Filósofos e intelectuales explican qué quiere decir el Presidente con “desarmar el Gramsci kultural”
En un posteo de hoy, Javier Milei se refiere a la “batalla cultural” y menciona al teórico italiano; una docena de pensadores creen que en sus dichos ”simplifica”, a la vez que señalan que “alzar la voz no equivale a hablar con altura”
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Horas después de rebautizar a la cantante y actriz Lali Espósito como “Lali Depósito”, el presidente Javier Milei compartió con sus seguidores en la red social X una publicación referida a la “batalla cultural”, en la que menciona a un teórico marxista italiano y a la protagonista de El fin del amor: “Acá el problema no es una actriz. Es una arquitectura cultural diseñada para sostener el modelo que beneficia a los políticos. Bueno, nosotros venimos a terminar con eso”.
DESARMANDO EL GRAMSCI KULTURAL
— Javier Milei (@JMilei) February 16, 2024
La raíz del problema argentino no es político y/o económico, es moral y tiene como consecuencias el cinismo político y la decadencia económica.
Este sistema está podrido y por donde se lo toca sale pus, mucha pus, muchísima..
Gramsci señalaba que…
El texto se titula “Desarmando el Gramsci kultural” (con k de kirchnerismo). Antonio Gramsci (1891-1937) fue un filósofo y teórico que consideraba a los intelectuales y la cultura factores clave para crear y reproducir ideología (revolucionaria o conservadora). Entre 1929 y 1935, durante el régimen fascista de Benito Mussolini, fue encarcelado por varios años y, en prisión, escribió los célebres ensayos de Cuadernos de la cárcel.
“La raíz del problema argentino no es político y/o económico, es moral y tiene como consecuencias el cinismo político y la decadencia económica -plantea el presidente en su cuenta de X-. Este sistema está podrido y por donde se lo toca sale pus, mucha pus, muchísima”. A continuación, se refiere al pensador italiano. “Gramsci señalaba que para implantar el socialismo era necesario introducirlo desde la educación, la cultura y los medios de comunicación. Argentina es un gran ejemplo de ello. Cuando uno expone la hipocresía de cualquier vaca sagrada de los progres bienpensantes, se les detona la cabeza e inmediatamente acuden a todo tipo de respuestas emocionales y acusaciones falsas y disparatadas con el objetivo de defender a capa y espada sus privilegios”.
Y prosigue: “Así no solo quedan expuestos aquellos que reciben los privilegios de los políticos en términos de remuneraciones no validables a mercado, sino que también quedan expuestos aquellos políticos, gobernadores e intendentes que se valen de los recursos aportados por los pagadores de impuestos para hacer propaganda política, y por supuesto también los seres más miserables de la política aparecen en busca de alguna ventajita que se apalanque en lo políticamente correcto (aunque en el fondo implique un acto violento). Sin dudas, cualquiera sea la columna que se denuncie del edificio de Gramsci, los receptores de privilegios de las otras dos saldrán en su auxilio”.
“Por lo tanto, lo más maravilloso de la batalla cultural llevada a la política versada sobre el principio de revelación es que cuando uno señala las vacas sagradas del edificio de Gramsci, automáticamente genera una línea de separación entre los que viven de los privilegios del Estado y las personas de bien -interpreta el Presidente-. Acá el problema no es una actriz. Es una arquitectura cultural diseñada para sostener el modelo que beneficia a los políticos. Bueno, nosotros venimos a terminar con eso. Sin embargo, muchos no la ven y no pueden disfrutar de esta clase aplicada…”, concluye.
Capaz es lógico que si te referencias en Meloni, cuyo ídolo es Mussolini, pienses que el problema es Gramsci. Encima quien le llevó los elementos para escribir en la cárcel fue Sraffa, amigo de Keynes. Toda la demonología mileista junta.
— BORO 🐋 (@borovinsky) February 16, 2024
El Presidente comparte con el escritor Agustín Laje la misma visión acerca de la cultura, la educación y los medios de comunicación en el país; según ellos, estarían copados por el progresismo y la izquierda.
¿Qué quiso decir?
En X, el exministro de Cultura Pablo Avelluto fue uno de los primeros en responder sobre la “ignorancia” y el “autoritarismo violento” de Milei en contra de cualquier disidencia. “Sería deseable que abandone su combate imaginario contra los artistas y la cultura. Finalmente, lo único que está logrando es demostrar su carácter intolerante y poco democrático -agregó Avelluto en diálogo con LA NACION-. Que deje en paz al pobre Gramsci, que murió hace mas de ochenta años. Mi batalla y la de muchos argentinos es contra el autoritarismo y la ultraderecha. En un país como el nuestro, con una historia larga de prohibiciones, exilios, listas negras y persecuciones y después de cuarenta años de democracia, su mensaje es preocupante y un llamado de alerta ante lo que puede venir si esta actitud continúa agravándose”.
“Evidentemente, Milei es un hombre que no necesita explicarse -dice el filósofo y escritor Santiago Kovadloff-. Cuando lo intenta, se empantana donde siempre lo hace: en la descalificación de quienes, de uno un otro modo, no están con él. Esa descalificación es lo único claro del texto que, por lo demás, no es convincente ni persuasivo. Alzar la voz no equivale a hablar con altura. Opera con certezas tan arraigadas en él que no se siente necesitado de explicarse sino de ser acatado. Después de todo, la motosierra termina siendo, pese a él mismo, un sinónimo de la hoz y el martillo en términos de rigidez y oscuridad. ¡Vaya paradoja!”.
El escritor e historiador José Emilio Burucúa reflexiona: “Me parece que Milei está convencido de que el socialismo revolucionario, y aún el reformista socialdemócrata, han logrado construir y consolidar en Occidente una hegemonía intelectual, explícita o infiltrada en los fenómenos educativos y culturales de hoy. No tengo dudas de que el socialismo de cuño gramsciano es una fuerza presente en los campos de la política y de la cultura desde los años 60 hasta la actualidad. Pero no es la fuerza espiritual que prevalece, pues hay un agón con otras formas de concebir la realidad sociocultural, por ejemplo, la socialdemocracia ligada, en Alemania, a la economía social de mercado, que considera a la educación, la salud, la ayuda a los sectores desprovistos de medios para progresar como acciones necesariamente asumidas por un Estado poderoso y fuerte, sostenidas con los impuestos aprobados por los parlamentos y aceptados por la ciudadanía. Sin un Estado socioliberal NO existe la civilización. Desgraciadamente, entre las tensiones políticas que caracterizan a las sociedades democráticas de hoy, también se encuentran los anarcocapitalistas, los extremistas de derecha e izquierda que representan amenazas a la vigencia de las sociedades libres, abiertas y prósperas según lo ha explicado muy bien Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos. Fascismo y comunismo totalitarios siempre están a la vuelta de la esquina, agazapados, enmascarados, disfrazados. Me temo que buena parte de La Libertad Avanza se mueve en esas sombras de la historia, aunque todavía lo hace en la antesala del populismo, un populismo de derechas con formas y matrices muy parecidas a las del populismo de izquierdas del kirchnerismo”.
La filósofa y escritora Leonor Silvestri destaca que el “problema” nunca es moral. “Siempre es ético, singular -dice a LA NACION-. La moral es inherentemente totalitaria porque sus valores son trascendentes: ‘el bien’ versus ‘el mal’. Y quien tenga a disposición el aparato represivo del Estado luego decide esos valores trascendentes, y señala como enemigo a exterminar todo lo que le sea contrario. La ‘hipogresía’ de la que el Presidente habla maneja los mismos valores que aquello que señala y construye como su antagonista, mientras un muchacho de veintidós años es judicializado por técnicamente haber cambiado una palabra de una canción que él no escribió”, señala en referencia al cantante Dillom. “Para hablar contra los privilegios del Estado habría que no participar del Estado. Caso contrario, es lo mismo que intenta atacar. Nunca nadie que participe del Estado obrará contra el privilegio de pertenecer. De algún modo no muy sorprendente, el Presidente parece militarle a su supuesta oposición la vuelta, tal vez porque los proyectos de ambas facciones no sean tan diferentes o tengan los mismos patrones: extractivismo puro y duro. La moral, como bien nos muestra Max Weber, es económica, y la economía es una forma de gobierno. Mientras se demora al público en este debate estéril, el colapso medioambiental producto del capitalismo ya ha llegado”, concluye.
“En definitiva, lo que Milei replica, tomando como disparador el tema de Lali Espósito, sin mencionarla, es algo que viene trabajando desde hace años y que es una lectura de Gramsci por derecha -dice el escritor y filósofo Luis Diego Fernández-. Gramsci desarrolló el concepto de hegemonía; decía que las hegemonías se transmitían mediante los ‘aparatos ideológicos del Estado’, como los llamó Louis Althusser: las escuelas, la prensa y cualquier tipo de órgano difusor de ideas o de cultura. Supuestamente, habría una ideología progresista que Milei viene a desarmar, una hegemonía en connivencia con políticos, tecnócratas, artistas, básicamente lo que llama la casta, la elite. Está haciendo un contradiscurso populista, sigue siendo un populista. Quiere plantear una contrahegemonía, desarmando la actual e imponiendo una hegemonía de derecha. Es algo que alguno de sus ideólogos, como Agustín Laje, que suele leer a Gramsci y también a Ernesto Laclau, un autor que citaba Cristina Kirchner, por derecha. No es nada nuevo. Además, así intenta disimular su grado de violencia contra Lali”.
La filósofa Roxana Kreimer leyó el “escrito gramsciano” de Milei. “El Presidente analoga la contratación de un artista por parte del Estado con la propaganda política y con ‘los que viven de los privilegios del Estado’ -destaca-. Si bien ese puede ser un componente de los espectáculos sostenidos con los impuestos del contribuyente, y es cuestionable si solo se contratan a artistas que simpatizan con un gobierno determinado, no necesariamente es así. En todos los países desarrollados, incluso los que Milei propone como modelos a seguir (Irlanda, Italia), el Estado promueve la cultura y la ciencia. Eso no implica que, como bien señala el Presidente, se deban pagar cachets millonarios en un país que supera el 40% de pobreza, aunque su afirmación de que el monto es ‘no validable en el mercado’ deba ser examinada caso por caso. Es contradictorio que invoque a la pobreza pero minimice la ayuda del Estado para disminuirla. El Presidente supone, apoyándose en la teoría de Gramsci, que la izquierda está particularmente obsesionada por influir en la esfera educativa, cultural y en los medios de comunicación. Sin embargo, el deseo de influir en estos ámbitos, los de la superestructura, no es patrimonio exclusivo de la izquierda sino de todas las cosmovisiones políticas”.
“Parece que se refiere a la hegemonía cultural de la que hablaba Gramsci -señala el filósofo Dardo Scavino-. Solo que si en la Argentina hubiese una hegemonía cultural socialista, Milei no hubiese ganado las elecciones. Eso está claro. El problema es que para estos talibanes del mercado cualquier mínima intervención del Estado es socialismo. Debe ser socialismo también lo que hizo Trump cuando prohibió la entrada de Huawei en la 5G norteamericana y hasta la propia emisión de moneda, poco importa si dólares o pesos, con que las ‘personas de bien’ pagan sus impuestos y sus yates”.
“Se refiere al marxismo de los partidos de izquierda argentinos que abandonaron la concepción marxista leninista de la revolución como un hecho político y económico, y creen que la revolución es cultural -resume el sociólogo y profesor Luis García Fanlo-. Coincido en el diagnóstico pero no en su conclusión. El capitalismo no tiene moral ni ética, es explotación económica y opresión política. Él quiere el anarcocapitalismo; yo, el anarcocomunismo”.
El escritor Marcelo Gioffré indica que la publicación del Presidente está dedicada “en parte a Lali y en parte a los que defienden los privilegios del Incaa, Sagai, etcétera”. “Simplifica y superficializa mucho la figura de Gramsci, que fue un gran filósofo, y estuvo preso varios años -considera Gioffré-. Vivió solo 45 años. Lo interesante de este tuit es que para Milei la verdadera política cultural no pasa por las instituciones estatales sino por un combate verbal de él con el ‘mundo de la cultura’, tomándolo como símbolo del parasitarismo. Es verdad que Gramsci (¡que murió en 1937!) entendía y con razón que la cultura era lo central, que si se conseguía una hegemonía del sentido común, si se homogeneizaba la conversación pública, el resto, lo económico y lo político, se acomodaban solos. Lo que dice Milei es que está aceptado que las Lalis de la vida deben recibir plata del Estado y que se la dan para que ellas, desde sus ocho millones de seguidores, hagan propaganda a favor del populismo y contra el liberalismo. En parte tiene razón, pero es una tremenda simplificación, porque olvida cosas tales como que la Argentina es un país latino y católico y que el populismo está arraigado en sus bases sociológicas mucho más allá de Lali”.
“Si el Presidente supiera lo que genera la cultura en todos los órdenes de la economía, sumado al bienestar, no diría la cosas que dice -responde el gestor cultural Diego Berardo-. Aunque está en su naturaleza el modo, la imposibilidad de reconocer un error y, sobre todo, su desprecio por todo lo relacionado con el arte y la cultura”.
“Entiendo que Milei probablemente se refiere a lo que la derecha denomina ‘guerra cultural’ -dice el escritor y traductor Jorge Fondebrider-. El término, generalmente, se malentiende y se piensa como aplicado exclusivamente a la educación y, por extensión, a las bellas artes, las bellas letras y las artes performáticas en tanto portadoras de algún tipo de mensaje de corte humanista contra el que frecuentemente se alza el mercado. Pero su implicancia es mucho más profunda. Tal vez, se debería entender como el combate de ideas entre el capitalismo más atroz, por cuyos intereses vela Milei, buscando sustento en ideólogos de la ultraderecha y en el integrismo del mundo empresario, y toda otra alternativa ideológica que contemple a los seres humanos como algo más que meros peones o clientes. Para Milei, ganar esa guerra cultural es convencer a la gente que quien no piensa como él es un ladrón, un estafador o un criminal. De ahí la demonización constante de la política y de quienes no piensen como él ni formen parte de su grupo de secuaces. Un detalle final: en castellano se dice ‘el pus’ y no ‘la pus’, y eso no lo dictamina la izquierda”.
En una nota para LA NACION, en 2004, Julio César Moreno había escrito sobre los “usos” de Gramsci por parte de diversos sectores políticos: “Para cierta izquierda, más vinculada al debate europeo, su teoría era como una vía de escape a esa escolástica del marxismo tradicional teñida de estalinismo o encerrada en las limitaciones de la socialdemocracia. Para cierta derecha, Gramsci era el nuevo rostro del comunismo, el mentor de una nueva estrategia de la toma del poder, basada en una lenta infiltración en el mundo de la educación, la cultura y las ideas, antes que en un choque directo de ‘clase contra clase’ o en una revolución inmediata y violenta. Lo cierto es que el pobre Gramsci, muerto al poco tiempo de salir de la cárcel fascista, en 1937, quizá tenga poco que ver con el legado que a veces se le atribuye”.