Fiódor Dostoievski y el amor: un inventario de dramas, hechizos y enredos
En el 200º aniversario de su nacimiento, Luis Gusmán narra el encuentro entre el genial escritor ruso y su segunda mujer, la taquígrafa Anna Grigorievna
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Hace doscientos años, en Moscú, nacía el segundo de los siete hijos del matrimonio formado por el médico (y autoritario) Mijaíl Andréievich Dostoievski y María Fiódorovna Necháyeva, la amorosa madre de uno de los gigantes de la literatura universal: Fiódor Dostoievski (1821-1881). En febrero de este año, se conmemoraron los 140 años de su muerte, a los 59 años, en San Petersburgo. Su vida y su creación literaria dieron un giro radical después de que en 1849 fue detenido y condenado a muerte -pena que se le conmutó a último momento- por sus actividades sediciosas contra el zar Nicolás I. Según el calendario juliano, la fecha de nacimiento del autor de Crimen y castigo es el 30 de octubre; según el gregoriano, el 11 de noviembre.
Por testimonios del escritor y de su segunda mujer, la taquígrafa Anna Grigorievna (a quien en menos de un mes, en 1866, le dictó su novela corta El jugador), se sabe que el autor de obras cumbre como Los demonios y Los hermanos Karamazov recreaba pasajes de su propia vida en las ficciones. Tanto en Recuerdos de la casa de los muertos (su novela autobiográfica por antonomasia) como en la folletinesca Humillados y ofendidos aborda episodios personales: como prisionero en Siberia en el personaje de Aleksandr Petróvich (un femicida, se diría hoy, que luego de cumplir condena por el asesinato de su mujer se redime como maestro de niños) y, en la segunda novela mencionada, que publicó luego de su arresto siberiano, como protagonista de los conflictos sociales de la época, entre príncipes y plebeyos, y de amores ciegos, no correspondidos, platónicos o imposibles que el autor experimentó en carne propia.
La rivalidad masculina, los celos, el orgullo y el deseo mimético (es decir, el deseo de aquello que otro desea) se conjugan en las tramas dostoievskianas para construir triángulos amorosos cuyo desenlace puede ser trágico, salvo que intervengan virtudes como la compasión, el arrepentimiento sincero y el perdón. Para Dostoievksi, no existía amor sin sufrimiento y, al mismo tiempo, como buen creyente cristiano, el amor humano se revelaba como una manifestación del amor de Dios.
“Aunque aquel amor fuese fantástico, aunque no se pudiera aplicar a nada humano, rebosaba de tal modo en mí que no echaba de menos esta falta de aplicación a la realidad: me parecía poco menos que un lujo inútil”, se lee en Memorias del subsuelo, escrita poco después de la muerte de la primera esposa del autor ruso, María Dmítrievna Isáyeva, en 1864 y que el director Nicolás Sarquís adaptó al cine como El hombre del subsuelo en 1981. Clic aquí para leer la novela.
En Noches blancas, el joven y solitario narrador se enamora de Nástenka, que a su vez está enamorada de otro joven que se hospeda en la casa de la abuela de la muchacha (esta novela fue llevada al cine por el italiano Luchino Visconti en 1957). Y en Nétochka Nezvánova, también narrada en primera persona, da voz y cuerpo a una joven de la clase baja rusa que, curioseando en la biblioteca de sus benefactores, descubre un triángulo amoroso. En la genial novela El eterno marido, se sigue la relación entre dos hombres que amaron a la misma mujer: Pável Pávlovich Trusotski -el marido burlado- y Velchanínov, un donjuán sentimental (en esta obra, Dostoievski retoma en solfa su propia experiencia amorosa con su primera mujer, que había sido la esposa de un conocido suyo). En 1993, Beda Docampo Feijoó adaptó al cine esta comedia en El marido perfecto.
“Mi ángel, me doy cuenta de que me estoy apegando cada vez más a ti y ya no puedo soportar nuestra separación -le escribió un Dostoievski enamorado a Anna Grigorievna, que sería su segunda esposa, madre de sus cuatro hijos y heredera de la obra-. Puedes hacer que esto se vuelva a tu favor y esclavizarme ahora aún más, pero debes saber que cuanto más me esclavices, Annie, más feliz seré. Je ne demande pas mieux [No podría desear nada mejor]”. Cuando Dostoievski murió, su mujer tenía 35 años. A partir de entonces, se dedicó a recopilar sus manuscritos, cartas, documentos y fotografías, y a preservar el legado literario de Dostoievski. En 1978, el Centro Editor de América Latina publicó Dostoievski, mi marido, donde la autora relata la enfermedad del escritor, sus viajes, su maternidad y la muerte de sus dos hijos, en el marco de una atmósfera desasosegante y a veces cruel por parte de su pareja. El manuscrito de las Memorias de Anna Dostoyévskaya se guarda en la Biblioteca del Estado Ruso. Anna nunca volvió a casarse.
Luis Gusmán escribe sobre Fiódor y Anna
En su nuevo libro, que llegó a las librerías este mes, el escritor y psicoanalista Luis Gusmán recrea el primer encuentro entre Dostoievski y Grigorievna, que tuvo lugar en San Petersburgo en 1866. En Flechazo. Encuentros, desencuentros y despedidas (Emecé), el escritor argentino imagina la intimidad de una de las uniones más felices de la literatura.
El vestido lila
El 3 de octubre de 1866, en San Petersburgo, la taquígrafa Ana Grigorievna recibe una oferta de trabajo. Cuando pregunta para quién deberá trabajar, le responden que se trata del consagrado novelista ruso Fiódor Dostoievski. El escritor tiene una gran novela entre manos y se propone escribirla con la ayuda de una taquígrafa.
Ana se apresura a aceptar y le pasan un papel con una dirección: Pasaje Stollani, edificio Alokin, departamento 13. Tiene que presentarse a un horario determinado. El profesor Olkin, que es quien le ofrece el trabajo, le advierte que no será fácil que se puedan poner de acuerdo, el escritor es un hombre hosco y rudo. Pero Ana, que es admiradora de sus obras y ha leído Memorias de la casa de los muertos, no puede creer su suerte. Dostoievski es un contemporáneo de su anciano padre y ella, una niña de veinte años.
La noche previa al encuentro no puede conciliar el sueño. Cuando llega al departamento recibe una criada con un chal a cuadros que a Ana le recuerda el chal del personaje de Crimen y castigo, que se apresuró a leer.
Ana no llega a quitarse la capucha cuando se abre la puerta de una salita, y sobre el fondo de una habitación muy iluminada aparece un joven moreno con la cabeza descubierta, una camisa totalmente abierta sobre el pecho y pantuflas. Al ver un rostro desconocido el joven da un grito y desaparece por una puerta lateral.
El reloj marca la hora exacta de la cita: 11.30.
Entonces aparece Dostoievski. Ana se encuentra con un hombre extraño. Parece viejo, pero cuando empiezan a hablar se entera de que tiene treinta y siete. Dostoievski le pregunta cuánto hace que trabaja con el profesor Olkin. Camina por el estudio. Fuma y le ofrece un cigarrillo, que ella rechaza. A primera vista, a Ana no le gusta en absoluto.
Dostoievski declara que está enfermo de epilepsia y respecto al trabajo, se verá qué se puede hacer. Le pregunta cómo se llama. De inmediato se olvida y se lo vuelve a preguntar. Dice que no le gusta el nombre Ana, que las Anas suelen ser reservadas y muy cerradas. Entonces la llama «muchachita».
Empiezan a trabajar. El escritor dicta y se olvida de lo que dicta. Dice el nombre de un lugar y luego dice que no lo dijo. Ana le retruca que ella no conoce ese lugar ni de nombre, así que solo pudo haber salido de él.
Ana vuelve a su casa agotada, pero al día siguiente está nuevamente en el departamento del número 13. Al cabo de los días, él le pregunta a dónde va cuando no está trabajando. Ella responde, al teatro, a los conciertos. Cuando Dostoievski le pregunta si alguna vez ha ido a un restaurant, ella responde que no.
Estamos en el 30 de octubre, día del cumpleaños del escritor. El escritor la invita a cenar y hacen una cita. Hasta ese día, él solo la ha visto de negro. En esta ocasión, ella lleva un vestido de seda lila.
Él le plantea que quiere ir a su casa y verla más seguido, pero ella está ocupada todos los días. Dostoievski exclama: «Debo esperar tanto tiempo sin usted».
Cuando el escritor va a casa de Ana por primera vez, ya ha pasado un tiempo del primer encuentro. Ella le pregunta cómo hizo para encontrar su dirección. «Simple», dice él, «pregunté por toda la vecindad».
Él le confiesa que tuvo un sueño y dice que cree en ellos. Ana se ríe. Ella no cree en los sueños, pero le pide que se lo cuente.
«Ve esta caja. Es un regalo de un amigo, y le tengo mucho aprecio. En ella conservo mis manuscritos, las cartas, y todos los recuerdos queridos. En el sueño, yo estaba sentado frente a esta caja y miraba las cartas. Detrás de ellas veía un objeto luminoso, como una estrella clara, pequeña. Miré más atentamente y la estrella aparecía y desaparecía de golpe. Esto me interesó mucho. Empecé a buscar y encontré un pequeño brillante, purísimo y muy luminoso».
Ana quiere saber qué hizo en el sueño con ese brillante. Como siempre, él ya se olvidó. «De todos modos, fue un buen sueño», comenta.
De Flechazo (Emecé)