Francisco Bitar. "Es emocionante establecer una relación de amor con la escritura"
Poeta, narrador y ensayista, Francisco Bitar (Santa Fe, 1981) es uno de los escritores cuya obra, escrita a la distancia de Buenos Aires desde la soñolienta capital de Santa Fe, donde transcurren varias de las historias de sus relatos, capta la atención de colegas, lectores y críticos. El que lee un libro de Bitar querrá luego leer otros. Por fortuna, hay varios.
Es autor de cinco libros de poesía, dos de cuentos y un breve ensayo. Pero fue con su novela corta Tambor de arranque, que contaba la historia de una separación de dos jóvenes por medio de la memoria de las cosas y los lugares, cuando la escritura de Bitar mereció el primer reconocimiento oficial. Fue una de las ganadoras del prestigioso premio Ciudad de Rosario en 2012, junto con otra nouvelle de Mario Castells. Después con Luces de Navidad, su primer libro de cuentos, obtuvo el premio Alcides Greca, en 2014. "El cuento tiene la oportunidad de dejarse hibridar por la poesía", dice Bitar, que trabaja como docente en cátedras de taller de escritura para futuros docentes, traductores y cineastas.
En 2017, con Teoría y práctica, su nuevo libro de cuentos publicado este año por Tusquets, Bitar obtuvo el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes en esa categoría. Similares a guiones o escenas de un drama que se representa a lo largo del tiempo, con intervenciones directas del narrador sobre la materia de lo narrado, los tres cuentos de Bitar recrean una épica de seres anónimos mediante una estrategia que equilibra distancia, decepción y un triunfo sutil de la poesía sobre el tiempo. "Siento una atracción muy fuerte por lo que se termina y mis libros registran eso. Eso me conmueve y moviliza", confiesa el santafesino.
–Desde Acá había un río e Historia oral de la cerveza tu forma de narrar cambió, los cuentos parecen guiones o esbozos. ¿A qué lo atribuís?
–En ese libro se marca un nuevo comienzo en mi escritura y Teoría y práctica va en esa dirección: es un intento de estetización o formalización de ese trabajo, que empieza con Acá había un río. Un trabajo con la forma. La estetización del relato propone un modelo más autorizante, de mayor libertad y no de mayores restricciones, y me permite tener una relación más gozosa con la escritura. Me gusta mucho escribir, trabajo todos los días y escribo tres horas diarias, rodeado de cuadernos y libros. Mantengo una disciplina. Disciplina pero no rutina. Es emocionante establecer una relación de amor con la escritura.
–¿Por qué elegiste como título Teoría y práctica para tu nuevo libro? ¿Porque los narradores teorizan mientras cuentan las historias?
–Sí. En la primera parte hay un guiño a las unidades aristotélicas del relato: acción, tiempo y lugar. El narrador juega a poner el foco en esas unidades. El relato no puede construirse si se pone el foco en uno solo de esos planos, aunque en realidad sí puede construirse. Podemos decir que la literatura que se produce en el Litoral, que es de donde provengo, se escribe una literatura eminentemente descriptiva. Una literatura del lugar. Un libro de Juan José Saer, Lugar, se vincula con esto. En esa idea de tomar un solo plano del relato y construir una obra hay un decisión vanguardista. Voy a detener el relato y dedicarme a describir. Eso me aleja de Saer, porque se desatiende la historia.
–¿Y cómo escribís para despegarte de esa perspectiva?
–Intento hacer un equilibro, una modulación entre esos tres aspectos y no desatender nunca la historia. Pongo cierta intencionalidad o autoridad en la voz del narrador sin desatender el avance de la historia.
–¿Hay un agotamiento en las fórmulas de los realismos literarios para contar historias?
–Es eso. Como decía Charly García, hay que encontrar una forma que integre una armonía mayor con otra menor, una más alegre y otra más triste. Hay que sintetizar esas dos armonías y que no se entienda si es mayor o menor. Él pone como ejemplo "Yendo de la cama al living". Hay que tratar de hacer algo en el medio para escapar de la propuesta del realismo más epifánico, de la tradición de Ernest Hemigway o Raymond Carver, que se cultiva tanto acá, y desmarcarse de la literatura de género. Todos los de mi generación tenemos un libro epifánico, donde la revelación se juega en los objetos, pero vamos hacia otra cosa. Yo voy hacia un realismo de argumento.
–¿Por algún motivo no escribís novelas largas y convencionales?
–Escribí una, pero no es tan convencional. Tiene un andamiaje clásico, un marco, pero hacia el interior de ese macro hay una serie de relatos incluidos. Otra vez, es una excusa para contar cuentos. En principio se llama "La saga colapso". Y escribí también una continuación de Teoría y práctica con el mismo metanarrador, durante el mes de julio pasado. Amo ese libro. Son tres cuentos y el título provisorio es "Una organización de la experiencia". Le puse el punto final antes de viajar a Buenos Aires.
–¿Te consideras un escritor de provincias? ¿Y qué sería eso?
–Mi literatura no es para nada folklórica ni regionalista. Creo en la literatura como un producto colectivo. Los libros se escriben en soledad, pero en ellos se juega todo el tiempo la conversación con otros. Mi lugar es donde yo puedo conversar; pude armar eso en Santa Fe, pero también en Rosario, Buenos Aires y Córdoba. No dejo de viajar con ese propósito: hablar de literatura. Esa es mi relación con mi tierra, una relación de afinidades y de poder construir espacios para la conversación. Y eso recupera en parte mi interés por lo dicho. Ojalá pudiéramos escribir libros de esas conversaciones que son verdaderas obras de arte, pero es una operación imposible. El lenguaje en su estado evanescente está en la conversación, que siempre está terminando.
–¿Y que empieza en su lugar?
–El libro. La conversación nos recuerda que somos mortales y los libros son una especie de apostillas a eso que se fue y no está más. El bien último de la conversación es la entrega.
–¿Cuánto hay de autobiográfico en los personajes masculinos de Teoría y práctica?
–Voy acompañando el crecimiento de mis personajes, pero no son decisiones conscientes. Tengo dilemas parecidos a los de ello, pero no quiero hacer un retrato de mi tiempo. Eso sería poner por delante el tema, lo que es inconveniente para escribir literatura. Mis personajes crecen conmigo, pero no hay una relación directa entre experiencia y escritura. En la narración, la experiencia es la base de todo y es inevitable vincular la narrativa a la experiencia, aunque sea a la experiencia lectora. Cuando escribo, tengo la intuición de que mis personajes me van a enternecer. Entre ese momento de intuición y el final del relato, está la escritura.
–¿Qué aporta el narrador al poeta y el poeta al narrador?
–La narración le da al poema la posibilidad de reconocimiento, de empatía. La mayoría de mis poemas son narrativos. No creo en los poemas estrictamente de lenguaje. Esa tradición poética no me mueve un pelo. El narrador que dialoga con la poesía tiene una ventaja enorme respecto del narrador que no lo hace. La novelística más novedosa está en diálogo con la poesía. Saer, César Aira, Roberto Bolaño son grandes lectores de poesía, aunque tal vez no tan buenos poetas. Y ejecutaron eso al interior de la novela. Mario Montalbetti dice que los narradores olvidan que la novela también es lenguaje. Y él mismo dice que la novela es visual y que el poema es ciego. Para mí, el cuento está en un lugar intermedio y se parece más al poema: apunta hacia el sentido pero no es el sentido.
PARA AGENDAR
Hoy, a las 18, en la Casa de la Lectura (Lavalleja 924), el escritor y editor Diego Erlan conversará con Francisco Bitar sobre Teoría y práctica.
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