vidrio –el “drum”–, él mismo encerrado por varios bloques de cemento”, escribió el prestigioso diario Le Monde.
“No se puede negar que es original. Pero aun cuando uno es reconocido como el pionero y más ilustre representante de la arquitectura deconstructivista, no tiene el derecho de alterar impunemente un paisaje en el cual la naturaleza y la arquitectura conviven armoniosamente desde la Antigüedad”, agregó.
Gehry explica su gesto como un triple homenaje a esa naturaleza: los ladrillos metálicos como alusión a las fachadas calcáreas de los Alpillos, el “drum” por esa arquitectura vieja de 2500 años y en particular las arenas romanas, y las formas retorcidas por los artistas, como Van Gogh, que la sublimaron.
Pero el argumento no convence. “Las formas torturadas de ese edificio reflejan sobre todo una génesis conflictiva, marcada por las polémicas”, reconoce anónimamente uno de los responsables de la oposición municipal.
Tanto, que preocupada por preservar la necrópolis romana de Alyscamps, la Comisión de Monumentos Históricos emitió un juicio desfavorable sobre el proyecto en 2011, obligando a sus promotores a hallar una nueva ubicación y a modificar la silueta de la torre.
“La forma original, dos montañas de ladrillos de acero inoxidable, parece hoy simple y armoniosa comparada con el resultado final que acuerda tan mal con los valores de respeto del medio ambiente y de identificación local que pretende encarnar la Fundación Luma”, vuelve a anotar el especialista en urbanismo de Le Monde.
En el interior, sin embargo, el proyecto funciona como un auténtico laboratorio de creación. Varios elementos de la torre Luma fueron confiados a artistas que dieron lo mejor de ellos: Rirkrit Tiravanija para el bar, Koo Jeong A para el skatepark, Etel Adnan para el auditorio, Olafur Eliasson para el techo en espejo de la escalera.
Para su decoración, la obra utiliza algunos componentes patentados por los Ateliers Luma, una estructura de investigación y producción que desarrolla sorprendentes materiales a través de desechos agrícolas, de sal o de algas.
La fundación organiza exposiciones y recibe residentes de todo tipo: artistas, comisarios, científicos y creadores. “Tenemos un alojamiento a nuestra disposición, una remuneración, un presupuesto de producción, mientras que la institución practica un verdadero seguimiento. Las condiciones son perfectas para trabajar”, afirma la artista Sara Sadik, residente invitada que crea un film sobre la juventud francesa de los barrios populares.
Maja Hoffmann también se rodeó de un comité de expertos, el Core Group, entre quienes se encuentran Hans-Ulrich Obrist, director artístico de Serpentine Galleries, los artistas Philippe Parreno y Lima Gillick, así como los directores de instituciones culturales Tom Eccles y Beatrix Ruf.
El programa de exposiciones incluye obras de Rirkrit Tiravanija, Etel Adnan, Urs Fischer, Paul McCarthy, así como Prélude, una muestra que reunirá a cinco artistas emergentes: Sophia Al-Maria, Kapwani Kiwanga, Patrick Staff, Jakob Kudsk Steensen y Ian Cheng sobre la ecología. O bien otra muy esperada de Pierre Huyghe, After UUmwelt, que elabora un mundo donde animales, inteligencia artificial y materias son libres de componer ficciones… mientras el visitante es un eslabón en una cadena de comunicación.