Federico Jeanmaire: "Me gusta escribir en un lugar riesgoso, me da curiosidad"
En Amores enanos, la novela con la que fue finalista del Premio Herralde, el autor argentino invierte los supuestos del cuento de hadas y entrega una historia perturbadora
Aparte del título, lo primero que sorprende de Amores enanos es su dedicatoria: “A Jacob Karl Grimm y Wilhelm Grimm”. ¿Es una dedicatoria irónica a los autores mayores del cuento de hadas alemán? En absoluto. En su novela, que fue finalista del Premio Herralde, Federico Jeanmaire violenta el cuento de Blancanieves para llevarlo a una dimensión inesperada: el bien y el mal ya no quedan tan claros (no hay restos del apólogo, lo que no quiere decir que no exista una moral en juego) y, además, el ambiente fantástico muta en un realismo sucio, inquietante y un poco absurdo.
“Cuando empecé a escribirlo no me di cuenta, pero después, ya a las diez páginas, entendí que estaba ligado a Blancanieves –cuenta Jeanmaire en el ciclo Conversaciones de LA NACION–. Y entonces revisé bastante el cuento, y en cierto modo lo reescribí, con esa cosa extraña que tiene trabajar con una historia en la que todos son muy buenos o muy malos. El country de enanos es un símil del bosque de enanos de los hermanos Grimm. Pero acá hay de todo y Blancanieves no es muy blanca, sino más bien marrón.”
–Una vez dijiste que los asuntos que más aparecían en tu narrativa eran la soledad, la comunicación y la violencia que derivaba de la incomunicación. Parece casi un programa de Amores enanos.
–¡Pero eso es involuntario! Pasa a pesar de uno. Cuando uno va envejeciendo y revisa lo que escribió, se da cuenta de que, en el fondo, te interesan muy pocos temas. Bueno, te pueden interesar muchos problemas. Pero la escritura te revela que son muy pocos lo que te importan de verdad. Sin embargo, cuando escribo no me doy cuenta de que vuelvo a escribir lo mismo: la incomunicación y la soledad.
–Hay pasajes de streaptease de los enanos en un cabaret. ¿Cómo dosificaste el riesgo de lo bizarro en la novela?
–A mí me gusta escribir en un lugar riesgoso. Estoy seguro de que a algunos lectores el libro les va a parecer demasiado bizarro, pero a otros sí les va a gustar. Como sea, a mí me gusta ese mundo que estoy contando; aun sin conocerlo, me da curiosidad. Son esos placeres que te das cuando escribís. Mi literatura es básicamente juego. Quiero llegar a un límite en el que algunos queden de un lado y otros, del otro.
-Aparte de los hermanos Grimm, otro gran escritor de cuentos de hadas, eso que en alemán se llama Märchen, fue Ludwig Tieck. Y no casualmente Tieck tradujo al alemán el Quijote. Dado que el Quijote es una especialidad tuya, ¿ves alguna relación entre el Quijote y los cuentos de hadas?
–No lo pensé nunca así. Lo que hay en el Quijote es en todo caso un trabajo en contra de los cuentos de hadas. Cervantes quiere terminar con un verosímil tan raro como el de los cuentos de hadas o los libros de caballería. Otra cosa es cómo lo leyeron los románticos y cómo lo leemos nosotros. Cervantes buscó un punto de encuentro entre la locura y la realidad. Los cuentos de hadas y las novelas de caballería son lugares en los que todo puede pasar.
–Te hago la pregunta de otra manera: ¿la perversión que Cervantes aplicó a las novelas de caballería es semejante a la tuya con los cuentos de hadas? Quiero decir: enloquecerlos.
–Eso sí. Me encantaría. Siempre trabajo entre extremos. Éste es uno: escribir una Blancanieves tan rara como la de Amores enanos es un trabajo con una tradición. Una vuelta de tuerca sobre esto da la ilusión de que uno hace algo que nunca se hizo antes. Esas mentiras que nos ponemos los escritores en la cabeza cuando trabajamos. Mi taller literario fue el Quijote. Yo creo que Cervantes hizo todo lo que se puede hacer escribiendo. Cervantes escribe todos los procedimientos literarios de la novela o los contiene en germen. Y nuestra tarea es ver cómo podemos transformar eso en una escritura personal. Mi ilusión es que el libro siga escondiendo cosas que todavía no descubrimos.
–¿No te parece que la literatura del siglo XIX y del siglo XX “atrasa” respecto, por lo menos, de la segunda parte del Quijote?
–Por supuesto. Yo creo que el siglo XX se llenó de ideología, de política. Aparecieron libros muy unívocos. Libros que si leemos los dos, no podemos discutir de nada porque vamos a pensar lo mismo, que es lo que pensaba el autor. A mí me gusta una literatura mucho más pegada al Quijote. Una literatura en la cual dos de mis lectores se puedan pelear entre sí. A mí no me gusta Saramago, por ejemplo, porque todo lo que él piensa está escrito. Yo prefiero libros en los que tengo que significar, que trabajar. Yo quisiera estar más cerca del Quijote que de Saramago.
–Dijiste que escribías “para vos mismo”. Ahora bien, después vienen los premios, la industria y los viajes. ¿Cómo se mantiene ese impulso tan iniciático, desentendiéndose de las demandas y expectativas?
–Lo que pasa es que yo no escribo género. Si lo hiciera, tendría que tener en cuenta lo que espera el lector y manejar el enigma. Pero mis novelas son “agenéricas”, no tengo ese problema. No se puede sino escribir para uno mismo. Si yo no escribo para mí, ¿para quién escribo?