“Favio y la musa”, un susurro de inspiración en pleno barrio de Villa Crespo
Se inauguró ayer en la plazoleta de la avenida Corrientes y Vera una escultura en homenaje al emblemático realizador de cine argentino, a diez años de su muerte; la historia detrás del bronce
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Su segundo nombre es Leonardo: quien quiera puede leer en ese designio una premonición. El caso fue que por las dudas de que en el registro civil no le permitieran ponerle al niño Eric, su madre había llevado una opción cuando fue a anotarlo. Y qué mejor alternativa –pensó- que llamarlo como su ídolo. Así quedó. Cuarenta y dos años después, Eric Leonardo Dawidson cuenta esta historia y la anécdota se agiganta porque él, que se considera artista desde que en la infancia dibujar era lo único que le calmaba el llanto, y que luego se dedicó al cine, y que un día sintió la pulsión de hacer una escultura monumental, inauguró ayer por la tarde la estatua en homenaje al gran Leonardo Favio en la que trabajó durante siete largos años. Parecía increíble, pero no: ahí está. Fundida en bronce, de tres metros de altura sin contar el pedestal cilíndrico donde se apoya, emplazada en la nueva plazoleta de la avenida Corrientes y Vera para recordar y celebrar el legado del director y cantante que murió hace una década.
Favio y la musa, tal el título de la obra, se basa en una figura lograda a partir del cuerpo y la emoción de los protagonistas de ese bellísimo ballet film llamado Aniceto, la última película que estrenó el realizador argentino antes de morir, quienes fueron convocados como modelos vivos. No sólo Natalia Pelayo –que interpretó a la Francisca- y Hernán Piquín –el propio Aniceto- bucearon en una suerte de danza íntima hasta darle a Dawidson la pose y el concepto que quedaría inmortalizado en este tributo, sino que ellos mismos fueron escaneados de pies a cabeza para el trabajo digital de la escultura. Primero hubo un prototipo plástico realizado en una impresora 3D, de unos 70 centímetros, y hasta llegar al bronce que ayer se descubrió en Villa Crespo el camino fue largo pero, sobre todo, perseverante. La musa sobrevuela en segundo plano al hombre, que entrecierra los ojos, megáfono en mano, en pleno rodaje; y le susurra al oído.
-¿Qué le está diciendo?
-¡Quién pudiera saberlo! Le dice todo. Es él mismo que se está escuchando… El artista es un catalizador. Un filtro por donde pasan experiencias y logra concretar algo, materializado en una obra, en una canción, una película, un texto.
Dawidson preparó un largo y emotivo discurso para el momento en que se descubriera la estatua ante colaboradores, amigos, funcionarios, familiares de Favio y representantes de la DAC -la asociación de Directores Argentinos Cinematográficos, que se sumó al proyecto y financió la fundición del monumento, ya había dedicado en 2011 un libro, La memoria de los ojos, a la filmografía completa de Favio-. Todavía no llovía cuando comenzó a leer el texto, en el que cuenta su historia de pe a pa, un derrotero que sin querer -o, justamente, queriendo- lo fue encauzando hasta este momento. “Con mis papás pasábamos con frecuencia por San Martín y Juan B. Justo. Me atraía poderosamente la estatua del Cid Campeador. Tan imponente ahí en lo alto, con su lanza y su caballo, y me atraía (yo creo) porque mi papá me contaba, cada vez que pasábamos por esa esquina, la historia de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Aquel héroe que después de muerto, atado con su lanza a su caballo venció a un ejército entero. Yo tendría entre 3 y 4 años, y me apasionaba esa historia. Es extraño, porque hoy cuando paso por esa esquina me vuelve la sensación que sentía siendo un niño y escuchando esa hazaña heróica. Tal vez sea el primer cuento que recuerdo”.
Ahora se enorgullece de su propio Campeador. “El poder que tiene Leonardo Favio es conmovedor -dice el artista, en diálogo con LA NACION-. Es la única persona a la cual le hubiera hecho una estatua… Estoy convencido de que es el director de cine argentino más grande de la historia. Ponerlo en la calle era una misión: un prócer del cine en la vía pública. Y la DAC también lo entendió así”.
Mucho antes del bronce
Durante el viaje de uno de los tantos rodajes que dirigió y produjo -lleva hechos más de 200 videoclips, varios cortos de animación, 3 series documentales y 2 largometrajes de ficción-, en 2015, Eric Leonardo Dawidson sintió “la necesidad de hacer una estatua”. Recuerda en la charla: “¿Una estatua de quién voy a hacer? Favio me resultaba familiar, me gustaban sus películas de chico, especialmente Gatica, y luego Aniceto, cuando ya estaba en la facultad. Usé todas mis herramientas cinematográficas para configurar un storytelling que me permitiera llevar el proyecto adelante”.
Así, de los superhéroes y cuerpos en arcilla que con frecuencia horneaba a su nueva obsesión de lograr un gran bronce, empezó a transitar un arduo proceso. Un día quedó impactado cuando vio en persona a la bailarina Natalia Pelayo actuar para un videoclip del cantante Axel que estaba grabando. “Me había deslumbrado visualmente en Aniceto -advierte-. Ella era mi puerta real a Favio y la musa; ahí le di entidad a la obra, que habla de la inspiración, de la dualidad del artista, de lo femenino y lo masculino”.
En 2016, convocó también a Hernán Piquín para ponerle el cuerpo a Favio (otra obra del destino: Dawidson no sabía que el espléndido bailarín, que tanto conmovió al realizador desde el primer día que lo vio con la camisa blanca y el pelo engominado, iba a encarnarlo en un film biográfico que nunca llegó a rodar-. La imagen que buscaban apareció una tarde en el taller de Gaby Herbstein, donde trabajaron durante una jornada que fue determinante e inolvidable.
“Eric entonces nos pedía que nos quedáramos quietos cuando aparecía una imagen que podía narrar algo interesante para él -recuerda Pelayo, feliz ahora de que se descorra el telón a esta obra, “un laburo titánico”, que parecía una utopía-. Buceamos como en una danza, probamos diferentes poses y gestualidades, y finalmente Eric eligió Favio y la musa: en mi caso vengo a representar la inspiración, lo cual me llena de orgullo por todo el cariño y la gratitud que voy a tener siempre hacia Leonardo y su legado”.
Pelayo -destacada integrante del cuerpo de baile del Teatro Colón, que a la par participa en una interesante gama de proyectos independientes- relaciona de forma muy vívida esta escena en la que sin alas, pero elevada, con otra gravedad, le susurra al Favio de bronce. “De alguna manera lo puedo conectar con las situaciones del rodaje. Leonardo tenía una forma muy particular de guiarnos a los actores. En mi caso, había una complicidad con él en esa forma de acercarse y, al oído, darme alguna indicación, generando un pacto entre director y actriz para lograr la magia en escena, llevarme de su mano y lograr que la Francisca tenga vida. Me gusta este paralelismo”.
Después llegó la tecnología, con sus escaneos e impresiones 3D, y cuando todas las piezas del rompecabezas estaban ya en el disco rígido de una computadora, se declaró la pandemia. “Fue un buen momento para dedicarme a esto, porque de todo lo demás no podía hacer nada”, recuerda Dawidson. Con el modelo armado, imprimió una maqueta en plástico, con una pátina de bronce”.
Hace aproximadamente un año la obra adquirió su tamaño real. El escultor -con sus asistentes, colaboradores y expertos que lo acompañaron en cada instancia del proyecto- trabajó la cera sobre el plástico: “le dimos la piel”, así lo dice. Y la cara de Leonardo, que había hecho a mano, en arcilla, reemplazó a la de Piquín. Sin pasar por yeso, el molde de su criatura fue a fundirse y se derritió sin dejar rastros. “Es el momento más frágil de la obra, cuando entra el bronce y hace la magia”.
Retoma ahora Pelayo: “Me parece muy importante que esto pueda ocurrir hoy en la ciudad de Buenos Aires: homenajear a un artista que todo lo que hizo fue siempre para la gente. Porque Leonardo nunca estuvo del lado elitista, por el contrario, es un ícono de la poética popular. Entonces tiene mucha coherencia que esta escultura esté en la calle. Personalmente, me emociona y me llena de orgullo: es para mí una forma de agradecerle su legado artístico. A través de la musa estoy cerca suyo, en esta imagen arquetípica, angelada, que guía, que protege, que cuida, que inspira y está conectada a la luz creativa. Siento muchísima gratitud. Creo que él estaría feliz”.