Fragilidad
Fue un domingo de descanso, con el cielo diáfano casi enteramente despejado, algunas nubes de buen tiempo navegando con lentitud, y el sol enceguecedor. Hizo un poco de calor. Nada sofocante. Un día perfecto de verano. Excepto que cada tanto le echaba un rápido vistazo (nunca la miren) a la estrella que domina nuestro sistema y pensaba en la noticia que había leído unos días atrás. Cerca de las diez de la noche del jueves (hora de la Argentina) una llamarada colosal había emanado de una mancha solar recientemente descubierta. Fue calificada como X 1.2 –la clase X se reserva a las erupciones (llamémoslas así) más poderosas–, pero dentro de esa categoría hay grados, y la del jueves estuvo entre las más leves de la liga mayor.
Actualización: ayer, mientras cerrábamos esta nota, se produjo a las 15,50 (hora de la Argentina) una nueva y más potente llamarada, de categoría X 1.9, de la que se informó a la noche. De nuevo, ocurrió cuando esa activa mancha solar no estaba apuntando a la Tierra.
Quiso la suerte, pensaba mientras intentaba relajarme de una semana complicada (¿alguna no lo es?), que como el sol rota y la mancha no estaba apuntando en ese momento a la Tierra, gran parte de la emisión de rayos X y radiación ultravioleta no dio de lleno en nuestro planeta. No obstante, unas horas después, al rotar el sol, causó problemas en las telecomunicaciones en el sur del Océano Pacífico. Nuestra fragilidad me abrumó y me hizo pensar en la ridícula insignificancia de gran parte de nuestras grietas.