Fenómeno Paksa
Una muestra merecida y necesaria reúne en las salas de San Telmo ciento veinte obras realizadas durante cinco décadas por una artista de culto, pionera y versátil, capaz de renovarse en forma constante e indagar el uso de múltiples soportes
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Imposible de encasillar en una disciplina o en una forma de trabajo, la obra de Margarita Paksa exhibe su genialidad en la retrospectiva que se puede ver en el Mamba. Porque vista de esta manera, concentrada en las novísimas salas del museo, se percibe la marca registrada Paksa: una variedad de materiales y un pensamiento rizomático que se expande y se renueva.
Aquello que sabíamos de antes –que era pintora, poeta, escultora, dibujante y artista multimedia– se resume y potencia en este gran momento del arte argentino que la encuentra como homenajeada. Es que la retrospectiva cumple con dos tareas importantes: señalar el lugar de sus obras en la tradición del arte latinoamericano al darle a Paksa el lugar que le corresponde y yuxtaponer, sin sobreinterpretar, un vasto recorrido que va de 1960 a 2010.
Tal vez porque su búsqueda siempre fue un poco a contrapelo de las tendencias, y porque su producción fue anticipatoria, como en el caso de las instalaciones de los años 60 que hizo avant la lettre, literalmente, cuando la palabra sólo aludía a circuitos de gas y luz; por esto y por aquello, su nombre necesitaba esta explicitación en una muestra.
No tanto para presentarla, cosa que no hace falta para la artista que nació en 1933, participó de Tucumán Arde y a mediados de los años 60 realizó sus primeras esculturas lumínicas, sino para conectar y restituir a la densidad variada de sus obras esa integración que se escurre de las visiones dominantes.
En el recorrido toma cuerpo una manera de imaginar el presente y el futuro del arte, que Paksa inventó de modos diversos: construyendo objetos, diseñando muebles, creando consignas, iluminando y escribiendo. Su imaginación era desbordante y no podía contenerla en un único formato.
Supo en forma prematura, como con las instalaciones, que el arte es múltiple. Y aprendió, de la mejor manera, el legado de la vanguardia. Mejor dicho: lo resignificó en el tiempo y el espacio que le tocó vivir.
Su modo de cumplir el "dejen todo y salgan a las rutas" fue, justamente, su estilo. No por imitar, verbo impensable en el contexto de sus obras, sino por trazar muchas rutas y dejar todo tantas veces. Ese "abandono" creativo, volver a empezar con otra cosa, es el que hace posible, además, su relación con Oscar Masotta y Eliseo Verón para renovar nada menos que la semiología, el psicoanálisis y la crítica literaria.
Margarita Paksa, como Borges, redefine la relación del artista (escritor) argentino y la tradición. Por lo pronto, esquiva de manera elocuente los estereotipos del "primitivismo" y "exotismo" que le fueron dados al arte latinoamericano en la segunda mitad del siglo XX. Los conceptos de real maravilloso y fantástico fueron la marca registrada del continente, resistidos por algunos artistas y escritores del Cono Sur. Juan José Saer y el mismo Borges se reivindicaron fuera de esa división internacional de los temas, por la cual a América Latina le tocaba el espacio de la maravilla.
Como reacción o falta de interés por abonar el arte latinoamericano con más de lo mismo, los años sesenta y setenta abundan en un conceptualismo político como privilegio estético y descartan esa realidad hiperbólica de papagayos y mujeres que vuelan.
Paksa transitó esas aguas a su manera. Comunicaciones, de 1968, es un buen ejemplo. Una instalación sonora, un disco de dos caras para ser escuchado in situ. Una de ellas, "Santuario de sueño", es la repetición obsesiva de una descripción de un ambiente, que a modo de música de relax, se multiplica constantemente. La otra, "Candente", es la grabación de jadeos amorosos. A su vez, hay un espacio de arena en que la artista "imprime" su cuerpo semana tras semana. La fecha de esta obra no es menor. Paksa deconstruyó ese año emblemático en el mismo momento en que estaba ocurriendo. Liberó cuerpo y mente de las ataduras y convenciones. Hizo uso político de la palabra, desarmándola hasta el sinsentido, y colocó en escena el erotismo como máquina de guerra del arte.
"Amo a los que sueñan imposibles", reza uno de los afiches emblemáticos. Una boca carnosa parece comerse las palabras que ligan perfecto con el eslogan modélico del Mayo Francés. Pero también anticipan una relectura de esos años.
En la década de 1990, la autora de El partido de tenis, una instalación con red y cancha con flejes lumínicos, reflexionaba sobre la lectura que se había hecho de los años 60 con esta misma obra instalada en el Mamba. Desarticula el mito construido de Buenos Aires como capital del pop, derriba certezas sobre la ficcionalización y la homogeneización de esos años. Escribe: "Una ficción que necesita de otra ficción para vestir alguna legitimidad. Una manipulación para encerrar y anular las densidades de aquellos proyectos que en 1969 terminaron con el virtual suicidio artístico de una generación".
Adn paksa
- Buenos Aires, 1933 Es una de las artistas paradigmáticas de las vanguardias del arte conceptual y el videoarte de los años 60, cuando expuso en el Instituto Di Tella y participó en Tucumán Arde. Pintora, poeta, escultora, dibujante y artista multimedia, aborda en sus obras temas sociales, políticos y poéticos.
Laura Isola