Fragmentos de un camp vertiginoso
La virgen cabeza
Por Gabriela Cabezón Cámara
"Pura materia enloquecida de azar, eso, pensaba Qüity, es la vida": así comienza La Virgen Cabeza -primera novela de Gabriela Cabezón Cámara-, con esa suerte de relámpago que define, de alguna manera, el tono y el ritmo de un relato hecho, pura y exclusivamente, aunque parezca todo lo contrario, a partir de fragmentos vertiginosos. Vale decir, como si las constantes intervenciones aforísticas de su prosa, en lugar de frenar el texto, lo impulsaran con cada movimiento, cada vuelta de tuerca, un poco más. De hecho, la historia que se nos cuenta a lo largo de las ciento sesenta páginas de la novela ya ocurrió, y la única posibilidad del lector de alcanzarla, es dejándose llevar por las idas y vueltas de sus dos estrambóticas narradoras y protagonistas: Qüity, la acelerada periodista de un diario amarillista, y Cleopatra, una travesti a la que, después de ser violada y golpeada en una comisaría, se le aparece la Virgen y la transforma, inmediatamente, en La Hermana Cleopatra, una especie de santa encargada de recomponer los lazos sociales de la villa en la que vive.
La mirada de ambas, pese a las diferencias, se complementa a la hora de poner en palabras este relato -por momentos trágico, por momentos grotesco- donde la realidad, como en "Evita vive", el cuento de Néstor Perlongher, se ve atravesada por una suerte de fantasía impúdica y delirante. Es decir, el barroco otra vez, en su más clara y virulenta expresión, donde todo se confunde con todo: las letras de cumbia con los poemas de Francesco Petrarca, la Side con las mafias y con los pibes chorros, la religiosidad más exacerbada con la falta de fe.
Es en este contrapunto donde la novela encuentra su mayor libertad expresiva, sin someterse, en principio, a ninguna de las convenciones impuestas por el género. El lenguaje coloquial aparece subordinado o dialogando con otras leyes que se apartan de lo mimético y que no ocultan su relación directa con la literatura, y también a la inversa: el lenguaje literario se ve amenazado por el habla lumpen y marginal que estos grupos sociales llevan adelante, contaminando así cualquier intención que se pueda identificar con una escritura "alta" o de naturaleza literaria.
Lo más interesante de todo es que dichos elementos no se dan de forma separada sino que se muestran, visiblemente yuxtapuestos, en un mismo amasijo verbal, que no entiende de valores o jerarquías que pudieran señalar la importancia de un discurso por encima del otro. De fondo, siempre, desde la primera palabra hasta la última, la historia de amor que tiene como protagonistas a estos dos personajes que se arman y se desarman constantemente ante nuestros ojos, Qüity y Cleopatra: la cronista de policiales y la travesti que se comunica con la Virgen.
La historia, por tanto, es contada como parte inseparable de ese reino de la necesidad, cuyo fondo gravitatorio es la villa de emergencia El Poso, "ese centro abigarrado y oscuro, ese amontonamiento de vida y de muerte purulentas y chillonas".
De manera ostensible, Gabriela Cabezón Cámara (San Isidro, provincia de Buenos Aires, 1968) prolonga con La Virgen cabeza el súbito entusiasmo por el camp que ha venido impulsando parte de la narrativa argentina más reciente, sumándole un punto de vista comprometido e ingenioso.
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