Fernando Martín Peña, el guardián del cine
Fernando Martín Peña está contento: esta noche vino mucha gente a Hasta Trilce, el bar y espacio cultural de Boedo en el que todos los martes cobra vida, en una pantalla, ese objeto cada vez más raro: el cine en fílmico. Vinieron más espectadores, dice, justo hoy que decidió hacer función sorpresa –es decir, no anunció qué película iba a dar, a diferencia de lo que suele hacer en Facebook y, desde hace poco, en Instagram–. Pero la paradoja es solo aparente: el programa parece ser ir a ver cine, películas en celuloide –ese artefacto, material, con su particular textura y la corporeidad de la imagen y del sonido, que hasta hace poco más de una década conformaban la experiencia básica de la proyección en salas–, casi no importa qué. Porque buena parte de esta gente ya conoce a Peña y sabe cuál es el espíritu que guía a la Filmoteca desde sus orígenes: pasar todo de tipo de películas, de todas las épocas, géneros y procedencias. Dar de todo, abrirse al desprejuicio total, juntar y combinar lo elevado y consagrado con lo pequeño y, a menudo, injustamente despreciado por la historia y la crítica.
También es cierto que unas cuantas personas se han acercado a las proyecciones en vivo de Filmoteca porque conocieron a Peña a partir de Filmoteca TV, el programa que ya ha pasado por varias reencarnaciones: primero, con su mentor cineclubista y prácticamente su hermano, Octavio Fabiano; luego, con su amigo y viejo compañero de estudios Fabio Manes, y hoy, el ciclo que sigue animando las trasnoches de la TV Pública, es coconducido por el crítico Roger Koza. En abierta complicidad, Peña y Koza proponen una nueva dinámica, un diálogo entre dos apasionados, que consiguen transmitir el entusiasmo insobornable con el que discuten el ciclo de la semana, sea cual sea el eje temático: la obra de Ingmar Bergman, la Coca Sarli o de Richard Brooks, los estudios Baires, el cine de la Guerra Fría, el cine soviético de los 20, ese raro subgénero que fue el film de montaña o los films con trenes como único punto en común. Un entusiasmo tan genuino que desmiente, al menos por un rato, eso de que el cine ha muerto.
Peña invitó a Koza a hacer con él el programa un par de años después de la prematura muerte de Manes. "La idea nunca fue que Roger reemplazara a Fabio, porque Fabio es irremplazable –cuenta Peña–. Es cierto que con Octavio Fabiano y con Fabio teníamos una relación previa al programa y teníamos en común ser coleccionistas, lo cual no era menor. Con Fabio logramos una cosa que comunicaba tanto, que mucha gente me sigue diciendo que en una época veía el copete, nuestra presentación del programa, y no la película, por la hora en la que iba. Se producía algo tan interesante entre los dos que era y sigue siendo imposible de reemplazar. A Manes, que antes había hecho distintas cosas en la tele, la gente lo empezó a conocer y querer a partir de Filmoteca y yo lo vi muy feliz en ese rol: sabía mucho y este programa sacaba todo lo que era capaz de hacer, no solo su lado de coleccionista, sino que mostraba lo encantador que era. Un tipo extraordinario, muy simpático, con un grado de impredecibilidad: no sabías para dónde te podía salir y eso funcionaba muy bien. Teníamos también un sentido del humor parecido, una cosa muy deadpan, de poder decir cualquier cosa, pero siempre muy serios, sin tratar de fingir que somos algo que no somos: ni actores, ni académicos".
Durante algo más de un año, Peña siguió solo al frente del programa, barajando distintas opciones. "Una de ellas fue traer personas distintas de acuerdo con el tipo de película: una semana vino Edgardo Cozarinsky a presentar conmigo cine de vanguardias; otra, Néstor Paternostro; se me ocurrió que por ahí podía laburar el cine de género con Elvio Gandolfo y luego algo más de autor con Roger. Y es que con él, que no es coleccionista, tenía una muy buena relación a partir de haber compartido jurado en un festival de cine en Chile y que nos reímos mucho juntos. Creo que la risa es una buena forma de conectar con los demás. Después, coincidimos en un par de festivales, reapareció el humor y yo, que lo leo y lo sigo a Roger porque tiene una gran capacidad analítica y una apertura mental con la que me identifico mucho, me acerqué a él para proponerle hacer esto. Me dijo que sí encantado y se fue enganchando y encontrando su lugar. La dinámica es por supuesto distinta: yo ahora termino funcionando como la data más dura sobre la película que vamos a pasar y él trae una mirada más reflexiva. Creo que está bien y representa cinefilias diferentes".
El mejor efecto del programa es que convence de que todas las películas que pasan están vivas. Pasan la vieja clase B con la misma convicción con que derriban el mito de que el cine de Bergman es aburrido. "De pronto, te ponés a conversar de cine con un tipo que tiene el mismo entusiasmo que vos y enseguida te levanta el ánimo, más allá de cualquier circunstancia. Es hablar realmente de algo que te gusta, y salís de la grabación como si hubieras ido a terapia: contento, aliviado. Con toda la gente con la que trabajé en Filmoteca, siempre tuvimos algo que no se puede inventar y es que nos muestra tal cual somos. Cómo era Fabio, cómo es Roger y cómo soy yo y así somos cuando charlamos de cine. Creo que si a la gente le gusta el programa es porque tiene esa autenticidad".
El reino de los copetes
Koza y Peña nunca cuentan el argumento de la película. En su lugar, contextualizan, dan algún detalle relevante, comentan alguna escena que les resulta particularmente atractiva, por significativa o por delirante. "El punto de partida de los copetes –explica Peña– es tratar de reproducir la sensación que uno tuvo con la película cuando la vio por primera vez. Yo odio que me cuenten la trama, trato de ver las películas lo más virgen posible, no leo críticas antes. La premisa es trabajar sobre esa primera impresión, agregamos lo esencial y, después, cosas que nos llaman la atención, como la actuación de alguien o el punto de vista histórico. Hacer que ese cine parezca vivo es también lo que siempre planteé en los festivales de cine en los que trabajé: siempre me pareció que la parte del cine contemporáneo estaba muy bien resuelta, pero que faltaba darle la misma relevancia al cine de revisión, partiendo de la base de que mucho del pasado va a ser para el espectador igual de nuevo que lo del presente. El valor que se le asigna al cine no puede tener nunca que ver con la edad de la película: no hay una evolución de tipo biológica en el cine. No hay nada que nos haga pensar que el cine mejoró con el tiempo: hay procesos, cambian los géneros, a veces vuelve a ser más o menos complejo según las épocas, según el público de cada momento y cada país".
El valor que se le asigna al cine no puede tener nunca que ver con la edad de la película: no hay una evolución de tipo biológica en el cine
Esta idea de programación parte del concepto de que hay que poner a todo el cine en pie de igualdad, una lección que Peña fue aprendiendo de sus distintos maestros –Homero Alsina Thevenet, Jorge Couselo y Salvador Sammaritano, fundador del Cine Club Núcleo– pero puso en práctica de la mano de Octavio Fabiano: "Siguiendo la premisa de Octavio de que hay que mostrar todo, en el club de cine uno aprendía a querer cosas que los que tuvimos una formación más vinculada con lo canónico, como la que yo recibí en la escuela del instituto de cine, no sabíamos apreciar: por ejemplo, esos viejos westerns de una hora de duración de la clase B que a Fabiano le gustaban tanto. Vi gente de 70, 80 años, que salía de la sala del cineclub llorando por la emoción de volver a ver aquello que habían disfrutado en su infancia. No había ninguna razón para subestimar ese valor emocional que tenía en el público. Lo mismo aprendimos con las medianoches bizarras que trajo Fabio, y que nunca eran películas aburridas. Porque el cine malo no es ese, sino el cine sin ideas, ese que te hace sentir que el alma se te extingue, que estás perdiendo minutos esenciales de tu vida. Esa consigna del cineclub y luego de la Filmoteca Buenos Aires se ha convertido en una de las características del programa televisivo: nuestra programación canónica está a la par exacta de la no canónica, y eso le permite al público hacer descubrimientos. Y también, odiarnos, aunque creo que hasta ahora son más los que nos quieren".
La dimensión de esa repercusión la da, dice Peña, la cantidad de respuestas que reciben en Facebook y otras redes sociales. Por ejemplo, "los tipos que levantan los copetes: me asombra, porque, no conozco a ninguno de ellos. Termina un programa y me encuentro nuestro copete más reciente, online, al toque". Hay incluso una página en Facebook llamada Copetes Filmoteca, que compila estas piezas invaluables de divulgación. "Creo que eso es la medida de la eficacia del programa". Ocasionalmente, ha ocurrido que el programa pone a sus obsesivos conductores en contacto con cinéfilos igual de convencidos: hace unos años, alcanzaron un pico de rating al emitir Perón: Actualización política y doctrinaria para la toma del poder (las entrevistas de Pino Solanas y Octavio Getino al expresidente en el exilio) y recibieron el llamado de un espectador que tenía y les ofreció la segunda parte de esa película, que hasta entonces se creía perdida. Y hace no mucho, tras pasar un documental soviético de 1988 llamado Riesgo 2, sobre la era atómica, Peña recibió otro de esos llamados providenciales: "Primero, la pasé incompleta porque me la vendieron con un rollo de menos; pero apareció un tipo que tenía el último rollo y la volvimos a dar".
Otros colores, otras texturas
Uno de los mayores cambios que sufrió el cine desde que Peña y Fabiano fundaron, a fines de 1995 y en coincidencia con el centenario de las primeras proyecciones de los hermanos Lumière , la Filmoteca Buenos Aires (una asociación sin fines de lucro que nuclea a coleccionistas de fílmico con la intención de recuperar y proyectar todo tipo de películas) es que el cine como tal, es decir, en el soporte material que existió durante más de un siglo, desapareció finalmente de las salas comerciales. "Esto es algo que no podemos resolver desde el programa televisivo, porque va en digital –dice Peña–. Pero lo que pasa cuando proyecto en el Malba o en la sala de la Enerc o en Hasta Trilce es que la gente más joven, que se ha formado viendo casi exclusivamente digital, al ver fílmico reconoce de inmediato esa textura distinta, los valores de una imagen que tiene una calidad fotográfica diferente, otra calidez en los colores, otra profundidad de campo y otra definición en los objetos y las personas –sencillamente, ves más–, y lo agradece. Es otra historia. Ahora bien: es cierto que lo digital ha revolucionado el cine y ha facilitado el acceso a ciertas películas, pero hoy tenemos que tratar de alternar lo mejor de los dos mundos. El cine nuevo, que se hizo en digital, ya está, que se vea en ese formato. Pero el público tiene que poder ver el cine del pasado más o menos como se hizo, tener esa opción. Habiendo una copia disponible en fílmico de una película clásica, uno debería poder verla así, como se la concibió, porque amplía tu educación visual, tu perspectiva, tu capacidad de apreciar dos formatos diferentes, cada uno con sus propias cualidades y defectos. Lo que importa es no quedarte solo con lo que el mercado te ofrece, sino ir a buscar esa otra cosa que, por otro lado, siempre estuvo ahí. Lo que uno puede hacer desde la Filmoteca es ayudar a que un nuevo público descubra ese cine, darle las herramientas para descubrirlo. Después de todo, en materia de cultura la oferta determina la demanda: nadie puede pedir algo que ni siquiera sabe que existe".
A pesar de que Peña tiene ya una trayectoria muy larga que aparte de su experiencia como cineclubista, historiador y docente incluye la de crítico, autor de varios libros (Gag: la comedia en el cine – 1895-1930; El cine quema: Raymundo Gleyzer –con Carlos Vallina–; Cine de Súper Acción –con Diego Curubeto–, y Generaciones 60/90, entre otros), y director primero del Bafici y luego del Festival de Mar del Plata, buena parte de su público en vivo lo conoció a través de las trasnoches televisivas, que ya lleva 14 años ininterrumpidos en el aire. Y así como nuevas generaciones de espectadores que hace unos años iban hasta el Malba –que Peña programa desde 2002– se sorprendían al encontrarlo haciendo de todo, de cortar la entrada a presentar la película y proyectarla (cuando muchas veces, además, la había rescatado y restaurado), hoy se lo encuentra cortando la entrada en Hasta Trilce, donde luego presenta, proyecta y mantiene iluminado todo ese cine tan viejo y nuevo a la vez.
Y lo encuentran feliz, porque fueron a ver sus películas sin siquiera saber cuál era el título del día, abiertos a la sorpresa, con ganas de ver algo que sigue, transformado, resistiendo, relocalizándose donde sea que estén dispuestos a recibirlo, perfectamente vivo.