Familia de dos siglos
LOS ALZAGA Y SUS EPOCAS Por Pedro Fernández Lalanne-(Edición del autor)-568 páginas
El auge de la novela histórica en los últimos años despertó el interés de muchos argentinos por su propia historia. Considerable cantidad de libros sobre este tema, encarados con mayor o menor seriedad, suelen situarse entre los primeros títulos en las listas de best sellers. Los Alzaga y sus épocas merecería ocupar uno de esos puestos. Se trata de un estudio exhaustivo y minucioso, pero se lee como una novela, tal es la amenidad con que el autor narra los avatares históricos del país en los que la familia Alzaga se vio involucrada durante más de dos siglos.
Pedro Fernández Lalanne, que ya publicó Los Alvear , Los Uriburu y Justo-Roca-Cárcano , inicia su relato con la llegada al Río de la Plata, a mediados del siglo XVIII, de Mateo Ramón de Alzaga, natural de Guipúzcoa, y su primo José de Urquiza y Alzaga, cuyo undécimo hijo sería el entrerriano Justo José de Urquiza, así como el arribo más tarde, en 1767, del alavés Martín de Alzaga. Ellos fueron el tronco primitivo de una familia que estuvo siempre presente en nuestra vida pública. Mateo Ramón fue administrador de Correos. Martín, dependiente en el comercio de Gaspar Santa Coloma, se estableció después por su cuenta y amasó una gran fortuna. Ferviente católico y monárquico leal, casó con María Magdalena Cabrera, que le dio 26 hijos, de los cuales 13 murieron a poco de nacer. Tuvo importante actuación en la vida económica del Virreinato; alcalde de primer voto y regidor del Cabildo, fue durante las Invasiones Inglesas uno de los organizadores de la resistencia y participó en las jornadas de Mayo, pero "su" revolución no era contra España sino contra Napoleón, que había ocupado la Península. Más tarde conspiraría contra las autoridades criollas y, junto con otros compañeros, fue acusado de traición y fusilado.
Casi la mitad del libro está dedicada a Martín de Alzaga y a sus hijos Cecilio y Félix, que abrazaron también la causa realista. Cecilio, exiliado en Uruguay, Brasil y finalmente en España, intentó desde allí armar una expedición que reconquistara Buenos Aires para la corona española. Félix, aunque fiel a la memoria del padre, tuvo una actitud menos hostil. Ingresó en una logia masónica, apoyó la campaña del general San Martín y cumplió misiones oficiales en Chile y Perú. En 1822, beneficiado por el empréstito Baring al descontársele letras por casi 150.000 pesos fuertes, realizó grandes emprendimientos agropecuarios y mineros. Partidario de Rivadavia, integró el directorio del Banco Nacional, financió la construcción de barcos de guerra cuando se produjo el conflicto con Brasil y luego de un inicial acercamiento a Rosas, lo enfrentó cuando éste se arrogó facultades extraordinarias. Sus hijos Martín Gregorio y Félix Gabino estuvieron comprometidos con el levantamiento de los hacendados de Dolores en 1839. Al padre le fueron confiscados muchos de sus bienes y vivió vigilado por la policía rosista hasta su muerte en 1849. Espíritu vehemente y combativo, a Félix de Alzaga le tocó ser testigo y a veces protagonista de los años más difíciles de la primera mitad del siglo XIX.
Fernández Lalanne reseña luego las vidas y acciones de los descendientes de los Alzaga, entre quienes se dividieron campos y haciendas una vez recuperados. No omite el autor el sonado caso de la bella Felicitas Guerrero, casada a los 16 años con Martín Gregorio de Alzaga, de 48. A la muerte de éste, Felicitas fue requerida por Enrique Ocampo, quien la asesinó al saber que ella prefería a Samuel Sáenz Valiente.
Tras el relato de la participación de los Alzaga en hechos posteriores a Caseros, en la pugna entre mitristas y alsinistas y en otros acontecimientos de la vida nacional, el autor pasa revista a los matrimonios con miembros de otras familias de arraigada tradición en la sociedad porteña; se detiene especialmente en la unión de los Alzaga y los Unzué, retrata a mujeres como María Carolina, Angela, Josefina y Delia de Alzaga, así como a Rodolfo Alzaga Unzué, opositor "antipersonalista" de Irigoyen, y a Félix Saturnino de Alzaga Unzué, figura arquetípica del Jockey Club y el Club de Armas que padeció el hostigamiento de Perón contra los "oligarcas".
Un capítulo aparte merece al autor Martín Alzaga Unzué (Macoco), play boy antes de que se acuñara esta expresión; gran deportista, campeón de automovilismo, habitué de los salones y cabarets de París, amante -cuando se estableció en Hollywood- de Gloria Swanson y de otras célebres actrices, y dueño del "Marocco", de Nueva York. Macoco Alzaga Unzué murió en la década del 70 en Buenos Aires, deprimido y agobiado por las deudas después de haber disipado varias fortunas.
Este amplio relato sobre los Alzaga en diversas épocas abunda en fechas, referencias y datos, algunos poco conocidos por el público común, cuya enumeración no entorpece la fluidez del estilo sobrio, elegante, con el que Fernández Lalanne refiere, de pasada, hechos decisivos de nuestra historia durante el siglo XIX y de la vida mundana porteña en los primeros decenios del XX.
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