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“¿Qué estamos buscando?”, le pregunta Cuauhtémoc Medina a Francis Alÿs, bajo el sol inclemente del desierto. No hay respuesta. Solo se escucha a un perro que ladra al auto mientras el curador mexicano y el artista de origen belga recorren las desoladas afueras de Lima, en busca del próximo proyecto: una montaña que se pueda mover.
Lo lograron el 11 de abril de 2002, cuando quinientos voluntarios treparon una duna en fila, codo a codo y pala en mano. Aquel “peine humano” atravesó una superficie de 500 metros de diámetro, desplazando arena hasta moverla unos centímetros de su posición original. “La perturbación física fue infinitesimal, pero no así sus resonancias metafóricas”, se explica en el libro Cuando la fe mueve montañas (Turner), dedicado a la performance del mismo nombre que el Malba exhibió en 2004 y ahora rescata en su ciclo La historia como rumor.
“Cuando la fe mueve montañas es una aplicación del principio nodesarrollista latinoamericano: una extensión de la lógica del fracaso, dilapidación programática, resistencia utópica, entropía económica y erosión social de la región. Sobre todo, la acción fue concebida como una parábola de la escasa productividad: una tarea descomunal cuyo mayor logro fue casi no tener logro”, escribe Medina en uno de los textos, titulado “Máximo esfuerzo, mínimo resultado”.
Intentarlo a pesar de todo parece ser el hilo que enhebra las acciones del artista radicado en México desde hace más de tres décadas. Como si se tratara de actos de psicomagia impulsados por Alejandro Jodorowsky, Alÿs crea imágenes que el inconsciente comprende de forma directa. Una lucha del Don Quijote contra los molinos de viento que adopta distintas formas: desde acechar tornados para tocar su pacífico corazón hasta la incansable persecución de espejismos en la Patagonia.
Un puente construido con dos tenedores sobre un planisferio era una de las obras que se veía al entrar en el verano de 2016 en una sala del Malba, donde una muestra curada por Medina incluyó el registro de dos performances: la que intentó unir en 2006 las costas de La Habana y Florida mediante una cadena de botes, y otra similar realizada dos años más tarde en el estrecho de Gibraltar, donde una fila de chicos se internó en el mar con barcos de juguete realizados con sandalias de plástico. El museo, que le había dedicado a Alÿs una década antes su primera muestra en la Argentina, vuelve ahora a apoyar su tenaz esfuerzo por mover montañas a fuerza de creatividad.