Fernanda García Lao. “La bajada de línea, lo didáctico y lo pueril son un plomazo; escribir con corrección política es una pérdida de tiempo”
La autora mendocina presentó en simultáneo en la Argentina y en España una nueva novela, “Sulfuro”, y un libro de prosas breves y poéticas, “Autobiografía con objetos”; claves de una escritura original y atrevida
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Solo los difuntos tienen nombre y deseos en Sulfuro (Emecé), la nueva novela de Fernanda García Lao (Mendoza, 1966). Robertita, Petra, Di Tulio, Fermín, Gertrudis Vázquez habitan el más allá y, a la vez, el más acá de la ficción, donde una mujer cuyo nombre se ignora -hija de un proctólogo adicto al hachís y de una suicida devota- ronda el cementerio vecino, hospitales, casas ajenas y oscuras riberas en busca de sensaciones que destierren la pasividad que la trastorna. La protagonista -archicatólica- está recién casada con un escribano viudo y padre de dos hijos; instalada en la casa de su pareja, cuidará a los dos hijastros menos que a sus dos fetos (convertidos en lozanos árboles de quinotos, que ella protege de una perra alocada, tormentas e hijastros). Ambos son fruto -nunca mejor usada la metáfora- de su anterior matrimonio con un concejal ambicioso y sádico, que se apropia de las cenizas de la madre de su exmujer para vengarse. No obstante, más temprano que tarde el karma ejecuta su ley en la novela, estructurada en capítulos hilarantes y siniestros, entregas episódicas de una comedia negra.
Una vez publicada su séptima novela (sin contar la erótico-epistolar que coescribió con Guillermo Saccomanno), García Lao viajó a Praga, donde viven sus hijas, y luego a España. Como Nación Vacuna, su “profética” novela de 2017 en la que una enfermedad desconocida jaqueaba a la sociedad, Sulfuro fue lanzada por la editorial barcelonesa Candaya. “Tuve muy buenas críticas y devoluciones, pero suena pésimo que lo diga yo”, comenta la autora, que vivió en España entre 1976 y 1993; allí hizo una gira promocional de la novela, que es una de las pocas de la literatura argentina narrada en segunda persona. “Te cuesta reaccionar -se lee-. Estás perdida, de nuevo. El cotorreo de los árboles se parece a tu alma, el sonido inasible, una tragedia de comunicación que envicia el aire. Los loros dirían quién soy, si tuvieran lenguaje. No como vos, tan abismada y en silencio”. Este mes, se presentó en la Feria del Libro de Praga.
En simultáneo, llegó a librerías Autobiografía con objetos (Zindo & Gafuri), que agrupa breves prosas poéticas o entradas de una enciclopedia de cachivaches, muchos vinculados (de otro modo que en la novela) con la maternidad y la sexualidad, como un moisés, una sillita reposera, “un andador que no avanza”, un garabato, un reloj barato, una camilla, una estatua ecuestre y “un sillón muy transitado”. En España, el sello Kriller71 lo lanzará en septiembre con un prólogo del chileno Alejandro Zambra.
-¿Cómo surgió la idea y la voz narrativa de Sulfuro? ¿Escribiste la novela durante la pandemia?
-Surgió a partir de pesadillas propias y de la aparición de una vecina nueva, en la vereda de enfrente. Estábamos a dos cuadras del cementerio. Ella se acababa de mudar, vino a preguntar por un olor que percibía. No supe su nombre ni el de su marido. Pero comencé a observarlos. Uní mis miedos a los de ella, enlacé universos. El suyo, el mío y el de los muertos. La escritura comenzó hace un par de años; en pandemia la corregí varias veces.
-Se condensan varios núcleos de tu literatura: el erotismo, la violencia, la crítica a la familia y la muerte. ¿Cómo hiciste para unirlos en una “novela de fantasmas y muertos vivientes”, aunque no sé si estás de acuerdo con esa caracterización?
-No la pienso como una novela de fantasmas, en todo caso hay apariciones que ponen en duda la categoría de lo muerto. Es una pregunta. De qué lado de la vida hay deseo. Enfrentada a la muerte, la protagonista solo puede actuar, no tiene voz, no sabe de sí misma. Su órgano más desarrollado es el miedo, huele y huye de lo que le da pavor. Su familia, por ejemplo. Está en una especie de eternidad traslúcida donde sus compañeros de ruta viven del otro lado. Es que los hombres vivos con los que se cruza ejercen violencia sobre su cuerpo. Los muertos son más amables, incluso la ven.
-¿Por qué elegiste la segunda persona, las frases y los capítulos breves titulados como en un guion? Sobre la segunda persona, se puede suponer que es la de la protagonista.
-La segunda persona me permite sacarla de sí y extremar lo artificial del artefacto, es decir, estamos frente a un objeto que esquiva la pretensión de verosimilitud. Quería dejar en evidencia que esta persona es llevada y traída por una voz superior, por esta especie de conciencia duplicada que la nombra. Ella es dicha por alguien. La elección del punto de vista no es menor. Cuestiona políticamente al propio texto. ¿O acaso todas las mujeres tenemos voz? Nos entienden como cuerpos. ¿Por qué no extremar la operación privándola de un nombre y un yo? No tiene lugar, ni siquiera en sí misma. Como creyente, su cuerpo no es suyo, es de Dios. Como esposa, su cuerpo ha de satisfacer la obligación del deseo ajeno. Ha de parir. Y no pasa. Sin voz, ella es objeto. Hasta su liberación y desobediencia.
-Los personajes vivos son anónimos y los muertos tienen nombre, ¿por qué tomaste esa decisión?
-Los muertos tienen placa, son gente que se puede leer. Los vivos tienen función, son gente utilitaria: un proctólogo, un escribano, un concejal, un cirujano. Esos tipos adquieren valor por su tarea, son títulos. Si tienen o no alma es un asunto menor.
-¿Qué relación hay entre catolicismo y erotismo?
-Es la religión que inventa lo erótico, la que lo encarna. Es la religión de la sangre y del cuerpo de Cristo, la que imagina un embarazo, una concepción entre una mujer y un espíritu. Un relato que, al marcar la falta, el pecado, lo nombra. La mujer aparece como un receptáculo mudo, en el mejor de los casos. En Sulfuro el deseo se desborda, atraviesa planos. Ella se ofrece al deseo del Otro. Discute así, en el absurdo.
-Dos temas sensibles, como son el suicidio y el aborto, están presentados con desparpajo, sin perder el carácter ritual que tienen para los personajes. ¿Cómo trabajaste esas cuestiones?
-Precisamente al ser temas sensibles no me parecía atinado subrayarlo. La protagonista se desembaraza del horror resolviendo situaciones con mucha velocidad, sin detenerse. Quiero que dé la sensación de que su vida está ocurriendo ahora, mientras el texto es leído. Por eso el presente. El pasado también a mucha velocidad: el que se detiene pierde. Ella está obligada a saltar al vacío cada vez, y levantarse.
-¿Es verdad que te vas a vivir afuera del país?
-Ya estoy afuera. Lo que no sé es por cuánto tiempo. Mi extranjería fortalece la escritura. Camino por Praga, sin entender una palabra. Regreso a mis archivos con descubrimientos. Todo es nuevo, menos yo, que ya me sé.
-¿Cómo ves el panorama literario y editorial en la Argentina? ¿Muy concentrado en pocos nombres, pese a la diversidad de propuestas?
-No sé si hay pocos nombres, lo que hay son los mismos lectores. Un puñado. La curiosidad se ha traslado a otros dispositivos. Que no haya papel, que las tiradas sean cada vez más chicas, es un síntoma. Tengo talleristas con escrituras muy potentes y no hay editores a su altura. Digo, ¿quién arriesga hoy por nombres desconocidos?
-¿En qué medida la poesía influye en tu narrativa y viceversa?
-La única diferencia es la dimensión espacial, hay algo de la zona del objeto que lo distingue, que refiere a su propio deseo. Pero en cualquier caso el fraseo está muy contaminado, nada de descripción en línea recta. Trabajo los intervalos, eso intento, y pretendo que cada frase suene como si fuera la última. Me gusta imaginar que lo que escribo se puede tocar. Que se puede perder.
-En la novela se percibe cierto hastío por las cuestiones de género y la corrección política, ¿es así y si es así por qué?
-Sí, es un fastidio. Ya estamos en el siglo XXI, no puede ser que se lea peor que en el XIX. La pereza conceptual se me hace inadmisible. La bajada de línea, lo didáctico o lo pueril me resulta un plomazo. Escribir con corrección política es una pérdida de tiempo. De quien escribe y de quien lee. Con las buenas intenciones se hacen pésimos libros.
-Hay escribanos en la novela. ¿Qué connotación tiene con la tarea de una escritora?
-Ninguna. Aunque hace mil años, cuando estudiaba francés, me preguntaron a qué me dedicaba y respondí: “Je suis écrivain”. Una alumna dijo: “Ah, mirá, escribana, nunca lo hubiera imaginado”.
Breve texto autobiográfico de Fernanda García Lao
La escoba de tu abuela en la vereda
Barre hojas de otoño, movimiento ciego. Vos, en el acto de mirar como si fueras otra. Dos veredas, treinta metros. Dos planos de tiempo irreconciliables. Imposible cruzar la calle. Sos el pasado. El presente no te conoce. Prohibido acercarse, dijo tu tía. Prohibido ocasionarle un futuro desgraciado. No te registra tu abuela. Supone que estás lejos, que sos feliz.
De Autobiografía con objetos