Felicidad, humor y aventura
EN la tapa del libro se descubre un Leopoldo Marechal joven, de perfil, sentado frente a una biblioteca; en la mano izquierda sostiene un libro abierto, la derecha está apoyada en un estante. El infaltable moñito a pintitas cierra el cuello de la camisa. Esta es la fotografía que ha elegido Graciela Maturo para ilustrar su libro Marechal, el camino de la belleza . Autora de una veintena de volúmenes entre obra crítica y de creación poética y volcada casi desde la adolescencia a la literatura, Marechal ha sido uno de sus grandes amores.
-Me considero su discípula y he tratado de exponer con la mayor profundidad posible su doctrina filosófica, estética, religiosa e incluso política. No he querido eludir lo político por lealtad al escritor pero no es el eje del libro. El eje es la estética metafísica, su poesía y la doctrina que la sostiene, su novelística y su dramaturgia.
-Conociste mucho a Marechal ¿No es cierto?
-Lo conocí en 1948, recién casada con el poeta Alfonso Sola González, que había sido mi profesor; él puso en mis manos Adán Buenosayres , apenas publicado, y también la poesía. Empecé entonces a comprender su profundidad religiosa y mística y además su preocupación por la patria, por devolver a la Argentina una cultura humanística.
-¿Cómo era Marechal?
-Un hombre evangélico, despojado de todo sectarismo.
-¿A quién va dirigido tu libro?
-La verdad es que he querido hacer un libro no sólo para especialistas sino para todo público.
-¿Qué es lo que más te gusta de tu libro?
-La profundización de Descenso y ascenso del alma por la belleza : descubro ahí el perfil místico de Marechal, que no ha sido reconocido.
-Marechal, como escritor y como hombre, ¿estaba del lado de la felicidad o del de la desdicha?
-Del de la felicidad. Tenía un sentido heroico de la vida y la alegría de vivir y de morir también; él dijo que la muerte era sólo un paso de baile.
-¿Y vos, Graciela, de qué lado estás?
-También del lado de la felicidad, pese a las penas que, como todos, he padecido.
La alegría de vivir
Hablar con María Granata es como entrar en un jardín un amanecer templado de verano, cuando los pájaros cantan todos juntos para recibir el día. Ella, con cuatro libros de poesía publicados y más de treinta para niños, descubrió que la novela le abre un espacio infinito donde puede caber el universo y, por supuesto, también la poesía. No es partidaria de la prosa poética pero piensa que la poesía puede ser un sedimento de la narrativa. Con Lucero Zarza , su octava novela, que acaba de aparecer, busca -confiesa- la multiplicidad del ser humano y sus grandes contradicciones.
-A mi protagonista le ocurre algo que divide su personalidad en otras varias, diversas y oponentes, pero todas válidas. En cuanto al tiempo y al lugar, podría suceder en cualquier época y en cualquier sitio. El protagonista tiene treinta y nueve años, porque yo necesitaba un hombre que entrara en la madurez sin haber perdido del todo la juventud, es decir, que todavía no hubiera pasado la etapa del aprendizaje.
-María, ¿pertenecés a los autores que salvan a sus protagonistas o a los que los dejan caer?
-Mi tendencia es salvarlos. Pero yo no me lo propongo, ellos deciden su destino.
-De tu novela, Lucero Zarza , ¿qué es lo que más te gusta?
-Los ramalazos de humor. El clima de aventura, la atmósfera que me acompañó mientras la escribía.
-A lo largo de los años siempre te he visto contenta. ¿Es así de verdad?
-No te equivocás. Porque yo le doy un valor infinito al hecho de estar viva; la vida me parece sagrada, una maravilla irrepetible creada para la felicidad, no para la pena.
-¿Qué te falta?
-Vivir cien años más.